México.

La llegada de su hijo Francisco le cambió la vida, Rubier Fernández era policía, pero dejó su trabajo para cuidarlo. Durante el confinamiento por la pandemia de COVID-19, invitó a los compañeros de Franciso a cocinar y así surgió la cocino-terapia.

“Aquí en mi casa nace la cocino-terapia que se hace para personas con discapacidad. Esa aventura que tenemos ahora con los chicos con discapacidad”, contó el padre de Franciso.

Tras levantarse el confinamiento, el proyecto de la cocina-terapia encontró un espacio más adecuado en el Centro de Vidas Sensorial de Discapacidad, donde se sumaron terapeutas y cuidadores.

Los expertos del centro les recomiendan a sus pacientes la participación en esta terapia, sienten que les dan beneficios físicos y emocionales, en especial, para superar el tiempo del confinamiento.

“Salen de la rutina, se sienten activos para la comunidad. Muchas veces ellos se sienten como alejados y que no sirven para algo. Acá empiezan a hacer, son autónomos”, contó una colaboradora del centro.

Dentro de los beneficiados con el proyecto, está Daisy Mora, quien tiene una discapacidad ocular y perdió su empleo durante la pandemia. Su terapeuta le recomendó unirse a la cocina-terapia para mejorar su estabilidad emocional.

“De por sí es difícil conseguir un empleo y con alguna discapacidad es doblemente difícil. En ese momento sacaron a las personas que menos debieron porque eran vulnerables”, compartió Daisy.

Ella aprovecha las clases para mejorar su propio emprendimiento culinario, pero también ha encontrado su propia inspiración para reponerse después de la pandemia.

“Nosotros no somos ‘pobrecitos’, somos iguales a los demás. Hacemos las cosas diferentes, pero somos iguales a los demás. Seres humanos con derechos y con capacidades diferentes”, resaltó Daisy.

Las clases son gratuitas y Rubier trabaja de forma voluntaria en el centro. Parte de la pensión que obtuvo en la policía se va en comprar los ingredientes para las recetas.

“Para mí es un regalo. Esta cocino-terapia en vez de dársela a ellos, ellos son los que me dan la terapia. Es cocina para el alma. Lo reconforta a uno. Lo llena de mucha satisfacción”, agregó Rubier.

Muchas comidas que se preparan, salen al mercado local, así pueden reunir recursos para mantener el proyecto. Rubier comparte este espacio con su hijo Francisco, que siente el cariño de los otros participantes y de su padre: dispuesto a acompañarlo en todos sus pasos.