París, Francia.
Los científicos Geoffrey Hawtin y Cary Fowler, que reciben el jueves el Premio Mundial de la Alimentación, tienen la misma vocación: salvaguardar el máximo de semillas posibles para en un futuro aprovechar sus características genéticas como su resistencia al calor o las enfermedades.
Su gran hito es haber participado en la creación de una reserva mundial en el archipiélago noruego de Svalbard, en el Ártico, una especie de caja fuerte gigante de semillas cavada en un glaciar que actualmente almacena 1,25 millones de muestras.
El objetivo es conservar de forma segura el mayor número de semillas agrícolas posibles, explica a la AFP Geoffrey Hawtin, un agrónomo británico-canadiense de 75 años, en una entrevista por videoconferencia junto a su colaureado.
«Lo que ha cambiado un poco desde su apertura en 2008 es lo que entra», explica. Si al principio recogían sobre todo semillas de plantas «domesticadas» como el trigo o la cebada, la reserva acoge cada vez más especies salvajes.
Estas a menudo tienen «genes particularmente interesantes de cara al cambio climático», subraya.
– Edición genética –
La domesticación de las plantas es «resultado de miles de años e incontables experimentos», recuerda Cary Fowler, un científico estadounidense especializada en semillas.
Sería «arrogante» pensar que las herramientas actuales de ingeniería genética, incluso las más sofisticadas, podrían reproducir «antes de mucho tiempo» esta riqueza, afirma el experto de 74 años.
«Y es mucho más caro que conservar la diversidad de semillas en estos bancos» especializados, afirma.
La edición genética «desempeñará un gran papel, (pero) el problema es saber qué editar», añade Hawtin.
«La respuesta de una planta al cambio climático, que puede traducirse en calor, frío, sequía o inundaciones, depende de decenas de miles de genes», explica.
Incluso recurriendo a la inteligencia artificial, «dudo que un día podamos comprender totalmente todas sus interacciones».
Este agrónomo prevé en cambio un auge de los bancos digitales de semillas, donde se almacenarán informaciones que detallen las características genéticas de las distintas plantas.
– «Como un seguro de coche» –
Los dos laureados empezaron su carrera en los años 1970.
Entonces su objetivo no era adaptarse al cambio climático, sino producir la mayor cantidad posible de trigo, maíz o arroz.
«Veíamos la hambruna en Etiopía, en India. Nuestro problema inmediato era llenar los estómagos», recuerda Cary Fowler.
Para conseguirlo, los expertos de la época recomendaban apostar por las semillas de mayor rendimiento y recurrir masivamente a abonos y pesticidas.
No fue hasta más tarde que comprendieron la importancia de desarrollar sistemas agrícolas más sostenibles y ampliar el panel de plantas cultivables, asegura Fowler, que ahora ejerce de enviado especial de Estados Unidos para la seguridad alimentaria en el mundo.
Desde este cargo promueve las plantas tradicionales en África, a menudo ignoradas por los programas de investigación a favor del maíz, el trigo y el arroz, pero potencialmente más nutritivas y adaptables al medioambiente.
Por su parte, Hawtin comenzó su carrera en Oriente Medio buscando agricultores para recoger semillas en Afganistán, Etiopía, Líbano o Jordania y después cruzarlas.
Al no querer lanzarlas, comenzó a conservarlas.
Tres décadas más tarde, la guerra en Siria forzó al banco de semillas de Alepo, donde había trabajado un tiempo, a evacuar de forma urgente sus muestras. Muchas fueron enviadas a la reserva de Svalbard.
Algunas ya han sido retiradas de este banco ártico y se han enviado a colecciones en Marruecos y Líbano.
«Hace dos semanas, en Marruecos, vi cientos de estas semillas que se plantaban en los campos para probar su resistencia frente a la sequía», afirma Hawtin.
Pero esta utilidad de la reserva mundial deja inevitablemente un gusto amargo.
«Es como un seguro de coche. Preferirías no tener que usarlo», explica Fowler. «Desgraciadamente, probablemente vamos a tener cada vez más conflictos o desastres naturales que pondrán en peligro los bancos de semillas«, dice.
El galardón recibido por estos dos hombres se entrega desde 1986 a personas que hayan mejorado la calidad, la cantidad o la accesibilidad de la comida en el mundo.
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