Por Verónica Guerrero Mothelet, Ciencia UNAM-DGDC
Nuestro planeta tiene lugares tan fríos que, de manera temporal o permanente, mantienen temperaturas por debajo de los cero grados Celsius y zonas congeladas. Esas áreas forman la criosfera, término que proviene del griego “kryos”, o frío.
La criosfera abarca áreas terrestres y marinas donde existe nieve o hielo; principalmente en los círculos polares Ártico y Antártico. De hecho, el hielo continental de la Antártida representa aproximadamente 90% de la criosfera superficial.
También contribuyen a la criosfera las nieves perpetuas en las cordilleras más elevadas del planeta, así como la nieve y el hielo que solo se presentan durante el invierno en otras latitudes. Igualmente, el hielo que se forma en las aguas, principalmente en las áreas polares.
De acuerdo con el doctor Lorenzo Vázquez Selem, experto en geomorfología glacial del Instituto de Geografía de la UNAM, la criosfera comprende cuatro elementos o tipos de estructuras:
Los glaciares, masas de hielo permanente que pueden medir desde unos metros hasta cerca de dos mil metros de espesor. Contrario a lo que parece, los glaciares no están fijos, “se mueven lentamente siguiendo la pendiente del terreno”, con una velocidad que en general alcanza algunos metros por año.
“Cuando llegan a lugares bajos, donde la temperatura es mayor de 0°C, el hielo se funde”, explica el investigador. Pero, al mismo tiempo, en su parte más alta, el glaciar recibe nieve nueva, que se transforma en hielo. “Esto mantiene en ‘equilibrio’ el glaciar”.
El segundo elemento son las superficies que se cubren de nieve durante los meses fríos del año, y que la pierden total o casi totalmente durante la temporada cálida.
También incluye el hielo marino, o la superficie del mar cubierta por hielo, con un espesor de algunos metros. Este se extiende durante el invierno y se reduce en el verano.
Por último, el suelo congelado, compuesto por el agua que se congela en los espacios porosos del suelo. Puede mantenerse congelada solamente durante los meses fríos, pero en sitios muy fríos permanece perpetuamente en ese estado y se llama “permafrost”.
El estudio de la criosfera es fundamental, pero muy desafiante. Como nos refiere Vázquez Selem, el principal desafío técnico es que los sitios en donde hay hielo casi siempre se corresponden a climas muy fríos, en latitudes polares, o en altas montañas de cualquier latitud. “En ambos casos, se trata de ambientes extremos y de difícil acceso”.
Además, desde el punto de vista científico, “pienso que uno de los mayores desafíos es que la criosfera es muy dinámica”. Como depende del clima, cambia de manera acelerada. De hecho, en las décadas recientes “está cambiando de dimensiones o desapareciendo en muchos lugares”, indica el investigador.
Por ello, “es urgente estudiarla y entender las implicaciones de los cambios que ocurren”.
HELADAS ISLAS FLOTANTES.
Los grandes glaciares de latitudes cercanas a los polos (Antártida, Groenlandia) tienen cientos a miles de metros de espesor y se llaman casquetes de hielo. Cuando un casquete de hielo termina su recorrido en el mar, se va desintegrando por fusión gradual, o al romperse en fragmentos de decenas o cientos de metros de espesor conocidos como icebergs.
Cuando una parte del glaciar, originado y anclado en tierra firme, se mueve lentamente sobre el mar, donde se desintegra, se conoce como placa de hielo. Las placas de hielo más notables son las de la Antártida, que se han estado desintegrando y formando icebergs de manera acelerada en las décadas recientes.
Cambio climático, efectos e interacción
Las principales tienen que ver con el calentamiento global. “La criosfera es posiblemente la parte del medio natural más sensible y menos resiliente ante el cambio climático, porque un aumento de temperatura por encima de 0°C inevitablemente se traduce en fusión de la nieve o el hielo y, por consiguiente, en su reducción o desaparición”.
A la vez, los cambios en la criosfera influyen en el clima.
“El porcentaje de radiación solar que refleja una superficie se llama albedo”, refiere el investigador. Cuando el albedo es alto, se refleja mucha radiación solar y el clima se enfría.
Pero, si el albedo es bajo, se refleja poca radiación y, en consecuencia, se absorbe mucha radiación solar. Esta radiación se convierte en calor y el clima se calienta.
Las superficies cubiertas de nieve y hielo tienen un albedo muy alto, que puede llegar a entre 80 y 90%. En contraste, el suelo sin vegetación tiene un albedo de 18%, los bosques de cerca de 8% y el océano de apenas entre 5 y 10%. “Eso significa que la radiación que incide sobre ellos produce mucho calor”.
El hielo marino cubre un 15% de la superficie marina, extendiéndose en invierno y reduciéndose en verano. Pero en las últimas décadas ha disminuido dramáticamente. “Por ejemplo, las imágenes de satélite muestran que entre 1978 y 1996 la superficie del hielo marino del Ártico disminuyó 6%, lo que se ha acelerado en años recientes”.
Igual pasa con las superficies continentales cubiertas de nieve: al perderse el hielo y nieve disminuye el albedo y aumenta la temperatura del planeta.
Otro efecto muy importante de la reducción de la criosfera, en particular de la fusión de los glaciares, es el aumento del nivel del mar.
“Se estima que los glaciares representan 75% del agua dulce del planeta. Si se fundieran todos los glaciares, el nivel del mar ascendería aproximadamente 70 metros”, advierte.
Ya en el último siglo, la fusión de los glaciares provocó un aumento del nivel del mar de un par de centímetros. “Pero esto se ha acelerado en años recientes: desde 1993 el ascenso ha sido de 0.3 cm, lo que equivale a una tasa de 3 cm por siglo”.
Por su sensibilidad ante el aumento de la temperatura, la criosfera puede ofrecernos los mejores indicadores del cambio climático, su magnitud y dirección.
Pero, además, estudiarla tiene implicaciones para la seguridad de nuestros asentamientos y construcciones. Por ejemplo, en latitudes altas, donde los suelos están permanentemente congelados, el descongelamiento trae graves problemas de estabilidad del terreno.
“Lo mismo ocurre en zonas montañosas, donde la desaparición del hielo con frecuencia trae consigo inestabilidad de laderas y mayores riesgos por deslizamientos, lo cual amerita estudios de riesgos”, concluye Vázquez Selem.
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