Florencia, Italia.

Orfebre en Florencia, Tommaso Pestelli se quedó sin su taller para dejar lugar a un hotel de lujo, la enésima víctima del turismo de masas de esta ciudad de la Toscana que, según numerosos activistas, está en peligro de perder su alma.

En el último mes se intensificaron las llamadas a tomar medidas urgentes para proteger su centro histórico, sobre todo después de las sorprendentes declaraciones de la directora de la prestigiosa Galería de la Academia, hogar del David de Miguel Ángel, en las que estimaba que Florencia se convirtió en «una prostituta».

Unos 1,5 millones de turistas visitaron esta joya italiana del arte y la arquitectura en el verano boreal de 2023, un 6,6% más que en el  mismo periodo del año anterior.

En su centro, declarado patrimonio de la Humanidad por la Unesco, cada vez son más las tiendas y los edificios residenciales que se reconvierten en negocios de comida rápida y apartamentos de alquiler turístico.

«Estamos abiertos desde 1908. Si se deshacen de nosotros y de muchos otros como nosotros, se llevan una parte del alma de la ciudad», afirma Pestelli, hijo, nieto y bisnieto de orfebres.

Este artesano de 55 años consiguió abrir otro pequeño taller cerca del original, pero otros compañeros no tuvieron esa suerte.

En Florencia, el coste medio de los alquileres residenciales subió un 42% entre 2016 y 2023. En paralelo, el número de apartamentos listados en la plataforma Airbnb pasó de 6.000 a casi 15.000, según las cifras oficiales.

Incluso en febrero, en teoría temporada baja para el turismo en Europa, los visitantes hacen fila ante la catedral y se apiñan frente al David de Miguel Ángel.

Con la expulsión de los habitantes y la desaparición de las tiendas tradicionales, «Florencia va camino de convertirse en una caja vacía«, advierte Pestelli.

Para Elena Bellini, comerciante de 47 años que vende obras de artistas locales, la fuga de vecinos no solo mata a fuego lento el barrio, sino que también provoca un aumento de la delincuencia, sobre todo los robos.

«Florencia se muere», se lee en un cartel en el escaparate de una bisutería.

 Veto a los apartamentos turísticos

La capital toscana no es la única en este tipo de situación.

Los habitantes de Venecia y de otros destinos populares como la franja litoral de Cinque Terre, en el noroeste de Italia, también se ven acosados por alquileres astronómicos y la invasión de locales turísticos y de tiendas de recuerdos.

La ciudad de los canales está probando un sistema de entradas que hace pagar acceso a los visitantes que quieran pasar un día en la localidad durante la temporada alta.

En el caso de Florencia, su Consejo municipal, de centroizquierda, lanzó una campaña para atraer a los turistas lejos del saturado centro.

Como la gente busca cada vez más «itinerarios basados en la experiencia», el consistorio intenta promover otros puntos de interés histórico y artístico, vinculados a la naturaleza o la gastronomía, explica a la AFP su vicealcaldesa, Alessia Bettini.

El número de visitantes en pueblos, castillos y abadías de los alrededores progresó un 4,5% en enero y el número de senderistas que se aventuran a recorrer la Vía de los Dioses entre Bolonia y Florencia a través de los Apeninos aumentó un 22% el año anterior.

El gobierno local también quiere hacer que haya más alojamientos disponibles para la población local y frenar el encarecimiento del alquiler, prohibiendo nuevos pisos de alquiler turístico a corto plazo en el centro histórico.

La medida, adoptada en octubre, prevé desgravaciones fiscales para los propietarios que regresen a modelos de arrendamiento ordinarios.

«Un mundo que desaparece»

Pese a estas medidas, una decena de artesanos están en proceso de ser expulsados de sus talleres situados en un edificio cercano al Ponte Vecchio por un proyecto de desarrollo turístico.

«La tradición florentina de la orfebrería está desmoronándose bastante rápido», lamenta Tommaso Pestelli.

A unas calles de su taller, Gabriele Maselli, presidente de la Asociación de Negocios Históricos de Florencia, pinta a mano un marco dorado. En las estanterías que tiene detrás se alinean botes y polvos de vivos colores.

Un enorme crucifijo colgado en la pared domina el taller, donde otro restaurador intenta dar lustre a un cuadro estropeado.

«La gente viene a Florencia a por productos de calidad, fabricados a mano con mucho empeño», dice Maselli, de 58 años. «Si una empresa se ve forzada a cerrar, toda la cadena de producción queda afectada», advierte. «Es un mundo que cierra, que desaparece para siempre».