Por María Luisa Santillán, Ciencia UNAM-DGDC

Existen distintos sistemas de producción agrícola que van desde los tradicionales hasta los industriales. Uno de ellos es el huerto familiar, que tiene más de 11 mil años de antigüedad y es resultado de la domesticación de diversas plantas. Es considerado un socioagroecosistema complejo, porque integra organización, normas culturales y gran diversidad ambiental.

Podríamos decir que es un laboratorio en donde las personas seleccionan, domestican y mejoran las plantas y semillas con el fin de obtener productos de mejor calidad color, tamaño y sabor. También aportan distintos alimentos y brindan servicios ambientales, por ejemplo, capturan carbono.  

El huerto familiar también es un espacio biodiverso porque en él pueden cosecharse diferentes especies y a escala regional la variedad aumenta. A lo largo del país recibe diversos nombres como traspatio, pero en esencia son lo mismo.

La doctora María de Jesús Ordóñez Díaz, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM, agrega que es un lugar especial para las mujeres y “en donde establece una desagregación del trabajo, asignándole tareas específicas a cada miembro de la familia”.

Asimismo, debido a que durante generaciones las familias han adquirido el conocimiento de las plantas medicinales que cosechan; estos huertos son la primera farmacia a la que acuden para obtener un remedio que mitigue su malestar.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) destaca que en el mundo 1.5 billones de personas practican la agricultura familiar, la cual se realiza en espacios menores a dos hectáreas e integra distintos sistemas de producción tradicional, uno de ellos es el huerto familiar.

La agricultura familiar se practica en 12% de la superficie de la tierra cultivable del planeta y está ligada a la seguridad alimentaria mundial, es indispensable para erradicar el hambre, conservar el ambiente y tener un desarrollo sostenible, explica la especialista.

Imagen: Shutterstock Diseño: Bárbara Castrejón, DGDC-UNAM

Preservarlos frente a la modernidad

La población mundial cada vez está más urbanizada. En México, alrededor del 80% de su población vive en ciudades y la tendencia de abandonar el campo continúa. Mientras que los jóvenes migran, las personas mayores permanecen en sus comunidades, por ello la edad promedio del productor rural es de 50 años y del que tiene un huerto 65. Esto es preocupante porque ya no existe una transmisión de conocimientos entre generaciones, puntualiza la doctora Ordóñez Díaz.

Se ha visto que los abuelos consumen 100% de lo que produce el huerto, los hijos 50% y los nietos sólo 10%. Eso indica que los gustos alimenticios han cambiado, lo cual podría tener una correlación entre el cambio de dieta con el aumento de la diabetes y obesidad, destaca la investigadora.

Conservar estos métodos tradicionales de cultivo es importante porque contribuyen al ingreso familiar, enriquecen la dieta, permiten tener una diversidad de paisajes y ecosistemas, y contribuyen a enfrentar la crisis ambiental a través de la conservación de las especies desde el propio hogar. Los productos del huerto representan 30% del ingreso familiar debido al autoconsumo o al intercambio de mercancías.

A nivel de tradiciones y costumbres también son importantes. En algunas zonas del país aún se entierra en el huerto el cordón umbilical de los recién nacidos, lo que representa el arraigo de las personas a su tierra.

Incluso se ha visto que un huerto familiar brinda beneficios a la salud mental. Al respecto, la investigadora explica que en un estudio que realizaron durante la pandemia por Covid-19 analizaron qué tan benéfico resultaba para una familia tener un huerto.

La conclusión fue que quienes no tenían uno presentaron más episodios de depresión, agresión o inquietud por la situación que se estaba viviendo a nivel mundial. En cambio, quienes sí contaban con uno al regar, podar o disfrutar el olor de las plantas tuvieron una sensación de mayor bienestar.

Documentar esta práctica

En 2018 se publicó el primer Atlas biocultural de huertos familiares en México, con el fin de proporcionar información acerca de los huertos familiares y dar a conocer su distribución en el país; la edición estuvo coordinada por la doctora María de Jesús Ordóñez Díaz y contó con el apoyo de fondos PAPIIT de la UNAM. Este primer tomo incluyó los estados de Chiapas, Oaxaca, Veracruz, Hidalgo, Yucatán, Campeche y Quintana Roo.

Entre los objetivos que tuvo este trabajo se encuentran caracterizar dichos sistemas productivos, documentar las prácticas de manejo de los huertos familiares, obtener un mapa actualizado de los sitios en donde existen e identificar las áreas en donde hace falta más investigación en torno a los huertos familiares.

La información del Atlas se basó en tesis, artículos, capítulos de libros, libros e informes de proyectos de 1960 a la fecha. Los huertos se analizaron desde diferentes perspectivas —etnobotánica, botánica, ecológica, agroecológica, antropológica, económica, sociológica, nutrimental, edafológica e histórica—. La doctora Ordóñez destaca que muy pocos estudios tienen una visión integral que abarque toda la complejidad de lo que es el huerto.

En un segundo volumen se incluirán los estados de Guerrero, Michoacán, Morelos, San Luis Potosí, Tamaulipas, Tabasco y Estado de México. Y en un tercer tomo el estudio abarcará los huertos familiares de Nayarit, Colima, Sinaloa, Jalisco, Sonora y Coahuila.

La realización de los Atlas permitirá que las personas conozcan más acerca de estos sistemas productivos tradicionales, valorar su importancia pasada y actual frente a escenarios como el cambio climático, la pérdida de especies y la falta de seguridad alimentaria.