Por: Pablo Corso / Scidev América Latina
El monitoreo de especies en áreas tropicales puede implicar duros desafíos para los investigadores que trabajan en zonas afectadas por problemas económicos, crisis sociales o conflictos militares.
Así lo plantea un artículo publicado en la revista Scientific Reports, que además destaca la necesidad de abordar el problema de la falta de datos para optimizar las iniciativas de protección a la vida silvestre.
La investigación recoge la experiencia de un proyecto iniciado en 2015 en el Parque Nacional Canaima (Venezuela), Patrimonio de la Humanidad desde hace tres décadas.
El objetivo era evaluar con cámaras trampa la respuesta de los animales a perturbaciones producidas por incendios, quema de pastizales y otras actividades humanas en ese parque de la Gran Sabana, en las tierras altas del Amazonas, caracterizadas por su gran biodiversidad.
Los investigadores lograron detectar 29 especies, como leopardo tigre, margay (felinos), paca, agutí (roedores), zorro cangrejero y pecarí.
Pero su trabajo se vio interrumpido en 2016, cuando el gobierno venezolano impulsó el Arco Minero del Orinoco, un proyecto que ocupó el 12 por ciento del territorio nacional.
Desplegados en la frontera de ese mega emprendimiento, los investigadores enfrentaron un panorama signado por la proliferación de actividades ilegales, conflictos entre fuerzas armadas y grupos paramilitares, y la escasez de alimentos y gasolina.
Sin garantías de seguridad, debieron suspender sus visitas al terreno. Ante la falta de continuidad en los datos, decidieron sumar al registro en video observaciones directas, y el rastreo de signos de presencia animal como arañazos, cuevas, huesos y excrementos.
En forma inesperada, “el modelo mejoró notablemente” al emplear ese enfoque combinado en una sola locación, “en contraste con depender solamente de cámaras a lo largo de dos locaciones”, compara el artículo.
Los resultados de ese nuevo abordaje arrojaron que el 87 por ciento de las especies detectadas mostraron preferencia por los ecosistemas forestales, dado que la deforestación representa una amenaza para su supervivencia.
El puma, sin embargo, resultó atraído a sitios recientemente deforestados. En países como Argentina, ese predador también busca paisajes modificados por el hombre, donde hay un mayor número de presas como ovejas y vacas, recuerda la coautora Izabela Stachowicz.
En la misma línea, el tapir “es atraído significativamente por eventos de fuego”, lo que indica que puede pasar más tiempo en bosques degradados que en áreas prístinas.
Estos resultados sugieren “una amplia tolerancia de la fauna a este régimen de disturbios”, arriesga la investigadora. “En el paisaje de mosaico sabana-bosque de la Gran Sabana, el fuego es un elemento constante, por lo que la fauna puede haberse adaptado al uso de diferentes hábitats”.
Investigadores en jaque
Más allá de estos aportes, la construcción de conocimiento sobre los cambios en la fauna latinoamericana implica un desafío creciente. A medida que la conversión para agricultura, ganadería y minería complejiza los patrones de deforestación, la sostenibilidad de los proyectos se vuelve cada vez más dificultosa.
Las acciones individuales o grupales (desplegarse en horas supuestamente seguras, buscar apoyo en organizaciones locales o usar tecnologías de detección remota) parecen insuficientes sin compromisos nacionales e internacionales de largo plazo.
“A pesar de que todo el mundo reconoce la importancia del monitoreo para el éxito de las acciones de conservación, conseguir financiación y apoyo continuado suele ser un dolor de cabeza” en contextos de inestabilidad, plantea el investigador Luis Germán Naranjo, Director de Conservación de WWF Colombia durante 22 años.
El naturalista destaca la necesidad de vigilar a depredadores tope como el jaguar o el águila harpía, “cuya presencia es indicadora de que también están sus presas, es decir, de que las condiciones del ecosistema son funcionales”.
“Otros depredadores muy importantes de la Amazonía son los delfines de río, depredadores de peces cuyas poblaciones indican que los ríos están saludables”, agrega. Por su parte, la detección de bagres migratorios “brinda información sobre las concentraciones de mercurio que provienen de la minería legal e ilegal”.
Naranjo describe a esa actividad como “un problema dramático a lo largo de toda la cuenca del Río Negro, con entradas en Colombia y Venezuela, y elementos de ilegalidad que hacen muy difícil el trabajo de los investigadores cuando ven cosas que no deberían ver”.
Para reforzar las acciones de conservación, incluso los datos limitados sobre los puntos de alta biodiversidad deberían volverse más accesibles, por ejemplo mediante iniciativas de ciencia ciudadana como la plataforma iNaturalist, plantea el estudio de Scientific Reports.
Naranjo también pondera las acciones de monitoreo comunitario, “que en Colombia se viene practicando con notable éxito en áreas remotas, donde muchos investigadores han capacitado a campesinos en mediciones básicas y en el manejo de cámaras trampa”, dinámica que también tiene antecedentes exitosos para la vigilancia de jaguares y pumas en Ecuador y Perú.
“Parte del éxito de estos diseños se basa en el hecho de que el turismo de naturaleza empieza a perfilarse como una alternativa económica para las comunidades locales, contribuyendo a frenar la deforestación y las actividades ilegales”, agrega.
“Estos emprendimientos requieren -primero y principal- que siga habiendo vida silvestre; y después, que esas comunidades la conozcan y puedan utilizarla en beneficio propio, incorporando prácticas de manejo de sus territorios”, subraya.
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