México.

Tras dos años amarrado por la pandemia, el buque oceanográfico El Puma ha vuelto a surcar los mares para llevar a un grupo de científicos a la Brecha de Guerrero en una expedición destinada a averiguar qué esta pasando en esa temida zona sísmica.

El Puma, propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), tiene 50 metros de eslora, cinco laboratorios para la investigación y puede alcanzar una velocidad de 12 nudos.

Se construyó en los astilleros de Bergen, en Noruega, se abanderó en 1980 y fue botado al mar en 1981 con el nombre de El Puma en homenaje a la mascota de la UNAM.

Desde 1981, El Puma ha participado en 375 campañas oceanográficas y de geofísica marina.

«Cuando los barcos pesqueros se retiraban ante la llegada del invierno, El Puma se adentraba en las frías aguas de Alaska en muchas expediciones», relata a Efe René García Torres, el ingeniero eléctrico marino del buque que ya formó parte de la tripulación que lo trajo desde Noruega.

«El Puma es un buen barco, lo ha demostrado con los 40 años que tiene», explica Maurilio Montoya primer oficial y experto marino en modernas plataformas petrolíferas y que ahora, en este pequeño buque, celebra la camaradería que se respira.

«He estado en plataformas con 500 tripulantes y aquí se vive de otra manera», agrega.

Por El Puma han pasado casi mil 400 académicos y estudiantes que conviven con su tripulación y trabajan codo con codo en largas jornadas de 24 horas ininterrumpidas.

En las expediciones de El Puma se han descubierto especies marinas, se ha descrito la circulación oceánica, las masas de agua y la química marina en un total de 5. mil 71 días de navegación, indica Ligia Pérez-Cruz, Coordinadora de Plataformas Oceánicas de la UNAM.

La aportación académica de El Puma es notable con menciones en 271 artículos de revistas científicas. El barco está dotado de una biblioteca donde se encuentran libros de temática científica marina con obras del filósofo Antonio Gramsci.

TRIPULACIÓN EXPERIMENTADA

La embarcación cuenta con 15 tripulantes, ademas de los nueve científicos de la UNAM y de la Universidad de Kyoto y un paramédico.

Hombres de mar con experiencia dilatada en la ruda pesca del atún, que ocupa gran parte de la actividad pesquera mexicana, aprovechan el comedor de El Puma para contar sus experiencias.

El chef Raimundo Coronado Torres es una de las recientes incorporaciones tras 20 años preparando comidas en atuneros.

Coronado celebra su nuevo trabajo entre científicos, «gente educada y cultivada», comenta mientras prepara un «chop suey» de pollo para el almuerzo con el cocinero Víctor Flores.

A pesar de que los 40 años del buque son difíciles de esconder, con equipos desfasados, El Puma está perfectamente mantenido y limpio, de esto último se encarga el camarero José Félix Flores.

Lo pulcro no oculta que la UNAM requiera de un nuevo barco oceanográfico, petición que sostiene tanto el líder de la expedición científica, el doctor Víctor Manuel Cruz Atienza, como todos los que navegan en esta misión.

El barco está capitaneado en esta expedición sismológica por Adrián Cantú, quien ya participó con otros miembros de la tribulación en la última misión de instalar los sismómetros marinos que ahora se pretenden rescatar.

Tras haber rescatado ya tres de los siete sismógrafos -uno de ellos se da por perdido- los últimos días de la expedición se destinarán a tratar de recobrar los otros tres aparatos situados en el fondo marino.

El objetivo de la expedición se centra en recoger los sismógrafos que han medido la actividad de la Brecha de Guerrero y que debieron haberse rescatado en 2020, pero el estallido de la pandemia de la COVID-19 hizo imposible organizar ante esta misión.

La actual actividad sísmica de la Brecha de Guerrero y los más de 120 años pasados sin un terremoto de consideración en este área de 160 kilómetros de longitud mantiene en estado de alerta a los especialistas ante el temor de que ocurra un gran temblor.