Panamá. 

Un grupo de muchachos juega bajo la lluvia. Entre ellos, una niña canta lo más fuerte que puede, compitiendo con el aguacero y marcando el momento en el que no dejaría de cantar. Marta «Betty» Herrera recuerda, y la sonrisa se le escucha en la voz. Su abuela, que le había enseñado esa canción, se emocionó mucho al escucharla aquella vez. Así se le atravesó en la vida el tamborito, cuando apenas tenía 7 años para convertirla en «cantalante», como se le conoce a la voz que lidera esta expresión musical panameña.

«Tengo 61 años y no he parado», admite Betty, quien es oriunda del pueblo de San José de Las Tablas, en la provincia de Los Santos, Panamá, en donde según ella «se canta tamborito de vicio».

En esa provincia se celebra uno de los carnavales más populares del país, y en su pueblo se festeja de una forma muy folclórica, que hoy la pandemia frena, y que ella añora. «Nosotros en San José salíamos en las tardes. Eso es una cosa que yo extraño como tú no tienes idea, salir una tarde con una tuna. Salen a las cinco de la tarde cuando todavía el sol está, con sus banderas, y viene la tuna contraria… Pero sale con alegría y es sano, porque la verdad es que nosotros pasamos unos carnavales sanos», comenta.

«Tuna» se le llama al tamborito que se toma las calles, con un abanderado y un grupo de personas cantando detrás. En esta expresión musical la voz marca la melodía, seguida por los tambores, y las palmas acompañan, mientras un coro repite un estribillo. Y aunque es común escuchar tamborito en las fiestas del Carnaval, sobre todo en los pueblos del interior del país, es una música que se toca en diferentes momentos: en las fiestas de los santos patronos del pueblo, en los cumpleaños, en presentaciones o concursos.

Su ubicación geográfica es prácticamente todo Panamá, con algunas variaciones musicales y nominales. «Por ejemplo, en Chiriquí le dicen tambor nuevo, tambor viejo; en las provincias centrales tambor norte, tambor corrido. También, últimamente hay una denominación, atravesado».

«En el Darién le llaman simplemente tamborito», explica el investigador musical Nodier Casanova quien excluye del grupo a los tambores Congo (del Caribe) y al tambor chorrerano, a pesar de que puedan compartir repertorio o ciertos patrones rítmicos. «Porque tiene una forma de desarrollarse, un contexto diferente en que se realiza. Y también una forma diferente de bailar. Es una razón de ser diferente», explica.

Como «cantalante», Betty ha tenido la experiencia de cantar algunos de estos tambores, incluso el Congo de la provincia de Colón, cuando conjuntos típicos la han buscado para cantar. «El tambor de Colón es un tambor diferente», dice Betty, quien comenta que cada uno tiene su particularidad. El ritmo de unos es rápido; y el de otros, un poco más lento.

En cuanto a su origen, el tamborito no nace en las provincias del interior, y puede que date del siglo XVIII, según el etnomusicólogo e investigador del Centro de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Culturales, AIP, Samuel Robles. «Hay correspondencia entre el Rey de España y los gobernadores de los pueblos costeños de Colombia acerca de tradiciones, que cuando te las describen, tú dices, -pero eso es un tamborito-. Entonces yo tengo la creencia de que el tamborito sale desde la zona interoceánica hacia el interior, y allá entonces, agarra otros elementos, otras cosas. Se convierte en lo que es ahora», afirma Robles.

Como tradición viva, el tamborito también tiene otras expresiones. A propósito del Carnaval, una variación del tamborito apareció cuando la población creció y había necesidad de que el sonido alcanzara a la gran cantidad de personas que asistían a la celebración. Entonces adquirió instrumentos de metal y nació lo que se conoce como murga. Las murgas entonan temas del tamborito tradicional, pero también temas de otros géneros musicales, en busca de participación.

«Eso causa una tensión entre personas que recurren a esa nostalgia y de que si seguimos haciendo esto está bien, y (si no) todo eso se va a perder, eso que me enseñó mi abuelita», comenta Robles.

Para Betty, el modernismo ha cambiado muchas cosas en Las Tablas y piensa que hay que trabajar mucho para que la gente aprenda lo que es el folclor. «Yo estoy en un grupo de presidentes de tuna y nosotros hemos conversado. Tenemos que tratar que la gente que va (a las fiestas del Carnaval) disfrute lo que es de nosotros, lo panameño. Tratar de que la gente se aprenda esto y disfrute de las tunas», opina Betty, quien le enseñó a cantar a sus hijas, y a sus nietas de 14 y 15 años, para que también se conviertan en cantalantes.

Ese esmero en mantener la tradición de generación en generación y de involucrar al pueblo, es uno de los factores que se toman en cuenta para postular candidaturas para las listas de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, afirma Emma Gómez, coordinadora Proyecto de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, quien enumera algunos parámetros.  «Sólo podemos incluir las que fomentan la diversidad cultural. Las que tienen una serie de características de viabilidad y que tienen mayor participación de todas las edades. Y en el caso del tamborito, hay gente de todas las edades haciendo la obra que ellos tienen, ese es el elemento de la viabilidad», comenta Gómez.

Y aunque, de acuerdo a Gómez, particularmente el tamborito del Carnaval tableño, en el que se enfrentan las tunas de Calle Arriba y Calle Abajo, quedaría fuera de esta lista porque evoca a la rivalidad, el tamborito en general es una tradición unificadora.

De acuerdo a Casanova, es una forma de hacer comunidad, y hasta cierto punto es un aspecto anti cíclico de la individualidad que prima en Panamá, porque «se reúne la comunidad en torno al tambor y comparten, bailan, interpretan música, Entonces es anti cíclico, y tras de eso es un género musical que es matriarcal, porque la mujer es la que manda. Entonces es todo un cambio de visión que venía precisamente de los afrodescendientes y que es muy contrastante con la cultura conservadora e individualista que prima en Panamá».

Entonces, a pesar del modernismo que menciona Betty, el riesgo de que se pierda la tradición es bastante bajo. Así lo afirma el etnomusicólogo Robles. «Al final del día, el tambor es algo que pasa de generación en generación de una manera muy natural, no es forzado. Las personas crecen con tambores en su casa, los aprenden a tocar desde pequeños. Aprenden las tonadas que cantaban hace 150 años. Yo no lo imagino. No imagino un tiempo en el que los panameños, con suficiente fuerza, vayamos a rechazar el tamborito».

Por: Verónica Gutiérrez / Periodista del Postgrado en ‘Periodismo 4.0’ © del Instituto de Investigaciones Aplicadas, iiafEC, Panamá.