La aprobación para comercializar semillas de cannabis desarrolladas por científicos de Argentina supone un nuevo capítulo en las aplicaciones medicinales de la planta en ese país.
El otorgamiento de licencias para dos variedades desarrolladas por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) fue posible gracias a la articulación entre Cannabis CONICET —empresa pública que también integran la Universidad Nacional Arturo Jauretche y el Hospital de Alta Complejidad “El Cruce”— y la licenciataria privada Whale Leaf Farm, destacó el ministro de Ciencia argentino, Daniel Filmus.
Los componentes (cannabinoides) más conocidos de esa planta son el tetrahidrocannabinol (THC, que tiene efectos principalmente psicoactivos) y el cannabidiol (CBD, mayormente medicinales).
Bautizadas Pachamama —alta en CBD— y Malvina —con mayor proporción de THC—, las semillas servirán para hacer preparados de aceite bajo indicación profesional.
Antes de cultivarse, las variedades atravesaron un proceso de estabilización (la obtención de plantas con igual cantidad de cannabinoides) y feminización, ya que las hembras producen mayor concentración de los compuestos buscados.
Desde esta semana, Whale Leaf Farm trabajará con el mayor distribuidor del país para que el primer lote llegue a puntos de venta de todo el territorio, bajo garantía de trazabilidad.
Camino recorrido
En los últimos años, el aceite de cannabis se convirtió en un tratamiento prometedor para epilepsias refractarias, como se llama a aquellas que se diagnostican cuando no funcionan al menos dos medicamentos.
En sus diversas formas, comprenden hasta el 30 por ciento de los casos totales registrados, que afectan a unas 50 millones de personas, el 10% en las Américas.
La epilepsia se caracteriza por convulsiones recurrentes, manifestación de una descarga eléctrica excesiva en las redes neuronales del cerebro.
En 2017, el neurólogo de niños y jóvenes Marcelo Di Blasi —expresidente de la Sociedad Argentina de Neurología Infantil— empezó a recetar aceite de cannabis a un niño que, aun medicado, sufría entre 40 y 60 convulsiones diarias. A las pocas semanas cesaron, y su estado emocional mejoró notablemente.
Dos años después, Di Blasi ya tenía más de 70 pacientes bajo tratamiento, con resultados similares.
La coordinadora científica de Cannabis CONICET, Silvia Kochen, también comprobó su eficacia en un estudio publicado este año en la revista Epilepsy & Behavior, que encontró que el 86 por ciento de los pacientes presentaron “una reducción significativa” de convulsiones después de recibir el aceite.
“Se cree que el cannabis tiene un efecto inhibitorio sobre la red neuronal epiléptica”, explica en diálogo telefónico con SciDev.Net. “Los resultados son positivos en términos de ansiedad y calidad de vida”.
Mientras tanto, al consultorio de Di Blasi llegan cada vez más familias interesadas en el tratamiento para otras afecciones. La adición de cannabinoides a los fármacos “puede mejorar mucho la respuesta y evolución en trastornos de conducta asociados a los autismos, insomnio o estrés postraumático”, precisa a SciDev.Net.
También hay aplicaciones en “toda la línea relacionada a dolor, ansiedad, demencia, Parkinson y glaucoma”, agrega Kochen. “Las investigaciones avanzan, en particular sobre el sistema endocannabinoide [de comunicación intercelular], cuyo rol de mediador en las emociones es cada vez más claro”.
Después de las leyes
En 2022, el Congreso argentino sancionó una ley que promueve la investigación científica de la planta y sus derivados, complementando la norma que desde 2017 autorizaba el uso terapéutico.
Era el corolario de un camino iniciado por organizaciones comunitarias como Mamá Cultiva, que llevaba años militando por la legalización de sustancias que hasta entonces se importaban a valores internacionales y bajo permiso de la autoridad nacional de medicamentos.
Desde la apertura de un registro para pacientes con indicación de tratamiento, autorizados al cultivo para sí mismos o mediante terceros, “más familias han iniciado el camino de ‘ensayar’ con derivados de la planta en problemas asociados a los autismos, mientras que más médicos de familia, paliativistas y psiquiatras se han interesado en su uso”, cuenta Di Blasi.
El autocultivo es por ahora una opción minoritaria, ya que cada familia debe cuidar unas 60 plantas para sostener el tratamiento durante un año. Las asociaciones de cultivadores están en mejores condiciones de proveer estas cantidades, además de ser usualmente más rigurosas con la trazabilidad de cada componente.
También hay cultivos de cannabis medicinal avalados por provincias como Jujuy, Corrientes y La Rioja, donde la empresa Agrogenética anunció que tiene listas sus primeras 3.000 dosis de aceite, de las cuales 1.000 se destinarán al sistema público; el resto irá a farmacias.
Cannabis Conicet contribuye a estos avances mediante iniciativas de capacitación y seguridad. En la ciudad de Florencio Varela (provincia de Buenos Aires), la diplomatura en cannabis medicinal de la Universidad Nacional Arturo Jauretche ya formó a unas 5.000 personas. Y en los laboratorios del Hospital El Cruce, de la misma localidad, se analizan preparados que llevan cultivadores, asociaciones civiles, universidades y empresas.
Más allá de estos logros, Di Blasi plantea la necesidad de una Ley de Drogas integral, que termine con los allanamientos y la persecución a los cultivadores domésticos, que implemente programas de reducción de daños para los usuarios con consumo problemático, que eduque en forma continua a los profesionales de la salud y que divulgue las precauciones de consumo a la población general.
Este artículo fue producido por la edición de América Latina y el Caribe de SciDev.Net
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