Por: Walter Pengue (Argentina).

 

“El hombre sabio, incluso cuando calla, dice más que el necio cuando habla».

Thomas Fuller (1608-1661)

 

El mundo y América Latina dentro de él, están frente a una gran encrucijada. Mientras desde los foros globales se proponen instancias que aparentemente instalarían una agenda por llegar, con soluciones tanto a la pobreza como a la degradación ambiental, el estancamiento que la región ha tenido en muchas de sus variables ambientales y sociales serios retrocesos que nos dejan un velo de preocupación sobre el cumplimiento de objetivos tan loables.

La llamada Agenda 2030, una Agenda para el Desarrollo Sostenible, fue aprobada por 193 países en septiembre de 2015 por la Asamblea General de las Naciones Unidas. Se establecía allí el intento por lograr una visión transformadora hacia la sostenibilidad económica, social y ambiental y que fuera entendida como una guía de referencia para el trabajo de la comunidad internacional hasta el año 2030.

Para las Naciones Unidas y la CEPAL como su órgano representativo regional, la Agenda 2030 se presenta como una oportunidad histórica para América Latina y el Caribe, ya que incluye temas altamente prioritarios para la región tales como la erradicación de la pobreza extrema, la eliminación del hambre, la gestión adecuada de los recursos naturales,  la reducción de la desigualdad en todas sus dimensiones, un crecimiento económico inclusivo con trabajo decente para todos, ciudades sostenibles y medidas de adaptación al cambio climático, entre otros.

Estos temas prioritarios se vincularon al desarrollo sostenible y a la búsqueda y continuidad por lograr una agenda un poco más exitosa que las fallidas Metas del Milenio. Los puntos abordados se concentraron en lo que se dio en conocer como los Objetivos del Desarrollo Sostenible, planteados para ser cumplidos en 15 años tanto a nivel internacional como particularmente en los niveles nacionales. Son 17 Objetivos por alcanzar, entre los que redundan con relevancia – aunque se pretende desde la agenda global, emularlos a todos de igual forma y nivel – aquellos que promueven una lucha sustantiva contra el hambre, la pobreza, la salud o la clara mejora de una educación de calidad, verdaderas prioridades para la América Latina.

Presentados estos 17 ODSs en cuadrículas de forma igualitaria, pareciera que todos de igual forma y magnitud impactan sobre el conjunto social y ambiental de similar manera. No obstante, cuando se revisan las posibilidades de determinar que es la Naturaleza la que sostiene a la sociedad y a su economía y no al revés, pasamos a comprender a cabalidad la relevancia que los recursos naturales y los ecosistemas que les contienen, los que son la base sustantiva para que tanto la humanidad como todas las otras especies no humanas, puedan funcionar.

Es elocuente el diagrama presentado por el Instituto de Sustentabilidad de Estocolmo y que también delineamos previamente en los términos de la perspectiva que se tiene de la naturaleza sosteniendo a la sociedad y de hecho a la economía en Economía Ecológica, Recursos Naturales y Sistemas Alimentarios, ¿Quién se come a quién? (Pengue 2023) (Figura 1).

 

Figura 1: Los Objetivos del Desarrollo Sostenible, presentados de forma tal en que la Biosfera sostiene tanto a la Sociedad como a la Economía.

Sin embargo, los 17 Objetivos que a su vez tienen 169 metas que deberían ser cumplidas para el 2030, ya se sabe que lamentablemente no podrán ser cumplidos. A tan sólo seis años del cierre de esta nueva Agenda Socioambiental, la realidad es que poco se ha cumplido y se alcanzará a cumplir:

tan sólo poco más del 15 % de las metas – muchas de ellas relacionadas con objetivos propios de los países más desarrollados -, casi el 40 % están estancados o en directo retroceso y alrededor de sólo el 45 % estarían alcanzando metas moderadas, por no decir, parcializadas.

Pero además de ello, la Agenda del Cambio Climático (París 2015) y la de los Objetivos de la Biodiversidad (Kumming-Montreal 2022), suman otras nuevas demandas crecientes que ponen en alerta o deberían hacerlo por su incumplimiento a las agendas globales y nacionales.

A este problema de la agenda global, se suma otro: el del negacionismo extremo, sin ningún basamento científico, en las políticas públicas y partidos de algunos países, tanto ricos (Italia, España, Estados Unidos) como pauperizados (Argentina),  que directamente niegan la existencia del cambio climático antropogénico, la pérdida de la biodiversidad o los propios Objetivos del Desarrollo Sostenible.

Por otro lado, encontramos a los negacionistas de las soluciones que en cada propuesta de mejora ambiental encuentran un problema, a veces más vinculado con las agendas de algunos grupos sectoriales o de sus financiadores que incluso imponen sus normas y lógicas a las propias agenda locales. Y en lugar de resolver, obstruyen solucionar los problemas reales que las regiones – particularmente las más pobres – enfrentan.  La agenda de las “Falsas Soluciones” que critican a las inversiones y alertan sobre las mismas sin ofrecerles alternativas a los pobres del mundo, se alimentan también en otras agendas más complejas que a veces sólo nutren otro tipo de parcialidades, generalmente alojadas en el Norte Global. No es esta la Agenda de necesidades verdaderas de las comunidades locales en el Sur, que necesitan apoyo financiero – sin condicionantes ni imposiciones – para desarrollar lo que podremos llamar Nuestra Propia Agenda 2050.  Y claramente allí alojan las cuatro metas mencionadas precedentemente: fin de la pobreza, el hambre y una mejora sustantiva de la salud y de la educación de calidad. Nada muy nuevo tampoco: 35 años atrás, investigadores del subcontinente sudamericano, reunidos por la CEPAL, argumentaban sobre lo mismo en  Nuestra Propia Agenda sobre desarrollo y medio ambiente (1991).

El dilema es claro y la delgada avenida del medio se está achicando. Ambos negacionismos – incluso vinculados en general con posiciones extremas de derecha o de izquierda en el marco de las miradas políticas convencionales – sólo conllevan a perpetuar una degradación tanto social como ambiental que afecta a las sociedades más pobres y que se encuentran por otro lado, muy alejadas de unas bases científicas sólidas. Ambos negacionismos se sostienen en argumentos alejados de la perspectiva científica e incluso cercanos a teorías esotéricas, conspirativas, sectoriales o politizadas. Lo que sí es real, es que tanto los indicadores biofísicos regionales como locales, están mostrando que la humanidad está ingresando a un cono de sombras y degradación ambiental sin precedentes, del que mucho le costará recuperarse (Figura 2). Siempre que lo logre.

Figura 2: Evolución de los límites planetarios desde la publicación de Rockstrom et al (2009) – A safe operating space for humanity (Nature) hasta la actualidad.

Además, otro esfuerzo por proteger tanto a la biodiversidad como a la sociedad global que esta contiene, también está lamentablemente en riesgo. El Marco Mundial Kunming-Montreal de la diversidad biológica está elaborado en torno a una teoría del cambio que reconoce que se requieren medidas normativas urgentes a nivel mundial, regional y nacional para lograr el desarrollo sostenible, a fin de reducir y/o invertir los efectos de los cambios indeseados que han exacerbado la pérdida de diversidad biológica, con miras a permitir la recuperación de todos los ecosistemas y hacer realidad la visión del Convenio de vivir en armonía con la naturaleza antes de 2050. La misión del Marco para el periodo hasta 2030 – hacia la visión para 2050 – consiste en adoptar medidas urgentes para detener e invertir la pérdida de diversidad biológica a fin de encauzar la naturaleza en el camino hacia la recuperación en beneficio de las personas y el planeta, conservando y utilizando la biodiversidad de forma sostenible, y velando por la participación justa y equitativa en los beneficios que se deriven de los recursos genéticos, y al mismo tiempo proporcionando los medios necesarios para la implementación (ONU).

La mayoría de los objetivos de la Agenda 2030, de la del cambio climático, del acuerdo mundial por la biodiversidad, componen escenarios integradores que

tienen en sus agendas – en forma directa o indirecta, según el caso –  formas para enfrentar la multicomplejidad de la pobreza y el hambre.

El cambio climático está afectando negativamente a la resiliencia de los ecosistemas y los agroecosistemas. En general a nivel mundial, el aumento de la producción de alimentos ha mejorado la salud, reducido la mortalidad infantil y alargado la esperanza de vida humana en los últimos cinco decenios. El mundo no enfrenta hasta ahora, hambrunas siniestras como las que padeció hasta hace muy pocas décadas. Pero no todos ciudadanos disponen de alimentos suficientes y saludables. El hambre ha aumentado, impulsada principalmente por el cambio climático, el crecimiento demográfico, los conflictos armados y la pandemia de enfermedades como el coronavirus. Además, también están aumentando las dietas menos diversas, caracterizadas por un consumo intensivo de carnes rojas y especialmente de alimentos ultraprocesados.

Las dietas poco saludables y las distintas modas alimenticias,  son una de las principales causas de enfermedad en todo el mundo, y las dietas saludables suelen ser más sostenibles desde el punto de vista ambiental, pero a menudo son menos accesibles, en particular para los pobres debido a la falta de ingresos y los elevados precios de alimentos de mayor calidad y con el adecuado contenido nutricional.

Pero existe un conductor indirecto – llamado driver – que es el que conduce para bien o para mal, la posibilidad de éxito de perspectivas de esta índole. Y esto es el actual modelo económico de consumo. Nos estamos comiendo el mundo y entre nosotros.  Una economía que hasta ahora, ha vivido alejada del ambiente y del bienestar general del colectivo social, sino concentrada en otras cuestiones, quizás necesarias, pero no tan urgentes como la propia supervivencia.

Los sistemas económicos y financieros actuales privilegian a un pequeño número de actores cuyos valores y acciones que maximizan la producción y las ganancias, a menudo centrados en flujos y beneficios singulares  pero que exacerban los resultados e interacciones negativos sobre factores ambientales y sociales, especialmente grupos específicos como el de los niños, los mayores y las mujeres.

Es imprescindible para lograr cambios una gran transformación. Quizás incluso como dicen algunos autores, entre ellos el mexicano Enrique Leff Zimmerman,  un cambio civilizatorio. Y no solamente llevar a la sociedad a una nueva transición que solamente aplique una cosmética verde para iniciar otro ciclo de destrucción de la naturaleza. Los cambios más transformadores deben considerar otras medidas alternativas de prosperidad económica y de inclusión de valores y actores plurales fuera de los sectores económicos y financieros tradicionales. Y también de las lógicas de las agendas del Norte Global.

Es claro que la Agenda 2030 no ha logrado encontrarse hasta ahora con la profunda cuestión vinculada a la reducción de la pobreza y del hambre.  A nivel mundial el estancamiento y el retraso general de la Agenda es notable. Es la propia ONU la que advierte que la pandemia del coronavirus y la triple crisis del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la contaminación están teniendo repercusiones devastadoras y duraderas. Esto se ha visto amplificado por la invasión rusa de Ucrania y las nuevas tensiones en el Golfo Pérsico, que han provocado el aumento de los precios de los alimentos y la energía, así como del costo de la financiación, creando una crisis mundial del costo de vida que afecta a miles de millones de personas.

En su reporte de avances de los ODSs se destaca que los países en desarrollo se llevan la peor parte de frente a la incapacidad colectiva para invertir en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Muchos se enfrentan a un enorme déficit de financiación, afrontan costos elevados por los servicios de la deuda y están fuertemente dependientes de inversiones extranjeras, que acceden a sus recursos a valores viles. El endeudamiento es creciente tanto frente a los países poderosos de Occidente y sus Bancas como con la transferencia y compra de deudas con China.

Un examen de la realidad de los progresos alcanzados en los ODS a mitad del camino hacia el año 2030 revela retos importantes. Los últimos datos y evaluaciones a nivel mundial muestran un panorama preocupante: de las aproximadamente 140 metas que pueden evaluarse, la mitad presentan desviaciones moderadas o graves de la trayectoria deseada. Además, más del 30 % de estas metas no experimentaron ningún avance o, peor aún, retrocedieron por debajo de la línea de base de 2015. Esta evaluación subraya la urgente necesidad de intensificar los esfuerzos para garantizar que los ODS mantengan su rumbo y avancen hacia un futuro sostenible para todos (Figura 3).

Figura 3. Grado de cumplimiento de los ODSs a nivel mundial en porcentaje.

 

Muy lejos está la humanidad en terminar con la pobreza. Si se mantienen las tendencias actuales, 575 millones de personas seguirán viviendo en la pobreza extrema y solo un tercio de los países habrán reducido a la mitad sus niveles nacionales de pobreza para el año 2030.

El número de personas que padecen hambre e inseguridad alimentaria no dejó de aumentar desde 2015, y la pandemia, los conflictos, el cambio climático y las crecientes desigualdades agravaron la situación. En 2022, casi el 10 % de la población mundial se enfrentaba al hambre crónica, lo que equivale a unos 735 millones de personas. Prácticamente el 30 % de la población mundial —2400 millones de personas— padecía inseguridad alimentaria moderada o grave, lo que significa que no tenía acceso a una alimentación adecuada. En 2022,  45 millones de niños menores de 5 años sufrían emaciación, 148 millones padecían retraso de crecimiento y 37 millones tenían sobrepeso. Es evidente que no llegaremos, pues es necesario un cambio fundamental de trayectoria.

Para lograr el hambre cero en 2030, hubiera sido imprescindible tomar medidas coordinadas urgentes e implementar soluciones normativas que aborden las arraigadas desigualdades, transformen los sistemas alimentarios, inviertan en prácticas agrícolas sostenibles, y reduzcan y mitiguen los efectos de los conflictos y la pandemia en la nutrición y la seguridad alimentaria mundiales.

Países paradigmáticos en la producción de alimentos no escapan a esta coyuntura actual. Argentina, la tierra de las carnes y las mieses, hoy en día tiene una compleja situación social. Mientras por el otro lado, las exportaciones de granos y carnes, en muchos casos a costa de la propia degradación ambiental continúan creciendo. En la Argentina, UNICEF lanzó la campaña “El hambre no tiene final feliz” (UNICEF 2024) para advertir sobre la situación de pobreza que enfrentan chicas y chicos desde hace décadas y llamar a la población a contribuir para mitigar esta realidad. Insólitamente, los datos emulan abordajes y tratamientos para paliar la cuestión, como si el país no tuviera recursos naturales, humanos o financieros para resolverlo.

Como si fuera Somalia o Sudán, cada día, un millón de chicos se van a la cama sin cenar en el país, según un estudio publicado por la organización. Más de siete millones de ellos viven en la pobreza monetaria. El aumento de los precios y el estancamiento económico desde hace más de una década han incidido en la capacidad de generación de ingresos de millones de hogares. En el caso de las personas adultas que viven en esos hogares y que se saltean alguna comida, el número se eleva a 4.5 millones, en muchos casos porque priorizan que sus hijos o hijas puedan alimentarse.

El estudio también muestra que unos 10 millones de niños en Argentina comen menos carne y lácteos (2024) en comparación al año pasado por falta de dinero, en un contexto en el que, además, los ingresos de casi la mitad de los hogares con niñas y niños no alcanzan para cubrir gastos básicos de alimentación, salud y educación. No funcionan aquí, las sugerencias “europeas” de reducir el consumo de carne de res, de huevos o de leche.  Sino todo lo contrario. Los niños necesitan de proteína animal de alta calidad. Y nutrientes de la misma forma. No solamente mejorados energéticos de comida vacía.

La pobreza afecta especialmente a las personas que viven en hogares con menor acceso educativo, a los hogares monomarentales con jefatura femenina, a los ancianos con ingresos pauperizados o cuando viven en barriadas populares con restringidos recursos económicos.

Hasta ahora, la conocida Agenda 2030 no concretará prácticamente ninguno de sus Objetivos y Metas de forma completa.  Y los que se cumplan lo lograrán en los países más desarrollados, a través de una ingente inyección de fondos frescos. Una Agenda que sí justificó en muchos de sus casos, necesidades ambientales impostergables para lograr una estabilidad planetaria en un mundo en crisis. Incluso en momentos en que son ya varias las voces que hacen una crítica velada o no, sobre la ineficiencia de la ONU para plantear solución a los grandes problemas de la humanidad.

El fracaso no debería amilanarnos, sino motivarnos. La pregunta por hacerse es si el mundo, estaría mejor, sin el accionar de la ONU y dejar de contar al menos con la enorme cantidad de reportes y datos científicos que tenemos sobre el clima, la biodiversidad o el cambio ambiental global. Evidentemente, no.  Desde la ciencia sabemos como contribuir a resolverlo y las opciones de respuesta que podrían llevarnos a un sendero de armonía con la naturaleza, como ha dicho la célebre científica y luchadora ambiental Vandana Shiva: Haciendo las paces con la tierra (2013).

Claramente con esta Agenda 2030 está quedando mucha gente atrás sobre un ambiente también destruido. La intransigencia de uno u otro sector y los antagonismos y negacionismos públicos y de las políticas le están haciendo mucho daño tanto a la sociedad como a la naturaleza. La premiada con el Nobel de Economía 2009, una de las mayores referencias en Economía Ecológica,  Elinor Ostrom lo planteaba claramente al focalizarse en el manejo colectivo de los bienes comunes. En la relevancia del papel de lo comunitario por sobre el egoísmo y el éxito de unos pocos.

Siguiendo el lema de la propia ONU, “no dejar a nadie atrás”, deberían los decisores de políticas públicas y las comunidades que les apoyan, reflexionar profundamente sobre el necesario cambio trascendental que necesitan nuestras sociedades para vencer la hipocresía social y no seguir dejando atropellados a miles de millones, que ya no tienen fuerzas para alcanzarnos…

 

Fuentes de base:

CEPAL (1991). Nuestra propia agenda sobre desarrollo y medio ambiente.

ODS UN (2023). Informe de los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2023: Edición especial. Por un plan de rescate para las personas y el planeta. https://www.un.org/sustainabledevelopment/es/progress-report/

Pengue, W.A. (2023). Economía ecológica, recursos naturales y sistemas alimentarios ¿Quién se come a quién?. https://ppduruguay.undp.org.uy/wp-content/uploads/2023/04/Economia-Ecologica-Recursos-Naturales-y-Sistemas-Alimentarios.-Quien-se-Come-a-Quien.pdf

UNICEF (2024). El hambre no tiene final feliz.  https://www.unicef.org/argentina/comunicados-prensa/el-hambre-no-tiene-final-feliz-la-nueva-campania-de-unicef-argentina#:~:text=Buenos%20Aires%2C%2012%20de%20agosto,contribuir%20para%20mitigar%20esta%20realidad.

The real 2030 (2024). Los Objetivos reales de la Agenda 2030. (La agenda negacionista).  https://thereal2030.org/