Por Elisa Domínguez Álvarez-Icaza, Ciencia UNAM-DGDC

Normalmente caminamos con la vista al frente y sólo si nos topamos con un  obstáculo bajamos la cabeza al suelo. Sin embargo, bajo nuestros pies habita un vasto mundo donde coexisten múltiples formas de vida.

El Atlas de la Biodiversidad del Suelo mexicano, liderado por el doctor Roberto Garibay Origel, investigador en el Instituto de Biología de la UNAM,  es un proyecto que busca describir detalladamente las formas de  vida de este recurso para responder varias preguntas de investigación y al mismo tiempo, difundir aquellas que son poco conocidas.

Mirar desde lo más pequeño, hongos y bacterias con el fin de hacer una aproximación hacia las conexiones, desde las visibles, como las comunidades, hasta las invisibles, como los genes.

Detrás del Atlas hay un equipo multidisciplinario de 60 expertos en geografía, ecología, biología molecular, y bioinformática, entre otras. El doctor Bernardo Águila Salgado, adscrito al Instituto de Biología, en donde cursa un posdoctorado, realiza análisis metagenómicos e informáticos de microorganismos, especialmente arqueas.

Otras líneas de investigación abarcan plantas, hongos y animales, que en conjunto establecen una serie de redes y ciclos interconectados. De forma análoga, el proyecto aspira a establecer una cadena colaborativa entre la investigación, la docencia y los tomadores de decisiones. El objetivo es que la información se concentre en una plataforma de acceso abierto de beneficio mutuo, dijo el biólogo al presentar en conferencia los avances del Atlas de la Biodiversidad del Suelo.

Un mundo bajo tierra

Las noticias sobre el decrecimiento acelerado de la diversidad, por desgracia, son abundantes. Águila señala que las principales causas son la pérdida del hábitat, ya sea por la fragmentación del lugar y el cambio en el uso del suelo; la sobreexplotación de los ecosistemas; la contaminación; el cambio climático, que desemboca estrés hídrico, sequías, y huracanes, así como el impacto de las especies invasoras.

México tiene una de las mayores tasas de deforestación. Nuestro territorio ha perdido, por el cambio de uso de suelo, alrededor de 50% de los ecosistemas naturales, sobre todo selvas húmedas, selvas secas y pastizales.

El suelo se estudia a diferentes escalas, de microhábitats a grandes paisajes. Para estudiar a los organismos que ahí se desarrollan  es necesario saber a qué escala y tamaño nos referimos. “Los hongos, por ejemplo,  funcionan como un puente de tamaño entre los microorganismos y los macroorganismos”, señala Bernardo.

El Atlas presenta múltiples gráficas, entre ellas la de la biomasa. Los pastos y los árboles son los organismos del suelo de mayor tamaño y por ende, mayor biomasa a escala global, lo que el proyecto permite visualizar. La cantidad de materia orgánica varía según la profundidad; generalmente se concentra en los primeros 10 a 20 centímetros y va decreciendo.

El doctor Águila menciona que la biomasa existente en el subsuelo es igual o mayor a la que hay en la superficie.

También se considera la diversidad taxonómica. Comunidades de virus, bacterias, arqueas, hongos, protistas, chinches, nemátodos y otros se coexisten inmersos en el suelo. El número de especies varía según el tipo de organismo. Se estima que al menos hay un billón de especies de bacterias. En hongos se han reportado casi cinco millones.

Así como existe un microbioma en nuestro cuerpo, donde bacterias y arqueas interaccionan e intervienen en nuestra salud, en el suelo hay uno más amplio que lleva a cabo relaciones y comunicaciones metabólicas, e integra redes tróficas y de degradación.

Estos procesos derivan en servicios ecosistémicos, como los de soporte y regulación. Ayudan a degradar contaminantes, agregan compuestos, promueven el crecimiento de algunas plantas y actúan como defensa, entre otras funciones. Hay organismos que fijan el nitrógeno al suelo y reciclan los nutrientes o bacterias que eliminan los hongos y los desechos.

El suelo también brinda servicios ecosistémicos de aprovisionamiento o extracción, como el suministro del agua y la producción de alimentos, materias primas, combustibles y compuestos secundarios. Los servicios culturales también son indispensables. Se manifiestan en el turismo y actividades relacionadas con los modos de vida, como la pertenencia y las experiencias ancladas a ese territorio.

“El proyecto Atlas es un ancla para todos estos colaboradores que tienen preguntas muy específicas. Nosotros solamente estamos poniendo las bases para que esto crezca, es una colaboración institucional y queremos que siga creciendo”, señala Bernardo, quien está más involucrado en la secuenciación.

Además se establecieron protocolos para la toma de muestras y para la obtención de ADN. Otro de los avances es la estandarización de la base de datos, donde el público y diversas instituciones podrán conocer qué zonas de México pueden ser vulnerables. Asimismo, se planea crear un catálogo con los mapas genómicos de los organismos. El primer año se obtuvieron muestras de 100 diferentes puntos de la República Mexicana, el segundo año serán 200 y el tercero 300.

Se han reunido datos acerca de la recuperación del suelo en agroecosistemas; otros con el cambio de biodiversidad a distintas altitudes en los volcanes, así como de la diversidad de los hongos que hay a lo largo del trópico mexicano.