Antártida.
En el helado mar antártico, dos ballenas jorobadas forman una espiral. Cuando sus colas asoman, la científica colombiana Andrea Bonilla apunta su cámara fotográfica y retrata esta «huella digital» que servirá para consolidar su inventario de una década con miras a preservar la especie.
La investigadora de la Universidad de Cornell (EEUU) observa el nado coreográfico desde un pequeño bote en las costas de la Península Antártica. Bonilla y un equipo de científicos trabajan desde 2014 en la elaboración de un catálogo a partir del análisis visual de las colas de los cetáceos, tanto en los confines del continente como en el Pacífico colombiano.
«Lo que estamos haciendo es seguir la historia natural de cada individuo«, dice Bonilla a la AFP, a bordo del buque ARC Simón Bolívar en la X Expedición Antártica de la Armada de Colombia.
Los investigadores han identificado 70 ballenas a lo largo de los años y esperan reencontrarse con alguno de los animales ya registrados para estudiar su evolución.
Aunque estos mamíferos no están bajo amenaza de extinción, sufren los embates de la pesca comercial, la contaminación y el tráfico marítimo.
Fotografiar las colas permite analizar las poblaciones de esta especie, sus patrones migratorios, la reproducción, el crecimiento y, cuando llevan crías, es posible determinar su sexo sin la necesidad de tomar una muestra genética. Y su estudio es clave para la conservación de la especie.
En la cola, «la coloración y los patrones que tiene cada ballena es único, es como una huella digital, entonces lo que hacemos es fijarnos en las diferentes marcas que tienen, las diferentes cicatrices, y basados en eso y la coloración podemos saber específicamente qué individuo es», dice Bonilla.
– «Guerreros» –
La ruta migratoria de las ballenas jorobadas comienza en las costas sudamericanas del océano Pacífico, donde se reproducen. Luego suelen llegar hasta Panamá, aunque se han avistado individuos incluso en Costa Rica, cuando «los machos se van a explorar y llegan a nuevos lugares», explica la científica.
En el sur del continente pasan por Colombia, Ecuador, Perú y Chile, en su ruta hacia la Península Antártica, su zona de alimentación.
También conocidas como yubartas, «aprovechan esta gran biomasa de alimento que hay acá (en la Antártida) y durante varios meses están simplemente acumulando energía». En épocas de abundancia de kril (crustáceos) se alimentan y a partir de mayo «empiezan a subir hacia zonas más tropicales», donde tienen un período de unos seis meses de «ayuno», dice Bonilla.
A partir de fotografías, la científica dibuja reproducciones de los detalles de las colas de las ballenas, enormes animales que alcanzan hasta los 18 metros y pesan unas 40 toneladas.
En 11 años trabajando con ballenas, Bonilla ha desarrollado una particular admiración por especímenes «que por eventos de nacimiento o accidentes perdieron la cola».
«Esos para mí son como los guerreros», añade, pues esta aleta es crucial para una especie que debe migrar nadando miles de kilómetros cada año.
– Conservación –
La pesca comercial redujo la mayoría de las poblaciones de estos cetáceos en el mundo, algunas hasta en un 95%, según la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica estadounidense (NOAA).
En 1985, la Comisión Ballenera Internacional dictó medidas sobre la prohibición de la pesca de yubartas, lo cual permitió la recuperación de la especie. Hoy hay cerca de 84.000 ejemplares adultos en el mundo, según la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Dentro del buque, Bonilla utiliza un programa de edición de imágenes para recortar las fotografías y acercar detalles de la cola.
Las marcas en la aleta caudal pueden develar ataques de otros animales, «si hay algún tipo de enfermedad de la piel» o signos sobre su alimentación, explica Bonilla.
Los científicos aspiran a construir un gran catálogo colombiano de ballenas jorobadas para compararlo con los existentes sobre «otras zonas de reproducción» y consolidar un mapa continental, según la investigadora.
El inventario permite identificar los lugares que frecuentan, como espacios de reproducción y crianza, con el fin de implementar iniciativas de conservación.
«Si una ballena siempre llega a la misma zona a reproducirse, es importante proteger esas zonas. Si dejan de existir o se perturban, esta ballena no va a tener a dónde llegar», advierte Bonilla.
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