Por Isaac Torres Cruz, Ciencia UNAM-DGDC
El cataclismo provocado por el asteroide, que extinguió a los dinosaurios y otras especies y cambió el curso de la vida en la Tierra hace unos 65 millones de años, fue lo más cercano a un verdadero “Apocalipsis”.
La cicatriz del colosal suceso se encuentra bajo el Golfo de México, en lo que ahora se conoce cráter de Chicxulub –que en maya significa «pulga del diablo» o «cuerno de venado prendido”.
Uno de los científicos encargados de estudiar este fenómeno es Jaime Urrutia Fucugauchi, investigador emérito del Instituto de Geofísica de la UNAM, quien relata en entrevista un aspecto novedoso de lo que pueden arrojar las investigaciones más recientes del cráter: la velocidad de la extinción.
Los registros geológicos y fósiles refieren que las cuatro extinciones masivas anteriores en la historia de este planeta fueron más “lentas y dolorosas”; no obstante, hace aproximadamente 65 millones de años todo habría sido más fulminante.
Investigaciones en el cráter de Chicxulub
Al igual que en otras investigaciones, relata Urrutia, cada vez que se hacen hallazgos surgen nuevas preguntas. Hace un par de décadas, no se sabían, o no se les había ocurrido a los científicos, temas que ahora han salido a la luz desde las entrañas del cráter que dejó el impacto de un asteroide de unos 12 km de diámetro.
En estudios anteriores, desde la geofísica y la geología, mediante ingeniería petrolera y perforaciones en alta mar, Urrutia, junto con estudiantes, científicos y especialistas, han dilucidado las características y estructura del cráter.
De esta manera, por ejemplo, han develado la velocidad del impacto y han comprendido mejor cómo se forman cráteres de gran tamaño.
Más recientemente, se ha sumado el estudio de la extinción de las especies dominantes en el Cretácico, señala Urrutia, para comprender mejor cuáles fueron los efectos del impacto en los sistemas de soporte de vida en el planeta, en el clima y en el ambiente, información que incluso se puede extrapolar al pulso actual del planeta.
“Estos estudios se han ampliado y juntando con los que analizan la afectación que produce la actividad humana en todos los ecosistemas, la forma en que interactúan y reaccionan con efectos de muy corto plazo”, dice el Premio Nacional de Ciencias y Artes.
Extinción en 3, 2, 1…
Para estudiar un caso de extinción, los investigadores analizan el registro fósil que dejaron animales, plantas e incluso microorganismos en su paso por la vida hace miles o millones de años.
“Comúnmente” esta evidencia forense aparece y desaparece a lo largo de las capas geológicas, lo que refiere que las extinciones ocurrieron en periodos largos, acumulando rastros de sus efectos. Eventualmente, se observan cambios en los organismos que aparecen, explica el miembro de El Colegio Nacional y Premio Crónica 2024.
“Lo que hace interesante al cráter de Chicxulub es que este cambio se dio de una manera mucho más rápida y no paulatina, como ocurrió en otras ocasiones a causa del cambio climático o por erupciones volcánicas fuertes que elevaron el CO2 a la atmósfera, provocando fuertes cambios. Ahora bien, lo que vemos en este caso es que el efecto se da en un tiempo de unos días”.
Varios de los modelos en que trabajan los investigadores proponen la ocurrencia en periodos muy cortos y sugieren que, en apenas unos días, “la extinción es bastante fuerte”. El reto ahora es cómo estudiarlo y demostrar que ese es el proceso que ocurrió.
“Lo que se ha logrado es contar con mayor resolución en estimar los tiempos, se han unido simulaciones por computadoras asumiendo diferentes escenarios y se ha ido avanzando en cómo reaccionan los sistemas terrestres, océano, atmosfera, clima…, en un proceso emergente de liberación de energía muy alta en un tiempo de segundos a minutos, por lo que se debe comprender de qué forma interactuó esto con los sistemas en la Tierra”.
El geofísico agrega que también se han encontrado sitios que preservan el tiempo del impacto en el registro geológico y, de nuevo, marcan que el cambio fue bastante rápido.
¿Y dónde está el fósil?
Jaime Urrutia explica cómo es que las investigaciones realizadas en el cráter de Chicxulub advierten esta rápida extinción. Perforaciones realizadas al norte del Golfo de México, cerca de las costas de Florida, hallaron material fragmentado proveniente del cráter.
“Toda la parte rota por excavación del cráter está sobre sedimentos de la época de los dinosaurios, arriba están los sedimentos del Cenozoico e intermedio, junto con este material fragmentado, se tiene una capa conocida como la de ‘bola de fuego’: material que tiene evidencia de haber sido calentado a 500 grados centígrados”.
Posteriormente, añade, se encuentra una parte de sedimentos marinos “que ha sido muy curiosa porque no tiene indicaciones de fósiles, como conchas y organismos de los océanos”.
El núcleo –que tiene unos 70 centímetros de largo– marca la presencia de material fragmentado que fue expulsado desde el cráter y salió eyectado en vuelo suborbital y regresó a la atmósfera a muy altas temperaturas.
“La capa de océanos vacíos está encima y refleja una época en la que éstos fueron afectados y la productividad marina disminuida. Este tipo de sitios, que preservan en gran detalle el momento del impacto, indican que hubo cambios muy rápidos”.
La Tierra sin los grandes dinosaurios
Numerosas especies, entre ellas los grandes dinosaurios, fueron los más afectados por el evento, pero otras lograron sobrevivir y expandirse por el planeta.
Jaime Urrutia recuerda que los dinosaurios fueron muy exitosos y alcanzaron grandes tamaños, ocuparon los ecosistemas en los continentes de una manera muy amplia. Los mamíferos coexistieron con ellos, pero en nichos ecológicos más limitados y tenían hábitos nocturnos.
“Se diversificaron, pero difícilmente se habrían desarrollado sin la desaparición de los dinosaurios. Es en el Paleoceno que los mamíferos comienzan a ampliarse y diversificarse, además de aumentar su tamaño rápidamente. Entre 8 y 10 millones de años alcanzaron tamaños muy grandes, algo que no había ocurrido con los dinosaurios.
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