En vacaciones nos libramos de los rígidos horarios, las prisas y obligaciones del resto del año y el nivel de estrés va disminuyendo paulatinamente, aunque los primeros días nos cueste desconectar. Pasamos más tiempo en exteriores, sin hacer nada, contemplando el paisaje o soñando despiertos. Podemos sucumbir sin remordimiento a la saludable siesta, tan beneficiosa para la memoria. Todo ello supone un respiro para el cerebro, que aprovecha para hacer su puesta a punto pasando más tiempo en modo predeterminado, una especie de servicios mínimos, mientras nada atraiga nuestra atención.

Es posible que ya unos días antes de iniciar las vacaciones seguramente hayamos dejado volar la imaginación en el trabajo, pensando en el descanso estival. Estas distracciones involuntarias son ‘intromisiones’ de la red neural predeterminada o por defecto (default mode), que se pone en marcha cuando soñamos despiertos. Esos ensimismamientos, además, ponen en marcha al neurotransmisor dopamina, que nos motiva y nos hace desear las vacaciones con más fuerza aún.

 

La supervisión de la corteza prefrontal

 

Ya en nuestro destino de descanso, el cerebro facilita un estado más relajado, ahora sin cortapisas al ponerse en ‘modo vacaciones’, en un entorno que invita a liberarse de la férrea supervisión de la corteza prefrontal, activa durante el resto del año para planificar tareas, horarios, tomar decisiones o mantener a raya las emociones, entre otras funciones.

En ‘modo vacaciones’ el cerebro se libera de la férrea supervisión de la corteza prefrontal, activa durante el resto del año para planificar tareas, horarios, tomar decisiones o mantener a raya las emociones

Aunque el cerebro nunca descansa, ni siquiera cuando dormimos, en vacaciones utiliza con frecuencia una red neuronal que se pone en marcha precisamente cuando no tenemos nada que hacer. Un ‘modo predeterminado’ de funcionamiento cerebral muy saludable que favorece la ensoñación, la divagación mental, el recuerdo de experiencias personales, la autorreflexión, y la previsión del futuro. En definitiva, lo que comúnmente llamamos estar en Babia.

 

Tiempo para estar ‘en las nubes’

 

“Menos ocupados en tareas concretas que atraigan nuestra atención, tenemos más tiempo para estar ‘en las nubes’, o sea en modo por omisión (default mode), un estado muy saludable para el cerebro. Fantasear nos permite también simular situaciones sociales o situaciones futuras, y contribuye a un comportamiento más ajustado”, comenta Carmen Cavada, catedrática de anatomía humana y neurociencia de la Universidad Autónoma de Madrid.

Esta red, que se describió por primera vez hace solo un par de décadas, está formada por un gran grupo de regiones de nuestro cerebro que se ‘encienden’ cuando soñamos despiertos o rememoramos recuerdos. Está más activa cuando el cerebro no está concentrado en el mundo exterior, y también durante los estados de procesamiento sensorial pasivo, explica Vinod Menon, neurocientífico de la Universidad de Stanford que la describió por primera vez hace 20 años. Su descubrimiento ha revolucionado la comprensión del funcionamiento del cerebro humano y cada vez atrae más la atención de los neurocientíficos.

En palabras de Menon, la red neural por defecto integra la memoria, el lenguaje y su procesamiento para crear una ‘narrativa interna’ coherente que refleje nuestras experiencias individuales. Esta narrativa es fundamental para la construcción del yo, cómo nos percibimos a nosotros mismos e interactuamos con los demás y es un componente vital de la conciencia humana, indica Menon en una revisión publicada en Neuron en 2023.

El mal funcionamiento de esta red está implicada en procesos cognitivos de orden superior está alterado prácticamente en todos los trastornos psiquiátricos y neurológicos, entre ellos en la enfermedad de Alzheimer, la depresión y la esquizofrenia. Y en las personas propensas a la ansiedad, esta red no se desactiva lo suficiente cuando estamos concentrados en una tarea, por lo que se producen distracciones que llevan a cometer más errores.

 

Más creatividad

 

Un trabajo de junio de este año publicado en la revista Brain, señala que esta red funciona todo el tiempo, aunque con distinto grado de activación y mantiene conexiones con el resto de redes neuronales del cerebro implicadas en funciones superiores. Así permite mantener un flujo espontáneo de consciencia.

La ‘cuna’ de la creatividad, sería este estado del cerebro cuando no hace nada concreto, y no solo está asociada con la red por defecto, sino que depende fundamentalmente de ella, aclara Ben Shofty, neurocirujano experto en neurociencia de sistemas de la Universidad de Utha que lideró el trabajo publicado en Brain.

Pero esa creatividad ‘gestada’ durante las vacaciones no se experimenta inmediatamente, salvo momentos eureka, según otro trabajo de 2021 en la revista Frontiers in Psychology, sino que precisa unos días después de la vuelta a la rutina diaria y retomar el trabajo para manifestarse.

Es más, podemos aprovechar el periodo vacacional –como período consecutivo más largo de tiempo libre no estructurado– para ejercitar esta red predeterminada. Según apunta una investigación publicada en Frontiers in Human Neuroscience, las técnicas de meditación no directiva, que se basan en permitir que los pensamientos, imágenes, sensaciones, recuerdos y emociones surjan espontáneamente, activan la red neuronal por defecto y las áreas asociadas con la recuperación de la memoria y el procesamiento emocional, y con ello facilitan el procesamiento mental de las experiencias emocionales, contribuyendo al bienestar y al manejo del estrés.

 

Aumento de las sinapsis

 

Pero tampoco hay que tomar al pie de la letra lo de no hacer nada. Porque lo que más perjudica a las neuronas, junto con el estrés, es el aburrimiento, advierte Carmen Cavada. El mero hecho de cambiar de ubicación, aunque sea por unos días, estimula el cerebro y potencia las regiones asociadas con el aprendizaje, la memoria, la creatividad, el pensamiento crítico.

Pero también es importante realizar actividades diversas, tanto físicas (el ejercicio reduce el estrés), como intelectuales (leer es una de las mejores formas de mantener el forma al cerebro y fomenta la empatía y la imaginación). Sin olvidarnos de las relaciones sociales, un factor que disminuye el riesgo de desarrollar alzheimer.

 

Reiniciar los ritmos circadianos

 

Trabajamos la mayor parte del año en espacios cerrados y la baja exposición a la luz diurna es un factor de riesgo ambiental importante para el estado de ánimo, el sueño y los ritmos circadianos, según un estudio de 2021 publicado en el Journal of Affective Disorders.

El núcleo supraquiasmático del hipotálamo es el marcapasos circadiano, que sincroniza su actividad neuronal con el ciclo externo de luz-oscuridad y regula los ritmos diarios, la fisiología y el comportamiento estacional. En este sentido el catedrático de la Universidad de Murcia Juan Antonio Madrid, uno de los mayores expertos en cronobiología, la ciencia que estudia los ritmos circadianos, enfatiza la necesidad de pasar más horas al aire libre para sincronizar en su último libro, Cronobiología: una guía para descubrir tu reloj biológico.

Madrid destaca el contrasentido que nos impone el trabajo en la ciudad, donde vivimos en el interior de edificios sin salir a la calle, con baja luz. Pero de noche, sin embargo, encendemos las luces hasta iluminar el cielo nocturno y nos conectamos a pantallas que alteran el ritmo de sueño.

 

Los espacios naturales protegen el cerebro

 

Según un artículo publicado en Nature Neuroscience en 2019, las ciudades, como entornos evolutivamente recientes provocan que los residentes urbanos tengan en promedio entre un 20% y un 40% más de probabilidades que los de zonas rurales de desarrollar ansiedad, estrés o trastornos del estado de ánimo.

Por el contrario, el trabajo apunta que el contacto con zonas verdes supone un beneficio afectivo que se relaciona con una menor actividad de la corteza prefrontal del cerebro (la que planifica y toma decisiones) durante el procesamiento de las emociones negativas, lo que sugiere que la exposición a los espacios verdes puede ser un factor compensatorio de una menor capacidad de regulación neuronal.

Los motivos los apunta el neurólogo José Ángel Obeso, director del Centro Integral en Neurociencias HM-CINAC y académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina Española. Obeso es también asiduo de los espacios verdes y azules (mar y montaña) del Camino de Santiago, que ha recorrido en varias ocasiones.

El cerebro es más vulnerable en la ciudad, sometido a una hiperactividad mantenida, trabajando en multitarea, siempre conectado con la digitalización

José Ángel Obeso, director del Centro Integral en Neurociencia

 

De ahí que “un cambio de escenario de la ciudad a un entorno natural, con ritmo más lento, suponga un respiro para el cerebro. En contacto con la naturaleza el ser humano se encuentra en su elemento, porque es el lugar en el que hemos evolucionado durante cientos de miles de años” explica el neurólogo.