Entre los invisibles de la ciencia hay personas indígenas, materas, botánicas empíricas, técnicas de laboratorios, recolectoras de fósiles y otros ciudadanos que han dedicado su vida a la ciencia. Sin embargo, muchos científicos, instituciones académicas y entes de gobierno que se benefician de su trabajo no les ofrecen los suficientes recursos, crédito o apoyos para reconocer su labor.
Muki Haklay, profesor de la University College London (Inglaterra), señala que las comunidades que viven en áreas de alto valor de conservación son cada vez más apreciadas en la ciencia y la práctica de la conservación, lo que podría producir múltiples impactos positivos tanto en la biodiversidad como en la población local.
“Los ornitólogos y meteorólogos fueron de los primeros en darse cuenta de que no podían obtener sus datos sin la colaboración de personas que no son investigadoras, y lo han estado haciendo durante más de 100 años. Los ecologistas y expertos en biodiversidad también son conscientes de que es imposible estar en todas partes y verlo todo, y por ello la ciencia ciudadana es un recurso fundamental para ellos”, dijo a SciDev.Net.
Aún sin una formación científica, estas personas hacen importantes contribuciones a la ciencia. Haklay menciona, por ejemplo, a quienes proporcionan datos que permite ejecutar modelos informáticos complejos en lugar de crear supercomputadoras; también ayudan a clasificar imágenes, audios y videos que no es posible hacer con inteligencia artificial (IA). Asimismo, contribuyen a refinar y desarrollar preguntas de investigación, e incluso algunos han desarrollado nuevos instrumentos científicos, como dispositivos de bajo costo para monitorear la calidad del aire.
Otro investigador que se ha dedicado a comprender el papel de las personas no científicas en la ciencia es Ismar de Souza Carvalho, profesor de la Universidade Federal do Rio de Janeiro, Brasil.
Con sus colaboradores, Carvalho analizó 200 años de la paleontología brasileña a través de las principales colecciones del país, mostrando la importancia que tuvieron esclavos, libertos (esclavos liberados) e indígenas en la construcción de este campo académico en Brasil.
Según Carvalho, hay personas no científicas que siguen contribuyendo a la paleontología actual, por ejemplo, quienes trabajan en la minería, las obras civiles o quienes viven o trabajan como agricultores en las zonas rurales donde se hallan fósiles.
Sin embargo, a pesar de su importancia para la ciencia, Carvalho alerta que estas personas casi siempre quedan olvidadas cuando se publican artículos u otros productos de la ciencia.
Usualmente, le dejamos “el método de descubrimiento exclusivamente al científico, sin posibilidad de dar reconocimiento social ni registro (…) a quienes colaboran con la ciencia y son legos [no expertos]”, dijo a SciDev.Net.
Este escenario no se limita a la paleontología, sino que se extiende a la mayor parte de las disciplinas científicas.
Se ha negado la posibilidad de reconocer “la relevancia social de estos hombres y mujeres que actuaron intensamente a través de la provisión de información o incluso del descubrimiento de algunos objetos científicos”, dijo.
Y señaló: “Reconocer las contribuciones de los invisibles de la ciencia es un paso muy importante hacia el rescate de lo que sustenta el conocimiento científico, es decir, la integridad intelectual. Sin ella, la producción de la ciencia no es posible”.
SciDev.Net entrevistó a siete personas que han contribuido en la ciencia (un indígena, un botánico empírico, un técnico especialista en soldaduras, un técnico en un laboratorio de artrópodos, un técnico de preparación de fósiles y dos técnicos dedicados a la conservación de papas nativas) y les preguntó si hay algún tipo de reconocimiento a su trabajo por parte de la comunidad científica con la que colaboran y cómo se sienten al respecto.
Racismo científico
Para Dzoodzo Baniwa, de la Aldeia Canadá, ubicada en la Tierra Indígena Alto Río Negro, en la parte central de la Amazonia (Brasil), muchos indígenas son excluidos del reconocimiento como autores en la ciencia, hecho que lo incomoda.
“No utilizar los nombres de los entrevistados o de las personas que participan en la construcción de esta ciencia es una forma de racismo científico sistémico. Precisamente por no decir que los indígenas tienen conocimientos, termina configurándose como si ese conocimiento perteneciera al investigador, pero no es así”, afirmó a SciDev.Net.
Baniwa opina que los pueblos indígenas suelen ser tratados como meros informantes, sin ser respetados adecuadamente. “En ese sentido, sentimos que cuando no aparece nuestro nombre, el nombre de los que participaron, la comunidad o el pueblo, nos sentimos discriminados; es racismo científico”, dice Baniwa, quien tiene una maestría en enseñanza de ciencias ambientales.
Por su parte, Geraldo Orlando Mendes, técnico en soldadura jubilado del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE), en Brasil, lamenta que muchas veces se olvidan a los técnicos: “Es un sentimiento muy triste, es frustrante”, dijo a SciDev.Net.
Mendes trabajó en el taller mecánico del INPE, con varios técnicos de nivel medio que no contaban con título universitario. Durante décadas, estas personas contribuyeron al montaje de satélites y otros experimentos, pero el equipo se ha vaciado debido, en buena medida, por la falta de reconocimiento de los técnicos, opina Mendes.
En Perú, Ricardina Pacco, integrante de los Papa Arariwa, descendientes de los grupos preincaincos, que se dedican a proteger y conservar las papas nativas en el Parque de la Papa, en Cusco, dijo a SciDev.Net que, si bien hay científicos que los consultan y reconocen su labor, no todos lo hacen.
“Hay otros que nos sacan toda la información y no nos reconocen. No podemos hacer nada porque ha de ser así. Nosotros, claro, no somos estudiantes, no hemos entrado a la universidad, nada, pero sabemos más que ellos. O sea, los otros investigadores se aprovechan de los agricultores, de lo que uno sabe”.
La ciencia está en deuda
Hay, sin embargo, otros puntos de vista sobre el tema. Para Agustín Rodríguez Méndez, quien trabaja como personal de apoyo en el Laboratorio de Artrópodos de la Universidad Autónoma Chapingo, en México, a pesar de haberse jubilado hace algunos años, lo importante es haber contribuido a la formación de estudiantes y a la ciencia.
Su trabajo consiste en identificar insectos y conservarlos para su exhibición y para que los estudiantes de la Universidad aprendan a identificarlos. También brinda asesorías a estudiantes y ayuda a profesores e investigadores en la colecta, montaje e identificación de insectos.
Cuando SciDev.Net le preguntó si sabía de artículos publicados a partir de su trabajo o citando su contribución respondió que no. “Nunca me he enterado. No me acuerdo mucho que me hayan puesto agradecimientos en sus tesis o trabajos, pero sí debe haber alguno. Yo me conformo con haberles enseñado”.
En la misma línea de pensamiento se encuentra Antônio Tavares, que se presenta como un parabotánico autónomo desde 1994. Es muy frecuente encontrar profesionales de este tipo en el Norte de Brasil. Su tarea es reconocer, recolectar e identificar árboles en el bosque a través de su conocimiento y experiencia, a diferencia de los materos, cuya tarea es abrir senderos y guiar al equipo que realiza el trabajo de campo, aunque también ayudan mucho en el reconocimiento de especies.
Tavares habla con entusiasmo de su trabajo, que lo ha llevado a diferentes zonas de la Amazonía. Pero, contratado como jornalero, se queja de que no siempre encuentra trabajo disponible, pues es una actividad donde hay mucha competencia.
Tavares tampoco suele ser citado como autor en las publicaciones en las que contribuye, pero él no lo ve como una injusticia. “Soy tranquilo en eso, entiendo que no me corresponde a mí considerando el rol que desempeño; ese mérito recae sobre otra persona”.
A pesar de que para ellos el reconocimiento explícito no es de vida o muerte, eso no significa que no deba ser una discusión pertinente y necesaria en las altas esferas de la política científica.
Por ejemplo, Fernando Peirano, especialista en innovación y desarrollo productivo y presidente de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de Argentina, dijo a SciDev.Net que, sin duda, “se requiere constituir un sistema de formación técnica y educación universitaria con acreditaciones consolidadas cuando se trata de personas con una formación informal y basada en la práctica”.
Peirano reconoce que el sistema científico argentino, como muchos países de la región, se basa en los “doctores” en ciencia, pero no cuenta con un camino ordenado para reconocer la labor de quienes se dedican a la tecnología, en especial si no tienen títulos universitarios. Es, entonces, una tarea pendiente.
Una formación fuera de las aulas
Un aspecto importante sobre las personas entrevistadas para este reportaje se refiere a cómo se dieron sus formaciones profesionales. Algunos fueron autodidactas, otros aprendieron viendo a sus padres, y otros se fueron capacitando y adquiriendo habilidades al convivir con técnicos y estudiantes.
Es el caso del parabotánico Antônio Tavares, quien terminó la enseñanza media completa y empezó a profesionalizarse acompañando en el campo a los estudiantes de la Universidad Federal de la Amazonia. “A partir de ahí comencé a aprender el oficio en la práctica, hablando con personas que me enseñaron”, dijo.
El camino del técnico Agustín Rodríguez Méndez comenzó como autodidacta: “Desde joven me gustó estudiar la entomología (ciencia que estudia los insectos). Me pegué a los libros, empecé a estudiar solo. Presenté el examen en la [Universidad Autónoma] Chapingo y por dos décimas no me quedé. Entonces fui a ver a un investigador y le expliqué que no había quedado, así que me ofreció trabajar con él y ya nunca más volví a presentar el examen a la Universidad. Me puse a trabajar y me olvidé de estudiar. Me gustó tanto que sigo aquí. Y finalmente hice un curso a distancia de entomología”.
Mariano Sutta Apocusi, técnico del Parque de la Papa, aprendió sobre las papas nativas viendo a sus padres: “Nosotros aprendemos [desde los] tres años porque mi papá se ha hecho una herramienta pequeña como para jugar, para cosechar la papa, eran pequeñas cositas. Siempre nosotros también hacemos las herramientas, entonces con esa herramienta ya apoyábamos viendo a mi papá, viendo a mi mamá, ahí ese trabajo yo aprendí a trabajar cómo sembrar la papa, cómo cosechar, y cómo seleccionar la semilla”.
Pero ha sido el contacto con otros especialistas lo que ha profundizado y enriquecido su conocimiento. “Nos ha enseñado el Centro Internacional de la Papa (CIP) cómo se trabaja científicamente y también nosotros apoyamos cómo trabajamos en el campo con conocimiento tradicional”, dice Sutta Apocusi.
Otros, como Geraldo Orlando Mendes, técnico de soldadura del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE) de Brasil, se formaron en la enseñanza media, pero tuvieron varias capacitaciones al largo de su vida.
Mendes tomó un curso para aprender soldadura y luego trabajó en una empresa donde perfeccionó su técnica para tractores y tanques de guerra, y finalmente terminó en el equipo satelital. “Siempre digo que soldar carretillas es una cosa, pero soldar satélites y aeronaves es otra; cada proyecto que haces tiene sus particularidades”, dijo, lamentando que hoy hay poca inversión en el personal técnico.
Estos casos muestran el impacto positivo que puede tener el contacto entre ciudadanos y científicos.
El valor de la mirada local
A pesar de que la formación y el conocimiento de las personas entrevistadas se enriqueció con el vínculo con las comunidades académicas, el valor y la perspectiva que aportan a la generación del conocimiento es, en muchos casos, resultado de su propia visión del mundo y su experiencia local.
“No hemos estudiado, pero nosotros, en lo práctico, estamos bien”, reconoció Ricardina Pacco. “Trabajamos como otros científicos [pero] sin título, sin certificado, pero somos también los que estamos conservando [las papas], pensando en nuestros futuros (…) y trabajando para todos”.
Para los Papa Arariwa, conocer la tierra y las estrellas no solo es importante para saber cuándo es el mejor momento del año para sembrar la papa, sino que representa también su propia ciencia, el conocimiento que ellos han heredado de sus antepasados que ocuparon la zona del Parque de la Papa mucho antes que cualquier comunidad científica.
Algo parecido ocurre con Diego Omar Abelín Aguirre, quien trabaja desde hace más de veinte años como recolector de huesos y fósiles, y se desempeña como técnico en el laboratorio de preparación de fósiles donde está a cargo de la colección de paleovertebrados de la Universidad de San Juan, en la provincia del mismo nombre, en Argentina.
Abelín Aguirre considera que muchos de sus logros, como haber limpiado y preparado ejemplares como el Panphagia protos (dinosaurio sauropodomorfo), el Pseudotherium argentinus (cinodonte) y el Taytalura alcoberi (Lepidosaurio), es debido al conocimiento que tiene del territorio y de la anatomía de las especies.
“No es tarea fácil reconocer un fósil en el campo, requiere de mucha práctica y horas de caminatas bajo el sol. Ayuda muchísimo conocer la anatomía de las especies de animales que se están buscando o pudieran aparecer en el yacimiento (…) Desde mi posición puedo aportar cosas que solo veo cuando rescato el material en el campo, o cuando analizo el espécimen. Soy el primero que entra en contacto con él en el laboratorio para limpiarlo y prepararlo”, dice Abelín Aguirre.
A diferencia de los otros técnicos entrevistados, Abelín Aguirre sí ha sido citado en varios papers e incluso, para reconocer su trabajo, un cinodonte fue bautizado con su nombre (Diegocanis elegans). “Dentro del equipo de trabajo en donde estoy, realmente tengo, o me gané, o me dieron, una posición en donde mi opinión es importante para los trabajos científicos o toma de decisiones en proyectos a realizar”.
En la región, el caso de Abelín Aguirre es una excepción. Para la mayoría de las personas que no tienen un título universitario, subir en la carrera científica, ser evaluados positivamente o ganar cada vez más recursos, se vuelve un obstáculo permanente.
“Me gustaría que los investigadores, o la propia ciencia, las universidades, le dieran más valor a los pueblos indígenas, a los saberes locales de los pueblos indígenas, que participaron tanto en la construcción y formación de la sociedad brasileña como en la construcción de la ciencia”, dijo el líder indígena Dzoodzo Baniwa. “Este es el momento propicio para hacer este reconocimiento”.
Peirano dice que los países de la región tienen una labor pendiente con las personas invisibles en la ciencia: revisar los caminos de la acreditación técnica y profesional, así como las estrategias de formación universitaria y de posgrado, pero sumando alternativas y no reemplazando las existentes. Porque si estas personas adaptaron su vida a la ciencia, ¿por qué no podría el sistema científico-tecnológico adaptarse a las suyas?
Por: Luisa Massarani, Aleida Rueda y Claudia Mazzeo en SciDev.Net América Latina y el Caribe.
- Un paso hacia la equidad para laboratorios latinoamericanos - noviembre 21, 2024
- Medicinas en Latinoamérica: US$ 30,5 mil millones de sobrecosto - noviembre 19, 2024
- Emisiones de ganado: medir para mejorar - noviembre 8, 2024