Buenos Aires.-

La comunidad japonesa suma en Argentina decenas de miles de personas, y muchas de ellas siguen conservando su cultura y sus tradiciones, que tienen como epicentro un único y tranquilo jardín nipón, de más de cincuenta años de antigüedad, en medio del ruido y el tráfico de Buenos Aires.

En 1967, ante la llegada a Argentina de los príncipes herederos Akihito y Michiko, la colectividad japonesa emprendió la construcción del parque, y treinta años más tarde, cuando el matrimonio regresó, ya como emperadores, fue ampliado hasta las tres hectáreas actuales, que lo convierten en el jardín japonés público más grande fuera del país asiático.

Los cientos de visitantes que recibe cada día recorren una combinación de arquitectura japonesa, con sus característicos techos y puentes, y vegetación originaria de esa nación, como los tres árboles caquis que provienen de otros ejemplares que sobrevivieron a la bomba nuclear lanzada sobre Hiroshima en 1945.

Todos los elementos del jardín están cargados de simbolismo, de acuerdo a la filosofía japonesa: a la isla de los dioses, que domina el centro del recinto, se accede por un peculiar puente curvo, difícil de atravesar porque quiere reflejar los obstáculos de la vida y la complejidad del ascenso a la vida celestial.

Foto: EFE

El conjunto fue diseñado para meditar, «para poder estar en paz y tranquilidad», explica el director de prensa de la Fundación Cultural Argentino Japonesa, Sergio Miyagi, características de la cultura nipona que, bromea, «vienen muy bien» en Argentina por el estrés y el mal momento económico.

Miyagi afirma que el jardín es «el lazo de amistad» entre Argentina y Japón, «que va a perdurar por los siglos», y muestra «la admiración y el respeto» mutuos entre ambas naciones.

Los fines de semana el jardín se convierte en escenario de exhibiciones y talleres de artes marciales como kárate y judo, bonsais, anime, origami o ceremonias del té.

Por: EFE