India. 

En un cuarto mal iluminado cerca del río Ganges, los brazos se mueven sobre un telar que cruje, mientras otra fibra de seda es colocada en su lugar con el rítmico repiqueteo de una viga de madera.

El estrecho taller de Mohamad Sirajuddin es típico de la decreciente comunidad de artesanos de Varanasi, quienes crean manualmente los saris de seda, apreciados por sus usuarios como el epítome del tradicional estilo sartorial de India.

La ciudad es reverenciada por los devotos hindúes que creen que la cremación a la orilla del río sagrado ofrece la posibilidad de escapar del ciclo infinito de muerte y renacimiento.

Pero las reflexiones de Sirajuddin sobre la mortalidad se centran en su arte, que compite con alternativas mecanizadas más baratas y con importaciones chinas que complican su oficio.

«Si caminas por este barrio verás que es la única casa con un telar manual», comentó a AFP este hombre de 65 años.

«Y esto va a estar aquí solo mientras yo viva. Después de eso, nadie en esta casa lo va a continuar», agregó.

Los tejedores de Varanasi han cultivado durante siglos una reputación de excelencia, especializados en diseños elaborados de flores y brocados dorados.

Los «saris de Banarasi», que llevan el nombre antiguo de la ciudad, son buscados por mujeres indias que se van a casar y suelen ser pasados por generaciones como herencia.

Las piezas elegantes pueden alcanzar precios elevados. El tejido actual de Sirajuddin se venderá en 30 mil rupias (390 dólares), pero la parte que corresponde a los intermediarios deja poco margen a los tejedores.

«Comparado con el duro trabajo que lleva hacer el sari, la ganancia es insignificante», lamentó Sirajuddin.

Sus vecinos se pasaron a tejedoras eléctricas para sus piezas, que carecen de las sutilezas de los textiles hechos a mano y se venden por un tercio del precio, pero requieren solo una fracción del tiempo para concluir.

Industrias en riesgo 

La suerte de la industria textilera india ha estado históricamente sujeta a repentinas y devastadoras turbulencias del exterior.

Sus telas delicadas fueron apetecidas por la élite europea del siglo XVIII, pero la colonización británica y las fábricas preindustriales inglesas inundaron a India con telas baratas, diezmando el mercado de los tejidos hechos a mano.

Décadas de planificación centralizada después de la independencia permitieron un respiro, al proteger a la artesanía local del mercado internacional.

Pero las reformas económicas de los años 1990 abrieron el país a las importaciones baratas en momentos que China se establecía como un gran telar globalizado.

«Lana y telas chinas aparecían por todas partes», comentó la escritora y expolítica Jaya Jaitly, autora de un libro sobre los textiles de Varanasi.

«Todas estas industrias florecientes murieron (…) por la competencia china y su capacidad de producir grandes cantidades a precios bajos», agregó.

Motivo de orgullo

Según Jaitly, los tejedores locales necesitan protección urgente del gobierno para preservar la riqueza de las tradiciones artesanales que corren el riesgo de desaparecer.

«Tenemos el mayor número de variedades de tejedoras, técnicas, habilidades… más que en cualquier lugar del mundo», aseguró.

«Me parece que realmente es una tradición de la que podemos sentirnos orgullosos», agregó.

La demanda de los «saris de Banarasi», ya limitados a una selecta clientela india capaz de pagar su precio, se vio golpeada por la pandemia del COVID-19.

La amenaza del virus retrocedió en India, pero las pérdidas de empleo y el impacto en la economía permanecen.

«Los tejedores sufrieron mucho. No reciben el precio adecuado por sus productos, los pagos llegan tarde», sostuvo el comerciante de saris Mohamad Shahid.

Aunque su tienda estaba vacía, Shahid confió en que los clientes exigentes y de altos ingresos regresarían.

«Quienes conocen el valor de un tejido hecho a mano van a continuar comprando y apreciando nuestros saris. Los tejidos manuales pueden disminuir pero no desaparecerán», dijo a AFP Shahid, de 33 años.