Uruguay.

La ilusión de ponerse en los zapatos de alguno de los mineros que en el siglo XIX vivió la fiebre del oro en los alrededores de Minas de Corrales, al norte de Uruguay, es la verdadera recompensa de los turistas que, cada vez más, se acercan a una zona tan rica en piedras como en historia.

Usualmente descripta como una penillanura «suavemente ondulada», abundan en la geografía de Uruguay postales de vacas y ovejas que pastan en verdes praderas; sin embargo en el departamento (provincia) de Rivera, al noreste, un conjunto de cerros chatos anuncia la riqueza que yace debajo.

La fiebre del oro

Es que es allí donde, como cuenta a la dueña de la Posada del Minero y encargada del tour «la Ruta del Oro» Edelweiss Oliver, por la década de 1820, cuando el actual Uruguay era la Provincia Cisplatina -ocupada por Portugal-, un hombre encuentra pepitas de oro que, secretamente, guarda en un frasco en su casa.

«Un día lo roban y a raíz de ese robo se empieza a correr la bola de que ahí hay oro. Se empieza a enterar todo el mundo (…) y empieza a venir la fiebre del oro. Se empieza a poblar de aventureros, de gente que no tiene nada para perder en el lugar que está y decide probar suerte», narra Oliver.

Explicada a los visitantes durante el recorrido, la anécdota del hallazgo inicia una larga historia de minería de oro que, detalla la historiadora local Selva Chirico, se puede dividir en varias etapas.

Según Chirico, los documentos indican que hasta 1850 hay una explotación «primigenia», «muy ligada a la ineficacia de quien no sabe lo que está haciendo» y luego «proliferan los artesanos» y surge «una cultura de cateo artesanal» en la que se «batea» en el arroyo para extraer de la arena «pequeñas chispitas» de oro.

Unos 16 años después, describe, aparece un personaje «crucial», Clemente Barrial Posada, quien emplea a 300 obreros en la zona de los arroyos Corrales y Cuñapirú y da el puntapié para la industrialización de la minería que, con ayuda del militarismo que regía en Uruguay, se consolida cuando un grupo de franceses instala allí una usina.

Las Ruinas de Cañapirú

Ubicada estratégicamente en las aguas del Cuñapirú -‘mujer flaca’ en guaraní-, en 1879 los galos ordenan construir la Represa de Cuñapirú, que, destaca Oliver, fue «la primera represa hidroeléctrica que hubo en toda América del Sur».

Hoy, como parte de la Ruta del Oro, un recorrido permite ver sus ruinas, que abarcan desde la zona donde descansaban los obreros hasta la casa de la gerencia, que llegó a habitar el marqués de Malherbe y a la que se accede por una pintoresca escalera de piedra.

«Los franceses aportaron algo muy importante que fue la administración y la tecnología, que va mucho más allá de la famosa represa, porque por ejemplo instalan un ferrocarril al que la gente denominó la Clotilde, que eran dos locomotoras movidas a aire comprimido, que era una tecnología muy de moda en París», explica la historiadora.

En la zona de la usina, a la que en un período breve llegan piedras desde la cercana mina San Gregorio en un aerocarril de 12 kilómetros cuyas torres permanecen, se pueden ver máquinas modernas, pues la Primera Guerra Mundial marcó el fin de la actividad francesa y recién en 1935 la Administración Nacional de Usinas y Trasmisiones Eléctricas (UTE) y actual dueña del predio retomó la actividad por cinco años.

Chirico, que pese a estar jubilada aún investiga la historia con un foco en el rol de las mujeres, quienes, dice, también participaban de la minería, resalta además que en 1880 se produjo allí una huelga ideada por 200 obreros italianos y reprimida «a fuerza de (armas) Remington» por orden de la gerencia francesa pero que se distinguió por su duración, de varios meses.

Un turismo incipiente

Con un promedio anual de visitantes que ronda los 6.000, Oliver destaca que la Ruta del Oro tiene cada vez más afluencia, sobre todo de europeos que llegan desde Alemania, Francia e Inglaterra o brasileños, un público al que apuntan de la mano del lanzamiento de la promoción conjunta de Uruguay y Brasil «Destino Binacional».

Las experiencias, dice, son variadas, pues se ofrece una búsqueda de oro con un ‘garimpeiro’ o buscador, probar vinos regionales o caminar por los cerros de una zona que, revela, hace un tiempo busca convertirse en Geoparque de la Unesco, como el que ya hay en Grutas del Palacio (centro).

«Podemos meternos abajo de la tierra, en las galerías subterráneas antiguas y de verdad darnos cuenta lo que era trabajar ahí adentro y lo duro que tiene que haber sido la vida para los mineros en aquel momento, que, si tenemos suerte nos las cuenta alguien por ahí adentro de quien no vamos a deschabar (desvelar) mucho», resalta.

Sin embargo, enfatiza que los avances son lentos, pues recién se avizora que las autoridades puedan aprobar un proyecto que garantizaría la seguridad del turista al recorrer la zona y parece más lejana la disposición de preservar las ruinas y la naturaleza de la zona.

«Existe (en Cuñapirú) una colonia de murciélagos muy grande y muy importante a nivel de preservación y así otro montón de capas y de historias. La conservación es una parte importantísima que el turismo aporta a este tipo de sitios, los convierte en algo más que un montón de ladrillos», redondea.