Las poblaciones cercanas a ríos de aguas oscuras tienen mayor incidencia de malaria que aquellas que lindan con ríos de aguas claras, plantean investigadores brasileños en la revista Malaria Journal.

Esta información, sugieren, debería facilitar la identificación de zonas con alto riesgo de transmisión de la enfermedad y contribuir a la planificación de acciones preventivas.

La malaria se transmite por el mosquito Anopheles, con brotes impulsados por la combinación de malas instalaciones sanitarias, degradación ambiental, cambios de temperaturas y condiciones hidrológicas.

En Brasil, la enfermedad se concentra en los estados del norte y del Amazonas, el más grande del país, en cuyos ríos se reproducen las hembras del mosquito que actúan como vectores.

En la Amazonia, que aloja una de las mayores cuencas hidrográficas del mundo, sedimentos como arena, arcilla y limo afectan la coloración de los ríos, lo que deriva en pistas confiables sobre la presencia —o no— del mosquito. Los ríos clasificados como blancos, dice el estudio, transportan gran cantidad de sedimentos. Los “negros” llevan disueltas grandes cantidades de sustancias orgánicas.

Los casos de malaria son más frecuentes en estos últimos, concluyó el estudio que se extendió durante 17 años (2003-2019) en 50 municipios del estado de Amazonas.

Los sedimentos en suspensión, en cambio, bajan la temperatura y aumentan la velocidad de las aguas, un obstáculo para la reproducción del vector.

Para realizar estas observaciones, los investigadores apelaron a imágenes satelitales, información de estaciones pluviométricas y bases de datos oficiales sobre la enfermedad.

“Al comparar los valores más altos de incidencia de malaria, la probabilidad de que fuera menor en los ríos de aguas blancas fue cercana al 96 por ciento”, precisa a SciDev.Net Jesem Yamall Orellana, uno de los autores.

“Es posible que estos hallazgos ayuden a mejorar las estrategias de control, ampliando el conocimiento sobre la identificación de zonas con mayor riesgo de transmisión” agrega. “Pueden extrapolarse a regiones con características similares”.

Gabriel Zorello Laporta, autor de otro trabajo sobre la incidencia de la enfermedad en Brasil, señala que la investigación “establece en términos formales una relación empírica muy conocida por los entomólogos que trabajan en la región amazónica”. Coincide en que los resultados podrían extrapolarse a países como Perú, donde vive el mismo vector (Nyssorhynchus darlingi), pero podría no suceder lo mismo en países con diferentes vectores.

El camino de la prevención

Según datos de la Organización Mundial de la Salud, el planeta registró 247 millones de casos de malaria en 2021. Esto es dos millones más que en 2020, aunque se atribuye la suba a la interrupción de los servicios sanitarios durante la pandemia.

En las últimas décadas avanzaron iniciativas gubernamentales para prevenir la enfermedad, lo que llevó a la reducción global del ritmo de contagios y de muertes.

En países donde la enfermedad es endémica, la incidencia se redujo de 82 casos por cada 1.000 habitantes en 2000 a 57 en 2019, destaca el Reporte Mundial sobre Malaria de 2022.

Mientras que África aporta 95 por ciento de la carga de malaria del mundo, en las Américas bajó de 1,5 millones en 2000 a 600.000 en 2021. Países como Argentina, Paraguay y El Salvador lograron eliminar la enfermedad.

Brasil también muestra una tendencia decreciente, con acciones de prevención, control y vigilancia. Entre ellas, Yamall Orellana destaca el “apoyo técnico, mayor acceso a mosquiteros e insecticidas de larga duración, pruebas de diagnóstico rápido, mejoras en redes de laboratorios, educación sanitaria y formación de profesionales”.

Aun así, queda mucho por hacer. “De los 29 municipios clasificados como de alto riesgo por el Ministerio de Salud de Brasil en 2021, 14 estaban en Amazonas”, precisa. “Esos estados son muy grandes y heterogéneos y —en general— comprenden territorios de difícil acceso, lo que vuelve muy desafiante al control de la enfermedad”, apunta Zorello Laporta.

Esa dificultad abarca zonas como Roraima, el estado donde habitan los indígenas yanomami, víctimas de una catástrofe social y sanitaria que complica aún más el abordaje.

Junto a Pará, en aquel estado también avanza la minería ilegal. “Los portadores asintomáticos perpetúan la transmisión, especialmente si lo hacen como parte de una actividad económica ilícita, que implica una dinámica de movilidad entre diversas localidades”, explica.

El contexto nacional, da a Zorello Laporta razones para un mayor optimismo, porque al gobierno de Lula da Silva respalda “la conservación de los bosques, los derechos indígenas y las disparidades en salud”, elogia. “El compromiso político y económico es fundamental para sustentar la lucha contra la malaria”.

Esa lucha, advierte Yamall Orellana, debe extenderse a países como Venezuela y Colombia, que junto con Brasil concentran alrededor del 80 por ciento de los casos.

“La situación epidemiológica sigue siendo preocupante” en aquellas naciones, alerta, porque afrontan desafíos persistentes en torno a la disposición de datos confiables y estrategias para mejorar el diagnóstico y el acceso al tratamiento.

Nota por: Pablo Corso para scidev.net