Iba a suceder. Y al final ocurrió: un paleontólogo argentino descubrió una nueva especie en la Patagonia y la nombró en honor al jugador de fútbol Lionel Messi. Pero ahora no ha sido ni un titanosaurio de cuello largo y fornidas patas, como el Patagotitan o Argentinosaurus, ni un depredador feroz y enorme, de la talla de Meraxes gigasSkorpiovenator Carnotaurus. Se trata de un diminuto organismo marino con aspecto de molusco que vivió hace 20 millones de años. Lo llamó Discinisca messii.

El investigador Damián E. Pérez homenajeó al campeón del mundo y actual jugador del Paris Saint-Germain al bautizar con su nombre a esa pequeña pero a la vez rara y maravillosa conchilla. “Hasta donde tengo entendido es el primer fósil que lleva el nombre de Messi”, revela a SINC este paleontólogo del Centro Nacional Patagónico (CENPAT), en Puerto Madryn, Chubut.

“En 2019, se le había dedicado una lagartija vivienteLiolaemus messii», recuerda Pérez. Esta vez, el nombre surgió espontáneamente, ya que, según relata, mientras preparaban la publicación científica, transcurría la Copa del Mundo Qatar 2022. «El trabajo fue enviado en su versión final a la revista Ameghiniana, el 20 de diciembre del año pasado, mientras todo el pueblo argentino festejaba la llegada de los jugadores al país. No había otra opción. Es una forma pequeña de dedicarle algo a uno de los dos jugadores más importantes de la historia de la selección argentina y del fútbol mundial. Y para agradecer las alegrías que nos dio”, agrega.

Tesoros a simple vista

Todo comenzó en 2021, cuando Pérez, junto a sus colegas del Instituto Patagónico de Geología y Paleontología del CENPAT, se embarcaron en el estudio de la Formación Gaiman, al este de la provincia de Chubut, en la Patagonia argentina, en la que destacan sedimentos marinos de hace entre 20 y 10 millones de años. Conocida más por los restos antiguos de ballenas, tiburones y delfines allí localizados, esta ha sido poco explorada en busca de fósiles de invertebrados.

“Los fósiles se encuentran tanto en el suelo como dentro de los afloramientos, por lo que no hace falta hacer perforaciones ni excavaciones”, según describe la paleoecóloga Aylén Allende Mosquera, coautora de la investigación.

 

Pequeño y raro: fósil de Discinisca messii. Mide aproximadamente 2,5 cm. Crédito: Damián E. Pérez.

 

En una campaña al Parque Paleontológico Bryn Gwyn (“Loma Blanca” en galés), a siete kilómetros de la localidad de Gaiman, en junio de aquel año, encontraron algo extraño: los restos de un braquiópodo, es decir, unos pequeños animales marinos y solitarios parecidos a las almejas, aunque no están relacionados con ellas. “Nos llamó la atención muy rápido ya que esta conchilla tiene un aspecto vidrioso”, advierte Pérez.

Seis meses después, durante otra campaña en afloramientos al norte de la ciudad de Puerto Madryn, en un lugar llamado Cañadón del Puma, localizaron un segundo ejemplar.

En la actualidad se han identificado alrededor de 450 especies vivas de braquiópodos en todo el mundo. Pero en el registro fósil, que cubre alrededor de 500 millones de años, hay muchas más: entre 12.000 y 30.000 especies.

Estos pequeños animales marinos que viven encerrados en dos caparazones han sufrido y sobrevivido a varias extinciones masivas. Su estudio sirve para conocer más sobre la tumultuosa historia de los cambios climáticos que han atravesado el planeta y de las sucesivas modificaciones en la atmósfera y los mares. Por ejemplo, cuando los niveles de dióxido de carbono aumentaban y el océano se volvía más ácido, a estos invertebrados se les hacía difícil desarrollar caparazones grandes. Entonces sufrían lo que se conoce como ‘efecto Lilliput’: se empequeñecían, un fenómeno temporal restringido al periodo de supervivencia del evento de extinción.

Tras estudiar estas piezas —y otras encontradas en colecciones olvidadas—, los investigadores dedujeron que se trataba de braquiópodos muy raros. “Pertenecen al grupo de los lingulidos, del género Discinisca”, especifica Pérez.

“Actualmente, las disciniscas son organismos que viven de forma parecida a las lapas, en aguas muy poco profundas, en las rocas, entre mejillones y dientes de perro o percebes, pero en regiones más cálidas, como el norte de Chile, Perú y el Caribe; nunca se los había encontrado en Patagonia», aclara el autor. «Pudimos describir dos especies, Discinisca porvenir y Discinisca messii. Ambas habrían convivido hace unos 20 millones en estas costas patagónicas”, añade.

Pasaje a la inmortalidad

Por entonces, la costa este de Chubut (en el Atlántico sur) estaba bajo el agua, ya que el nivel del mar era mayor al actual y el Atlántico se adentraba varios kilómetros en el continente. En lo que hoy es el valle inferior del Río Chubut (la zona donde están asentadas las ciudades de Trelew, Gaiman y Dolavon) se conocen sedimentos marinos hasta mas o menos 60 km alejados de la costa.

Se trataba de un mar más cálido que el actual, con abundante fauna de invertebrados y vertebrados. Allí se han encontrado restos de delfines y ballenas primitivas, tiburones de gran tamaño y tortugas de hasta tres metros de largo. Todavía no había focas ni lobos marinos, tan comunes en la actualidad. Ni existía la ballena franca que hoy vive en la zona.

“El fósil de Discinisca messii mide aproximadamente 2,5 cm de largo”, detalla el paleontólogo. Era un «animal filtrador», que se alimentaba de pequeños microorganismos que se encuentran en el agua, como diatomeas y otros organismos del plancton. Seguramente tenía «pocos depredadores», especialmente por lo poco común que era. «Raro como Messi» y, seguramente, «presa de cangrejos o algunos peces».

Más allá de las peculiaridades de estos resistentes organismos marinos, la investigación publicada en la revista científica Ameghiniana exhibe las intimidades y riquezas de la taxonomía.

Hasta el momento, se han identificado, catalogado y nombrado aproximadamente 1,8 millones de especies pero tres, cinco, diez o incluso 100 millones adicionales todavía están a la espera de ser encontradas. Y nombradas. Como recuerda el biólogo alemán Michael Ohl, los nombres científicos son bellezas lingüísticas, creaciones en las que intervienen razones subjetivas y emocionales. “La imaginativa invención de nombres científicos para especies recién descubiertas es un ritual especialmente alegre», decía el autor del libro The Art of Naming. “Es a través de la denominación de las especies que percibimos y entendemos la naturaleza”, añadía.

El mundo que nos rodea se llenó de homenajes. Hay arañas nombradas en honor a David Bowie, Ozzy Osbourne, Johnny Cash, John Lennon, Harrison Ford, Pablo Neruda, Jack Nicholson, Orson Welles, Elvis Presley y el escritor uruguayo Mario Benedetti. Trilobites homenajean a Mick Jagger y Marilyn Monroe y escarabajos que honran a Arnold Schwarzenegger. Un lagarto extinto recuerda a Jim Morrison, un crustáceo a Stephen Hawking, un gusano a Bob Marley, un lirio de mar a Salvador Dalí. Avispas han sido denominadas en recuerdo de Rosalind Franklin, Lady Gaga o Shakira. Y el escritor Michael Crichton, autor de Jurassic Park, cuenta con dos dinosaurios que llevan su apellido: Crichtonsaurus y Crichtonpelta benxiensis.

En 2020, la bacteria Bacillus saganii se aisló en un edificio del Centro Espacial Kennedy, donde se ensambló la nave espacial Viking, y se nombró en referencia a Carl Sagan.

La araña terrestre Latica galeanoi (que se encuentra en Uruguay y el norte de Argentina) recuerda al escritor uruguayo Eduardo Galeano. La avispa Triraphis cortazari celebra a Julio Cortázar. El nombre de la damisela fósil Librelula remite al presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el de la libélula Argentinala cristinae, a la vicepresidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner. Asimismo, un bagre, una araña, un piojo y una chicharrita homenajean al escritor colombiano Gabriel García Márquez.

Las figuras del deporte no son ajenas a estos agasajos taxonómicos. Está el caracol de mar Bufonaria borisbeckeri, el escarabajo Duvalius djokovici, el dinosaurio herbívoro Iniestapodus, el coral Paragorgia jamesi, por el futbolista colombiano James Rodríguez. En homenaje a Diego Maradona, hay una avispa (Anaphes maradonae) y un insecto volador (Librelula maradoniana).

Hace 20 millones de años, la costa este de la provincia argentina de Chubut estaba bajo el agua. Los restos de muchos de los organismos que vivieron en aquel mar hoy se pueden encontrar a simple vista en los afloramientos de la Formación Gaiman. / Damián E. Pérez.

Para científicos como Pérez, el momento de nombrar taxones o una población de organismos es una de las pocas instancias completamente creativas dentro de lo gris que puede resultar el trabajo cotidiano. De hecho, no es la primera vez que este paleontólogo le asigna un nombre a una nueva especie. Anteriormente, ha recurrido a personajes de la cultura pop para denominar organismos hasta entonces desconocidos.

Estos nombres curiosos sirven para llamar la atención. A partir de una dedicatoria que alude a un personaje de ficción o a una celebridad deportiva global, investigaciones o fósiles como el de este pequeño invertebrado pueden llegar a un público que sin esta denominación no se interesaría.

Además, un nombre científico otorga al homenajeado inmortalidad. O, al menos, esa eternidad que dure mientras los seres humanos sigamos existiendo y explorando la naturaleza.