EE.UU.
Las ballenas barbadas se alimentan de kril (diminutos crustáceos planctónicos) mediante un proceso de filtración y, al hacerlo, pueden llegar a ingerir hasta 10 millones de fragmentos de microplásticos al día, según un estudio publicado este mes en Nature Communications. Los resultados indican que estas ballenas pueden consumir más cantidad de plástico que cualquier otro organismo, lo que representa un riesgo potencial para su salud.
“Los microplásticos son trozos de 0,001 a 5 mm o microfibras de 0,8 a 0,9 mm de longitud, de peso variable según el material con el que estén fabricados”, aclara a SINC la primera autora, Shirel Kahane-Rapport, investigadora en la Universidad Estatal de California en Fullerton y en la de Stanford (EE UU).
Para estimar la ingesta diaria de este material antrópico y los patrones de alimentación de las ballenas, la bióloga y otros científicos combinaron datos de microplásticos en la corriente de California con información sobre el comportamiento de búsqueda de alimento de 191 ballenas barbadas marcadas con dispositivos de seguimiento en la última década.
En concreto, se centraron en tres especies de amplia distribución: la ballena azul (Balaenoptera musculus), la jorobada o yubarta (Megaptera novaeangliae) y la ballena de aleta o rorcual común (Balaenoptera physalus).
“Con dispositivos ventosa etiquetados determinamos en qué parte de la columna de agua se zambullen estas ballenas y con qué frecuencia lo hacen”, explica Kahane-Rapport, “después, empleamos información sobre la cantidad de plástico que hay en sus presas (kril y peces), cuánto comen al día y el plástico que hay en la columna de agua. Al combinar todos estos datos pudimos determinar cuánto microplástico puede ingerir una ballena durante un día de alimentación”.
Plásticos llegan por el kril, no por el agua
Los resultados revelan que las ballenas barbadas se alimentan principalmente a profundidades de entre 50 y 250 metros, justo la zona del océano abierto donde se encuentran las mayores concentraciones de microplásticos, y que estos los ingieren a través de las presas que comen, no por la gran cantidad de agua que engullen.
“Las ballenas están más abajo en la cadena alimentaria de lo que cabría esperar por su enorme tamaño, lo que las sitúa más cerca de donde está el plástico en el agua. Solo hay un eslabón: el kril se come el plástico, y luego la ballena come el kril”, señala el coautor Matthew Savoca, de la Estación Marina Hopkins de la Universidad de Stanford.
Por especies, las ballenas azules (que se alimentan sobre todo de kril) consumen diariamente hasta 10 millones de partículas de microplástico; los rorcuales comunes (con alimentación mixta de pescado y kril), entre 3 y 10 millones; y en las ballenas jorobadas depende también de sus presas: 4 millones si se alimentan de kril y ‘solo’ 200.000 microplásticos cuando comen peces.
Según Savoca, las tasas de consumo de estos residuos plásticos probablemente sean aún más altas en las ballenas que se alimentan en regiones más contaminadas, como el mar Mediterráneo.
Los resultados del estudio son preocupantes porque sugieren que estas especies podrían no estar recibiendo la nutrición que necesitan para prosperar, advierte Kahane-Rapport, “aunque necesitamos más investigación para entender si el kril que consume microplásticos crece menos rico en aceites, y si los peces pueden ser menos carnosos, menos grasos, al comer estos residuos que les dan la sensación de estar llenos”.
Riesgo desconocido para la salud
Aunque se desconocen los efectos concretos que puede estar causando este material extraño en la salud de las ballenas, los autores apuntan que puede haber un riesgo fisiológico y toxicológico si se acumula en el organismo.
“Todavía no lo sabemos –reconoce la investigadora –, pero otros estudios han demostrado que, si los plásticos son lo suficientemente pequeños, pueden atravesar la pared intestinal y llegar a los órganos internos, aunque los efectos a largo plazo aún no están claros. Nuestro trabajo muestra que esta ballenas barbadas corren mayor riesgo de consumir estos desechos debido a su enorme consumo de presas”.
“El siguiente paso será comprobar qué cantidad de plástico defecan las ballenas y cuánto queda retenido en su cuerpo, y después sería muy interesante –y complicado– determinar los efectos directos sobre la salud de sus tejidos”, dice Kahane-Rapport.
Los autores concluyen recordando que los microplásticos “son un factor de estrés adicional para unas especies que luchan por recuperarse de la caza histórica de ballenas y de los impactos antropogénicos”, un conjunto de amenazas acumuladas que requieren más atención.
Referencia:
Shirel Kahane-Rapport, Matthew Savoca et al. “Field measurements reveal exposure risk to microplastic ingestion by filter-feeding megafauna”. Nature Communications, 2022
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