Son la mayor fuerza viva entre los animales de este planeta: aunque se conoce en torno a un millón de especies de insectos, los científicos estiman que la cifra real puede ser de 5 a 10 veces mayor, sumando el 90% de todos los animales y la mitad de las especies de eucariotas descritas (seres con células nucleadas que incluyen plantas y hongos).

Cada persona tocamos a unos 1 400 millones de insectos; nos superan 70 veces en peso total. Hay quienes los odian o los temen, pero son esenciales en la ecología terrestre. Y aunque son omnipresentes, en invierno se diría que desaparecen de la faz de la Tierra, solo para resurgir cada primavera. ¿Qué hacen los insectos durante los meses fríos? ¿Cómo logran sobrevivir al invierno?

 

Ecología invernal de los insectos

 

Antiguamente, la idea de la generación espontánea era un recurso muy útil para explicar este enigma; Aristóteles creía que los pulgones nacían de las gotas de rocío. Pero desde que sabemos que todo ser vivo procede de otro ser vivo, los científicos han tenido que buscar debajo de las piedras, literalmente, para comprender cómo se perpetúan a través de los meses fríos unos animales que, a diferencia de los endotermos como nosotros, no pueden producir su propio calor.

La ecología invernal de los insectos es un campo amplio y sorprendente por lo variado; no hay una sola estrategia. “Todavía estamos desenredando los matices de por qué unas podrían ser más ventajosas que otras”, cuenta a SINC Brent Sinclair, entomólogo de la Universidad de Cornell experto en biología del invierno de los insectos.

Casi todas las soluciones imaginables existen en el mundo de los insectos, desde evitar el frío hasta aguantarlo, pasando por la más sencilla de todas: morir; aunque, claro está, asegurando la descendencia para la próxima estación favorable. Este es el caso de las avispas, animales temidos que en realidad solo suelen molestar al terminar el verano. Hay una razón para esto: al final de la estación cálida, las larvas ya han crecido y han dejado de producir el líquido azucarado que servía de alimento a la colonia. Entonces las avispas deben buscar el sustento en otro lugar, y nuestras comidas al aire libre son festines muy tentadores.

Pero ni siquiera esto basta para evitar que todas acaben muriendo; de hambre, no de frío. A diferencia de las colmenas de abejas, los avisperos duran una única temporada. Y solo la reina sobrevive, hibernando en algún escondrijo, conservando dentro de su cuerpo el esperma procedente del apareamiento previo para fecundar sus huevos a la primavera siguiente, lanzar la siguiente generación de obreras y emprender la construcción del nuevo nido.

 

Huir o resistir

 

La estrategia de la avispa reina es una muy extendida en el mundo de los insectos: huir del frío buscando un refugio invernal, ya sea un hueco en un árbol o bajo una cama de hojas. Las abejas se apelotonan en la colmena, y las hormigas sellan los túneles del hormiguero. “Muchos simplemente se entierran en el suelo hasta donde no hace tanto frío”, señala Sinclair; “algunos, sobre todo las plagas invasivas, dependen de las construcciones humanas para sobrevivir”. Paradójicamente, incluso la nieve sirve de manta, al proteger a los insectos de la congelación.

Así, multitud de insectos sobreviven al invierno, aunque ocultos donde no podemos verlos. Lo hacen gracias a un mecanismo de hibernación llamado diapausa que ralentiza su metabolismo y detiene su desarrollo. “A través del invierno a menudo no se alimentan ni beben, así que deben conservar la energía y el agua”, dice Sinclair.

Pero la diapausa requiere una preparación previa, y esto se hace durante el otoño. Muchos insectos tienen en su cabeza tres pequeños ojos simples llamados ocelos que actúan como detectores de luz. Cuando los días se acortan, el reloj interno del cerebro pone en marcha el programa invernal, una respuesta que se refuerza cuando bajan las temperaturas.

 

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Además de la búsqueda de refugio, otra forma de evitar el frío para algunos insectos es la migración. “Hay especies que viajan largas distancias, especialmente libélulas y mariposas”, comenta Sinclair. Es bien conocido el caso de las mariposas monarca (Danaus plexippus), que vuelan a miles desde Estados Unidos y Canadá hasta México, pero estos movimientos son más masivos de lo que imaginamos: un estudio cuantificó la migración invernal de insectos sobre el sur de Reino Unido en unos 3,5 billones, sumando una masa de 3 200 toneladas.

Existen ciertas especies que ni emigran ni buscan refugio. Simplemente, se limitan a soportar las temperaturas bajo cero. Según Sinclair, “tienen mecanismos fisiológicos y bioquímicos para sobrevivir al frío”. Estos mecanismos incluyen la producción de compuestos crioprotectores, anticongelantes naturales como el glicerol, y ciertas proteínas de estrés llamadas de choque térmico. Algunos insectos, prosigue el entomólogo, “literalmente se congelan sólidos”; esa bioquímica especializada de su organismo evita que el hielo destruya su organismo. Incluso las especies que se esconden del frío suelen producir crioprotectores.

 

La amenaza del cambio climático

 

Podría parecer que el aumento de las temperaturas por el cambio climático favorecerá la supervivencia de los insectos, al ahorrarles todas estas laboriosas artimañas de supervivencia. Pero los expertos advierten de que puede ocurrir justo lo contrario. Menos nieve significa un peor aislamiento del suelo. Además, y según el entomólogo David Denlinger, de la Universidad Estatal de Ohio, “a veces no es la entrada en diapausa lo que de por sí induce la producción de crioprotectores, sino las bajas temperaturas”.

En el taladro del maíz, una polilla cuyas orugas son una plaga de estos cultivos, las larvas entran en diapausa cuando los días se acortan, pero “solo cuando se exponen a las bajas temperaturas se hacen tolerantes al frío”, dice Denlinger. Sinclair apunta que esto mismo ocurre con otras especies estudiadas, como el escarabajo de la patata o un tipo de mosca de las agallas.

Por lo tanto, si los insectos no reciben suficiente estímulo del frío para desarrollar esa tolerancia, pueden morir durante el invierno. Y si el programa invernal no funciona correctamente, los insectos agotan sus reservas de energía y agua demasiado pronto y sucumben de hambre o deshidratación.

“Los episodios cálidos pueden engañar al insecto y hacer que termine la diapausa demasiado pronto”, señala Sinclair, que cuenta que esto puede romper la sincronía del ciclo: los insectos despiertan cuando aún no han brotado las plantas de las que se alimentan. Y si los insectos mueren, las aves que crían en primavera no encontrarán larvas para sus polluelos. “Es complicado”, concluye Sinclair; “habrá ganadores y perdedores”.