Brasil.
Si la deforestación continuara al ritmo actual, para 2050 podría disminuir el agua en nueve de cada diez cuencas de ese bioma, con “niveles críticos y recurrentes de escasez”, plantea el trabajo.
La reducción total del flujo de los ríos sería del 34 por ciento, lo que afectará la producción agrícola, la generación eléctrica y el suministro de agua para la población, dice a SciDev.Net Eraldo Matricardi, uno de los autores del reporte.
El Cerrado provee el 44 por ciento de la producción nacional de carne y el 48 por ciento de sus exportaciones de soja. “Se la considera ‘la cuna de las aguas’ del país, ya que incluye a las principales fuentes de ocho cuencas hidrográficas, que sirven a las regiones más pobladas”, agrega el profesor de la Universidad de Brasilia.
La demanda global de productos agrícolas, el aumento de precios de las commodities y la falta de políticas de control ambiental son algunos de los factores que permiten la expansión continua de los cultivos, plantea el estudio.
La menor infiltración del agua que acarrea la pérdida de vegetación nativa “podría perjudicar la capacidad de los acuíferos de recargarse durante las estaciones lluviosas y de mantener un alto consumo de agua para riego durante las estaciones secas”. Esas dinámicas, que no son exclusivas del Cerrado, resultan especialmente preocupantes en el contexto actual.
“En 1900 había cerca de 60 millones de personas en la región; hoy somos más de 660 millones”, dice a SciDev.Net Miguel Doria, especialista para América Latina del Programa Hidrológico Intergubernamental de la Unesco.
“Si hace un siglo disponíamos de un vaso de agua per cápita, hoy sólo tenemos menos de la décima parte”, compara. “Y los patrones de consumo de nuestra región, la más urbanizada del planeta, presentan huellas hídricas cada vez más grandes”, continúa.
El flujo decreciente de los ríos del Cerrado también ha potenciado las tensiones por el acceso al agua. “Es probable que esos conflictos se intensifiquen”, advierte Matricardi.
La gran irrigación que demanda la exportación de productos agrícolas “ha cambiado la gobernanza” sobre ese recurso, “pasando del control de actores locales, regionales y nacionales hacia aquellos que dominan las cadenas productivas”, señala el estudio.
En sentido contrario, algunos investigadores celebran la conciencia creciente sobre la necesidad de una “justicia del agua” con vistas a una distribución más equitativa.
A nivel local, cualquier expansión de tierras agrícolas podría ser evaluada generalizando el sistema de comités de cuencas, “una estrategia importante para empoderar a las comunidades y evitar el uso abrumador y desigual del agua”, plantea Matricardi.
El establecimiento de reservas en propiedades privadas y áreas protegidas también podría contribuir a la preservación de los recursos, salvaguardando porcentajes de vegetación nativa capaces de mantener los flujos de agua adecuados.
En cuanto a las iniciativas de reforestación, Doria subraya la “vasta y positiva” labor que se está desarrollando, al tiempo que llama la atención sobre la necesidad de usar especies adecuadas y considerar factores como la distribución y el tipo de suelo, para optimizar los procesos de evaporación, retención de agua y protección contra la exposición a contaminantes.
Esas acciones de mitigación y adaptación “deberán aplicarse cada vez que se piense en el diseño y la gestión de un cultivo, un acueducto o un embalse”, anticipa.
Incluso los contextos de sequía o escasez pueden derivar en una gestión eficiente de los recursos, mediante cultivos más rentables o que requieran menos agua.
“La importancia de los recursos hídricos de un ecosistema se vincula a lo económico, pero también a lo cultural”, agrega. “Cuando se pierde biodiversidad, también se pierde el patrimonio de comunidades y países”.
Por: Pablo Corso
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