Frente a la sobrepoblación y demanda de viviendas en distintas ciudades de América Latina, y la creciente generación de residuos plásticos, distintas iniciativas de la academia, el gobierno y la sociedad civil están revalorizando diferentes tipos de residuos, desde los plásticos hasta los escombros, para transformarlos en materiales de construcción.

En varios de estos proyectos participan ciudadanos, muchos de ellos sin estudios o con preparación técnica básica, cuya percepción de los desechos se ha transformado a raíz de que se volvieron parte del proceso que los recupera y los convierte en algo útil.

“He aprendido mucho sobre cómo tratar los residuos de cada casa para poder reducir el impacto que la basura genera en el ambiente”, dijo Javier Sebastian Folmer, habitante del municipio de Crespo, en la provincia de Entre Ríos, Argentina, quien se encarga del Parque Ambiental de la municipalidad.

En ese sitio se reciben mensualmente entre 3.000 y 5.000 kilos de botellas de PET (tereftalato de polietileno) que desechan los 23 mil habitantes de Crespo. Estas botellas pasan por un proceso de triturado y compresión en una planta recicladora para transformarlas finalmente en cerca de 10 mil ladrillos.

Para Folmer, participar en este proceso ha sido revelador. “Yo creo que de alguna manera cambié la forma de consumir. Por ejemplo, a cada lugar que voy, llevo mi propia bolsa reutilizable. Sé que de esa forma evito el uso de polietileno o puedo ofrecer otra oportunidad a los envases para evitar darles solo un uso y que terminen en la basura”, añade Folmer, quien tiene estudios secundarios truncos de técnico electromecánico.

La “ciencia” que le dio vida a esta planta salió del Centro Experimental de la Vivienda Económica (CEVE), en Córdoba. El CEVE es una dependencia del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y de la Asociación de Vivienda Económica (AVE), dedicada a desarrollar conocimiento y tecnología para crear hábitats sustentables y transferirlos en beneficio de sectores populares.

Ahí, la investigadora María Paz Sánchez Amono emplea caucho triturado que proviene de los neumáticos fuera de uso, así como plásticos varios de caños, bolsas y bidones descartados. Luego de caracterizarlos con ensayos físicos, químicos y mecánicos, pasan por un proceso de termomoldeo y compactación, y se convierten en tejas con caucho y materiales de construcción de plástico reciclado. El termomoldeo es una técnica que permite obtener piezas de diferente tamaño con relativamente poco material.

Este tipo de procesos son transferidos luego a gobiernos, empresas y organizaciones para que construyan sus propias plantas de reciclaje, como la de Crespo. “Todos los proyectos están relacionados con la comunidad, fundaciones, empresas, gobiernos locales. Se trabaja a través de la modalidad ‘transferencia tecnológica’ acompañando y asesorando a los diferentes actores destinatarios. A lo largo de todo el territorio argentino, existen proyectos sociales, ambientales y viviendas realizadas con sistemas y componentes de CEVE”, dijo.

Esta transferencia ha permitido que habitantes de distintas partes del país se apropien de la tecnología y trabajen con ella para reducir residuos, pero también para cobrar conciencia de la importancia de transformarlos en algo útil.

“La planta nos cambió la perspectiva. La basura ya no es basura sino un recurso aprovechable al que se le puede sacar mucho provecho todavía. Hoy ya es parte de nuestra idiosincrasia”, dijo Gabriel Fontana, habitante de Crespo, quien está a cargo de la planta recicladora.

“Al trabajar aquí, me acerco mucho a las cuestiones ambientales y pude darle otra dimensión a todo lo que se trata de cuidado ambiental. Una cosa es verlo, pero vivirlo y practicarlo es otra cosa. Es muy lindo poder ver los resultados”, coincidió Folmer.

Para Jerónimo Kreiker, quien también trabaja en el CEVE y se encarga de llevar a cabo estas transferencias tecnológicas, “este tipo de proyectos en el medio y largo plazo tiene un impacto mucho más importante en la sociedad, porque genera puestos de trabajo, ayuda a revalorizar los residuos y mejora la gestión ambiental en todo sentido (…) Son tecnologías sencillas de bajo costo de inversión, pero con un enorme impacto en lo social y ambiental para cualquier sociedad”, aseguró.

Eso lo ha vivido Roger Mori, en Perú, quien se dedica a la gestión de residuos para la construcción a través de CICLO, una empresa que fundó en 2015 con el fin de retirar los residuos de construcción (concreto, varillas, arena, grava, entre otros) y generar con ellos agregados reciclados para la construcción.

Aunque la empresa es pequeña, con apenas 12 trabajadores, ha sido la fuente de empleo para personas de escasos recursos como Eladio Casahuamán, oriundo de Cajamarca, en el norte del país. “No estudié porque mi mamá murió y ya no puede estudiar, me dediqué a trabajar en el campo, sembrar papas, maíz, trigo (…) a los 17 empecé a trabajar en la construcción».

Eladio entró a CICLO en 2016 y aprendió a hacer todo el proceso: desde que llega el escombro hasta que se convierte en agregados reciclados con los que se pueden hacer pavimento, losas, jardineras. Se comunica con dificultad, pero dice que lo importante es que tiene empleo y que sus hijos están en la escuela.

Casas hechas de residuos

El hecho de que la gente se apropie de la tecnología y transforme y reúse sus propios residuos para hacer nueva materia prima es sólo la mitad del proceso. La otra parte está en el uso de estos materiales, que están sirviendo para construir viviendas con el fin de reducir el déficit habitacional.

“En Argentina, la falta de acceso a la vivienda afecta a casi todos los sectores de la población. No son suficientes los programas sociales de planes de viviendas, falta acceso al crédito, etcétera”, señaló Sánchez Amono.

Y no es el único país con ese problema. De acuerdo con datos de 2023 de CAF Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, 23 millones de personas son afectadas actualmente por un déficit cuantitativo habitacional (falta de vivienda) y otras 46 millones enfrentan un déficit cualitativo, caracterizado por deficiencias en los materiales y falta de acceso a los servicios básicos dentro de la vivienda.

“También en Crespo hay un déficit habitacional. Cada vez somos más, y está llegando más gente. Entonces la idea es tener esas casas para adultos mayores de bajos recursos y darles una opción para vivir”, contó Raquel Gorostiaga, responsable del proyecto por parte del municipio de Crespo, donde este año se inaugurarán cinco de estas casas.

En la región hay otras iniciativas que están reutilizando residuos para la construcción de viviendas. En Colombia, desde 2016 la Fundación Botellas de Amor ha recolectado más de 4.000 toneladas de residuos plásticos flexibles y más de 2.900 toneladas de plástico usado en la industria.

En la planta de la Fundación lo trituran y comprimen para generar estructuras hechas al 100 por ciento de plástico reciclado y construir con ellas viviendas, parques infantiles y hasta aulas en forma de domo. Desde que empezaron han hecho más de 500 obras sociales que incluyen 90 viviendas para personas de escasos recursos de lugares como Cartagena, San Andrés Islas y Providencia, y La Guajira.

Una de esas personas es Juan Felipe Román Sánchez, agricultor orgánico de la comunidad de El Retiro en el departamento de Antioquia. Él vivía en una recámara en la casa de sus padres y no tenía la posibilidad de alquilar una casa para poder vivir con su esposa y su hijo. Pero en octubre de 2019 fue seleccionado por la Junta de Acción Comunal de La Vereda El Chuscal para adquirir una vivienda de interés rural construida por Botellas de Amor.

“Cuando me dijeron que era una casa hecha de plástico, no sabía qué era eso. Imaginaba que era un invernadero como los que usamos para los cultivos”, recuerda Román. Pero resultó ser una casa funcional: “nos cambió la vida, de no ver a mi hijo y esposa por horas a poder vivir juntos, y justo antes de la pandemia, fue una gran felicidad”,enfatiza.

Ahora, Juan Felipe está orgulloso de tener una casa hecha de residuos. “Todo aquello que logre contribuir a generar un menor impacto al ambiente es muy bienvenido. Yo creo que en [Fundación Botellas de Amor] encontraron una gran solución, primero para el planeta, y segundo, habitacional, para las familias de escasos recursos que requieren una vivienda digna. Es una doble ganancia”, aseguró.

Quienes llevan a cabo la recolección de plásticos para que personas como Juan Felipe tengan su casa son miles de ciudadanos colombianos que los almacenan en botellas de PET y que luego depositan en los más de 300 puntos de acopio de Botellas de Amor.

“Al principio nos decían: ‘el que la gente llene una botella con plástico es muy difícil, nunca van a lograr cambiar la cultura de la gente’. Pero empezamos a comunicar la idea, y decirle que ese plástico que bota a la basura está llegando a rellenos sanitarios y océanos. Íbamos a colegios, empresas”, contó Kelly Rodríguez, ingeniera ambiental y cofundadora de la organización.

“Y de pronto la gente empezó a llenar botellas de amor de una forma que no nos imaginábamos. Hoy ya no tenemos que buscar más plástico porque nos llega más material del que somos capaces de transformar. Tenemos 5.000 toneladas de botellas guardadas y nos siguen llegando más”, dijo Rodríguez.

A pesar de que este tipo de proyectos de transformación y reciclaje de residuos están creciendo, quienes se dedican a ello tienen que enfrentar condiciones que impiden su implementación a gran escala.

“De los 6 millones de toneladas de residuos de la construcción que genera Lima al año aproximadamente, nosotros no estamos aún ni al uno por ciento. El año pasado reciclamos aproximadamente 40 mil toneladas, es decir, estamos todavía en una etapa bastante incipiente”, aseguró Roger Mori.

María Paz Sánchez Amono considera que parte del problema es que “las asignaturas sobre construcción sustentable en carreras como Arquitectura e Ingeniería han sido recientemente incorporadas. Además, falta conocimiento sobre la temática entre los profesionales de la construcción y hay una escasa promoción de estos productos”.

Pero coinciden en que, aunque hay retos, lo que más ha avanzado es la percepción social, pues una vez que la gente participa en los procesos de recolección o de reciclaje de los residuos, su visión de sí misma, como detonadora de cambio, se empodera.

Probablemente personas como Gabriel Fontana son la prueba de ese empoderamiento. “Yo empecé a conocer y a reconocer el gran trabajo que hay luego de retirar los residuos de nuestras casas. Tomé conciencia de la cantidad de residuos que se generan diariamente y la diferencia que se puede hacer desde cada hogar cuando la separamos desde su origen. Y creo que con esta sencilla tarea, podemos mejorar el planeta”.