Desde principios de la década de 2000, 75 por ciento de la cubierta vegetal de la selva amazónica muestra signos de un cambio en su capacidad para recuperarse de eventos extremos, revela una investigación publicada en la revista Nature Climate Change.

Esta capacidad del bosque para restaurarse después de sequías, incendios y otras perturbaciones que alteran el ecosistema se conoce como resiliencia. La investigación encontró que las áreas forestales cercanas a la ocupación humana, como las ciudades y las tierras de cultivo, parecen estar perdiendo resiliencia más rápidamente, al igual que aquellas donde llueve menos.

El bosque en pie y su capacidad de regeneración es, según la investigación, fundamental para la biodiversidad, el ciclo del carbono y el cambio climático.

Para detectar variaciones, los investigadores utilizaron datos de detección remota basados ​​en indicadores como la Densidad Óptica de la Vegetación y el Índice de Vegetación de Diferencia Normalizada (VOD y NDVI, respectivamente, en inglés). El primero se refiere al agua que se encuentra en los árboles y el segundo al verdor de la vegetación.

“En áreas donde vimos deforestación, el NDVI estaba aumentando debido a que los pastos reemplazaban a los árboles”, dijo a SciDev.Net Chris Boulton, primer autor del estudio e investigador de la Universidad de Exeter en el Reino Unido.

Pero, ¿por qué está cambiando la resiliencia del bosque? La investigación considera varios factores y elabora una hipótesis: una precipitación media anual baja y un aumento de la interferencia humana en la Tierra pueden estar contribuyendo a la pérdida de resiliencia. Sin embargo, la ciencia aún necesita comprender mejor por qué estos dos factores juegan un papel importante y la razón de la disminución observada desde la década de 2000.

Según Boulton, la interferencia humana a gran escala en el bosque ya altera el ciclo del agua, por ejemplo. “Hay una red de reciclaje de agua en la Amazonía que depende de los árboles al borde de la selva, provocando la evapotranspiración de las precipitaciones hacia lo más profundo de la selva. La deforestación está provocando la degradación de este ciclo, con los incendios generando más secado y menos retorno de agua”, enfatizó.

Uno de los puntos del estudio que obtuvo gran repercusión se refiere al comentario de que la pérdida de resiliencia puede llevar a la muerte del bosque, aunque no se sabe cuándo. Según dijo a SciDev.Net la matemática Marina Hirota, de la Universidad Federal de Santa Catarina, el estudio es robusto y logra, por primera vez, aplicar un indicador de resiliencia a un sistema vivo y abierto como la Amazonía.

“Esto ya se ha hecho para sistemas cerrados, que tienen un ciclo de vida muy rápido, no en un bosque que tarda 200 años en recuperarse mínimamente”, detalló.

Sin embargo, Hirota, quien es coordinadora de un proyecto que también estudia la resiliencia del bosque, VulnerAmazon, no está de acuerdo con algunos puntos del artículo. En primer lugar, cree que hubo una desconexión entre los procesos observados desde arriba, a nivel de satélite, con lo que ocurre abajo, en el suelo del bosque.

La selva amazónica es extremadamente heterogénea en su composición y varios factores influyen en la resiliencia. Analizar VOD y NDVI, dice, solo cuenta una parte de la historia. Además, Hirota considera que hubiera sido importante incluir una perspectiva ecológica en el estudio, que está muy basado en la física.

“No hay consenso. Los estudios de ecología de campo no necesariamente consideran que la Amazonía pasará por un punto de inflexión, a partir del cual no habría retorno y la selva moriría. Hay investigadores que creen que el bosque se recuperará de otra manera y que tendremos un bosque con un funcionamiento diferente al que vemos hoy”, señala.

Las críticas de Hirota provienen de la perspectiva multidisciplinaria de VulnerAmazon, que busca comprender la resiliencia temporal y espacial de la Amazonía yendo en sentido contrario, pasando de los mecanismos que ocurren abajo hasta llegar al nivel de la observación satelital.

“La diversidad de flora y fauna, el régimen de lluvias, la disponibilidad de agua en el suelo, entre otros factores, influyen en la resiliencia. En el proyecto estamos buscando modelos matemáticos que puedan aplicarse a toda la cuenca de la floresta, a partir de observaciones en la ciudad de Santarém, en el norte de Brasil”, explicó. La ubicación es estratégica por concentrar una sabana amazónica y partes de selva tropical, con condiciones diferentes en ambas.

El foco de la investigación es la capacidad de adaptación a la sequía de los diferentes bosques amazónicos, ya que existen pronósticos de cambios en el régimen de lluvias para la región.

Para Hirota, la respuesta no está en si el bosque morirá o no, sino en si la humanidad pagará para que esto suceda. El bosque está cambiando, pero aún es posible revertir el escenario. Las políticas climáticas gubernamentales, por ejemplo, juegan un papel importante en la ecuación.

Según Boulton, arriesgarse a perder el bosque afecta el clima: “Lo que quede, liberará una gran cantidad de carbono a la atmósfera, lo que tendrá un efecto enorme en el cambio climático global y el aumento de la temperatura”.

Por: Renata Fontanetto