Pálpite, Cuba.
Tan pronto se posa en una rama, remonta el vuelo batiendo sus diminutas alas. En Pálpite, al suroeste de Cuba, el jardín de Bernabé Hernández se transformó en un refugio para el colibrí abeja, el ave más pequeña del mundo.
«No nos cansamos. Siempre hay algo nuevo que descubrir», asegura este septuagenario hombre de campo, mientras observa cómo dos ejemplares se abalanzan sobre un pequeño bebedero suspendido en el jardín de su casa.
Endémico de Cuba y considerado el pájaro más pequeño del mundo, el colibrí abeja (Mellisuga helenae) mide entre 5 y 6 centímetros, y su peso oscila entre 1,6 y 2,5 gramos.
Los cubanos lo llaman «zunzuncito«, diminutivo de zunzún, nombre genérico que dan a la especie, y onomatopeya derivada del zumbido que producen sus alas cuando vuela e incluso cuando está en suspensión libando en las flores. Este aleteo puede alcanzar las 100 veces por segundo.
En el sombreado jardín, donde florecen árboles de mango, guayaba y aguacate, media docena de estos colibríes revolotean a toda velocidad ante la mirada de algunos turistas, que se apresuran a tomarles fotos.
Hernández y su esposa, Juana Matos, no tenían la menor intención de convertir su jardín en este observatorio, pero terminaron bautizando su morada como «La casa de los colibríes».
Todo empezó hace más de 20 años, cuando Hernández debió comenzar de cero, después de que el poderoso huracán Michelle destruyera su casa, ubicada en un paraje de la Ciénaga de Zapata, el mayor humedal del Caribe.
El gobierno le asignó entonces un terreno y materiales para que construyera una nueva en el pueblo de Pálpite, en los límites del humedal.
«Me mudé aquí pero no había aves», cuenta Hernández. «Sembré un ponasí para que le diera sombra a la casa y atrajo a algunos pájaros», añade, refiriéndose a ese arbusto silvestre (Hamelia patens), cuyo fruto tiene fama de cautivar a las aves.
«Insecto»
Lo que desconocía Hernández es que al zunzuncito, también conocido en la isla como picaflor o pájaro mosca, le fascina el néctar de las flores color bermellón del ponasí. Atraídos por el jugo azucarado, los primeros golosos no tardaron en aparecer.
«Cuando vi un zunzuncito por primera vez, pensaba que era un insecto», comenta Hernández. Fue entonces que decidió sembrar otros arbustos de ponasí, que tienen la particularidad de florecer durante todo el año.
Gradualmente, estas plantas fueron atrayendo a los colibríes que anidan en un bosque contiguo a la casa.
Además del zunzún, en el jardín de Hernández hay otra especie de colibrí ligeramente más grande (10 cm) y más común, el esmeralda de Ricord (Riccordia ricordii), que también habita en otras pequeñas islas vecinas del Caribe.
Gracias a los consejos de los guías del Parque Natural Ciénaga de Zapata, famoso por su notable diversidad biológica y especies de aves (175, tanto migratorias como endémicas), la pareja aprendió a preparar la mezcla precisa de agua y azúcar que vierten en los bebederos y a limpiarlos cuidadosamente para evitar los hongos.
Para Orestes Martínez, también oriundo de la Ciénaga de Zapata y reputado ornitólogo aficionado, que incluso sirve de guía a los científicos que visitan la zona, el refugio de Hernández resulta beneficioso para el colibrí.
«Le proporciona protección al ave. Durante la reproducción, la hembra coge con más facilidad la comida a los pichones», explica el guía.
El Mellisuga helenae está clasificado como una especie «casi amenazada», según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN, siglas en inglés), que cifra su población en Cuba entre 22.000 y 66.000 ejemplares.
Martínez recuerda que cuando el huracán Michelle azotó la zona en 2001, «desapareció el zunzuncito. No había flores. Murieron muchos».
Aunque a Hernández le resulta imposible saber cuántos colibríes visitan su jardín cada día, pues su enérgico movimiento impide contarlos, afirma que los ve durante todo el año. «Es una alegría saber que tenemos el pájaro más pequeño del mundo», concluye emocionado.
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