Un estudio en el que participa el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC) y el Observatorio Astronómico Nacional de Japón ha identificado en los confines de la Vía Láctea un chorro protoestelar de ocho años luz de extensión, casi el doble de la distancia entre el Sol y Alfa Centauri.
El descubrimiento, fruto de observaciones del telescopio James Webb, ha permitido poner a prueba las teorías sobre la formación de estrellas masivas.
En las primeras etapas de su vida, las estrellas expulsan chorros de gas supersónicos de varios años luz de longitud, clave para entender su crecimiento.
Estos chorros protoestelares son una de las manifestaciones más espectaculares del nacimiento estelar y constituyen una pieza clave para entender cómo las estrellas jóvenes regulan su crecimiento, explican los investigadores.
«Gracias a nuestros modelos hemos calculado que la masa de la protoestrella que impulsa este chorro es de unas diez veces la del Sol», señala Rubén Fedriani, investigador del IAA-CSIC y uno de los principales autores del estudio.
El resultado es muy relevante, dice, «porque aún no está claro cómo se forman las estrellas masivas, y la morfología de su chorro pueden dar pistas sobre este proceso».
El hallazgo, captado por el telescopio espacial James Webb, construido y operado conjuntamente por la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Canadiense (CSA), fue fortuito, según explica Yu Cheng, investigador en el Observatorio Astronómico Nacional de Japón y autor principal del estudio.
«No sabíamos realmente que existía una estrella masiva con este tipo de superchorro antes de la observación. Una eyección tan espectacular de hidrógeno molecular desde una estrella de gran masa es algo raro en otras regiones de nuestra galaxia», indica.
La periferia de la Vía Láctea
En concreto, el chorro se ha identificado en una región de formación estelar conocida como Sharpless 284, situada en la periferia de la Vía Láctea.
Esta localización, explica el instituto, es especialmente interesante, ya que en estas zonas galácticas la metalicidad -la proporción de elementos más pesados que el helio, fundamentales para la formación de planetas- es considerablemente más baja que en el resto de la Galaxia.
Aunque este parámetro tiende a aumentar con el tiempo cósmico, a medida que sucesivas generaciones de estrellas liberan productos de fusión nuclear mediante vientos estelares y supernovas, la baja metalicidad de Sharpless 284 refleja su carácter relativamente primitivo, lo que la convierte en un análogo local de los entornos del universo temprano, también pobres en elementos pesados.
“Nuestro descubrimiento está arrojando luz sobre el mecanismo de formación de estrellas masivas en entornos de baja metalicidad, de modo que podemos usar esta estrella como un laboratorio para estudiar qué sucedía en la historia cósmica temprana», afirma Cheng.
Durante más de tres décadas, explican los investigadores, la formación de estrellas masivas ha sido objeto de un intenso debate en la comunidad astronómica.
Este hallazgo supone un avance importante en la comprensión de cómo se forman las estrellas masivas: «Muchas de estas estrellas terminan su vida en forma de supernova, liberando al medio interestelar los elementos pesados que posteriormente se encuentran en la Tierra y en nosotros mismos, por lo que de algún modo, entender este proceso es también entender nuestros propios orígenes», concluye Fedriani.
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