Por: Carlos Iván Moreno (México).

Después de imponerse en las primarias de New Hampshire, Trump avanza con paso firme hacia la nominación como candidato presidencial del Partido Republicano, para las elecciones de noviembre. La pregunta en el círculo rojo no es ya si puede ser nuevamente presidente (supera a Biden en la mayoría de las encuestas), sino cuál podría ser el futuro de la democracia de Estados Unidos con un Trump reloaded.

Trump ha sido un personaje controversial desde el inicio. Tiene cuatro procesos judiciales en curso, ha manifestado sin tapujos su postura xenófoba y antinmigrante, es ofensivo e intransigente en sus presentaciones públicas, e incluso muestra signos de demencia senil (confundiendo a Biden con Obama).

En tiempos de política convencional, la de la virtud y la moderación, Trump sería un político inelegible; pero vivimos tiempos complejos. ¿Qué explica el apoyo de una gran parte de la población hacia este personaje?

Para Robert Reich, economista y miembro del Partido Demócrata, la respuesta es clara: Trump ha sabido explotar la frustración y la ira de la clase trabajadora norteamericana; millones de personas que ven cómo el futuro se les escapa de las manos.

Para los norteamericanos el sueño americano parece ser cosa del pasado. A diferencia de sus padres y abuelos quienes, si disfrutaron de trabajos estables y la certeza de una jubilación digna, las nuevas generaciones de trabajadores viven en la incertidumbre (t.ly/SBCm-). Según un análisis reciente de datos gubernamentales realizado por el Pew Research Center, la proporción de adultos que residen en hogares de clase media disminuyó del 61% en 1971, al 50% en 2021 (t.ly/Wlb4b).

Aunque el PIB per cápita en los Estados Unidos pasó de 26 mil dólares en 1993, a 76 mil en 2022, el 62% de los norteamericanos apenas puede pagar sus cuentas con su salario mensual. Aún más, según la Reserva Federal, en 1993 la clase media poseía el doble de riqueza que el 1% más rico. Hoy, este 1% acumula más riqueza que toda la clase media del país. Las disparidades de ingresos son ahora tan pronunciadas que el 1% de los hogares más ricos de Estados Unidos suma 104 veces más ingresos que el 20% inferior, según la Oficina de Presupuesto del Congreso.

La extrema desigualdad se legitima por el mito meritocrático: los millonarios lo son por mérito propio, porque han trabajado duro para amasar sus fortunas. El filósofo Michael Sandel tiene razón al señalar que la “tiranía del mérito” divide a la población en ganadores y perdedores; a los primeros los vuelve arrogantes y a los segundos los humilla. Trump se ha erigido como líder de un enorme grupo de votantes humillados por las élites, víctimas de un sistema que les ha jugado en contra.

El verdadero riesgo para las democracias liberales no son figuras como Trump, quien es solo un vehículo carismático del descontento social. El problema es la humillante desigualdad. Mientras más aumenta la desigualdad menos confía la gente en el sistema democrático. Si en México y en los países de la región no nos vemos en el espejo de los estadounidenses, no estamos entendiendo nada.