Por: Aleida Rueda / Scidev América Latina
Aunque en muchos países del Sur Global ha habido intervenciones por parte de expertos externos para “beneficiar” o “enseñar” a las comunidades locales a cuidar sus recursos, investigadores indígenas de Guyana están innovando en la forma de enfrentar sus problemas ambientales y de salud al usar su propio conocimiento y capacidades.
Ninguno terminó la educación secundaria, pero se han convertido en técnicos de datos “en el terreno” porque participan en distintos proyectos en los que controlan todo el ciclo de los datos: desde establecer lo que hay que investigar, planificar y realizar un protocolo adecuado de recolección de datos, hasta analizar esos datos, comunicar los resultados a un público amplio y apoyar la toma de decisiones.
Estos técnicos de datos pertenecen a la comunidad indígena Makushi que habita la zona de humedales y sabanas del norte de Rupununi, en el suroeste de Guyana. Esta región es considerada por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como una de las principales áreas silvestres tropicales del mundo y un “hotspot” ecológico, es decir, un lugar con concentración excepcional de especies nativas que enfrenta rápidas pérdidas de su hábitat natural.
Estas pérdidas se deben a amenazas como la minería, la tala de árboles, la construcción de caminos y carreteras, los incendios y las sequías, así como la agricultura industrial. Un informe de 2019 también describe otros problemas como la pesca exacerbada y la caza ilegal, que están mermando las poblaciones del paiche, el tapir, la iguana, el carpincho, el caimán y las tortugas, que son especies que cazadores externos venden para alimentar la demanda en zonas urbanas, países vecinos o zonas mineras.
Desde hace más de dos décadas, Andrea Berardi, investigador en sistemas de información ambiental de la Universidad Abierta, en el Reino Unido, se alió con comunidades indígenas de Guyana para identificar problemas y aportar soluciones desde el empoderamiento indígena y la experiencia local.
“La investigación tradicional es extractiva. Muchos científicos vienen, se quedan por un tiempo corto, toman datos, usan a la población indígena como colectores de datos baratos y luego esos datos desaparecen (…) así que mi perspectiva es de un compromiso de largo plazo; sin importar si hay financiamiento o no, mantenemos la relación para que los científicos indígenas tengan el control del proceso mismo de investigación”, dice Berardi.
Un ejemplo es el monitoreo que ha realizado Rebecca Xavier, una científica indígena que logró identificar dónde se encuentran determinadas especies y aprovechar los datos, por ejemplo, para ofrecer recorridos ecoturísticos.
“Este monitoreo nos permitió identificar distintos animales, aves y peces, vida silvestre en general. Así que ahora sabemos qué hay en nuestra comunidad, tenemos mayor control y nos sentimos más fuertes”, dijo Xavier.
Estos proyectos también han propiciado cambios en el liderazgo. “No es común tener mujeres indígenas como líderes de investigación. Antes era una tarea solo para los hombres, pero eso está cambiando. Nos hemos empoderado como mujeres indígenas”, dijo Caroline Jacobs, también técnica de datos Makushi.
Parte de este monitoreo se hace utilizando herramientas del mismo entorno como trozos de bambú. “Creamos tecnología que sea accesible para las personas que viven en estas zonas. Que sea del menor costo posible y construido in situ para que todos sepan cómo funcionan. Por lo que aprenden de electrónica, codificación y manufactura”, explica la ingeniera británica Luisa Charles, quien también es parte del equipo.
Usando este tipo de instrumentos, específicamente drones acuáticos, los investigadores indígenas pueden medir aspectos importantes del agua como el pH, la temperatura y la conductividad eléctrica “que es muy bueno para entender cuánta sal y otros minerales están disueltos en el agua y evaluar su pureza”, dijo Charles. Por ejemplo, cuando midieron el agua del pozo de donde beben encontraron que es extremadamente ácida (pH en torno a 5) y que podía tener consecuencias para su salud.
“También midieron la calidad del agua de distintas masas de agua donde pescan y donde hay altos niveles de biodiversidad. Esto les proporciona una base de referencia para vigilar el impacto del desarrollo de grandes infraestructuras (por ejemplo, la construcción de carreteras), la extracción de oro y el cambio climático”, explicó Berardi.
Otro de los desafíos que enfrentan las comunidades indígenas en Guyana es la malaria. De acuerdo con el Informe Global de Malaria 2022 de la Organización Mundial de la Salud, es el quinto país de la región con mayor incidencia de esta enfermedad, después de Venezuela, Brasil, Colombia y Nicaragua. En 2021 hubo 524.200 casos en las Américas, de los cuales el 4 por ciento ocurrió en Guyana.
“En mi comunidad hay casos de malaria constantemente. Ya sea por gente que ha atravesado la zona de bosques o de áreas donde se hace minería, y luego vuelven a casa y traen la malaria”, dijo Felix Holden, también Makushi, que participa en un proyecto para disminuir los casos de malaria a través del control biológico.
“Hasta ahora, siempre que hay un brote de malaria, el gobierno envía máquinas de nebulización con pesticidas que rocían en todos los pueblos. Con eso matan no sólo a los mosquitos, sino también a los polinizadores. Se reduce la malaria, pero también los árboles de frutas y los cultivos”, dijo Berardi.
Así que a través del proyecto DETECT usaron datos de radar satelital para identificar las posibles zonas donde se podría reproducir el mosquito que transmite la malaria para eliminarlo a través de un agente biológico.
La bacteria Bacillus thuringiensis elimina únicamente las larvas de mosquito y puede crecer en agua de coco o agua residual de yuca, por lo que no hay necesidad de comprar o importar pesticidas de alto costo.
“La mitigación está totalmente bajo el control de las comunidades y ese es el objetivo. Ellas mismas pueden cultivar la bacteria, y como ya saben cómo monitorear la concentración del mosquito, aplican la bacteria en estas aguas y matan a las larvas antes de que se conviertan en mosquitos que propaguen la malaria”, afirmó Berardi.
El proyecto recibió 400.000 libras (US$ 500.000 dólares) por parte del gobierno británico para una primera etapa, pero en 2021 el apoyo fue cancelado. Sin embargo, el equipo ha mantenido la capacidad y el entrenamiento a técnicos locales en busca de nuevos patrocinios que permitan emprender esta estrategia a gran escala.
Para Berardi, independientemente del financiamiento, lo importante es el manejo de datos que ya tienen las comunidades. El investigador considera que el uso de tecnología puede ser aplicable para prevenir cualquier amenaza a la biodiversidad y la salud de la población en Guyana de manera que “las comunidades tengan el control de su propio destino”.
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