París, Francia
Entre la crisis energética causada por la guerra en Ucrania y los objetivos climáticos, la cuestión nuclear recobra interés en numerosos países, desde Japón a Alemania, aunque las ambiciones son distintas.
Once años después de la catástrofe de Fukushima, que supuso un frenazo para este tipo de energía, los vientos parecen estar cambiando y los industriales y políticos partidarios del átomo no esconden su optimismo.
Especialmente simbólica es la intención de Japón de eventualmente reanudar la construcción de nuevas centrales.
El gobierno anunció el miércoles un periodo de reflexión sobre futuros «reactores de nueva generación, dotados de nuevos mecanismos de seguridad» para ayudar a alcanzar la neutralidad de carbono pero también para combatir el aumento de los precios de la electricidad y el gas, que afecta también al archipiélago desde la guerra en Ucrania.
Por el momento, Tokio se plantea volver a arrancar algunas instalaciones y extender su duración de vida, un giro brusco para un país donde el año anterior menos del 4% de su energía era de origen nuclear, contra un 30% producida por 54 reactores antes de 2011.
La opinión pública, preocupada por una hipotética escasez y la dependencia de las importaciones de gas, petróleo y carbón, ve con mejores ojos ahora este proyecto.
Múltiples crisis
Otros países encaminados a desprenderse de esta energía hicieron marcha atrás, como Bélgica, que quiere prolongar dos reactores de diez años.
En Alemania, que tenía que cerrar sus tres últimas centrales a finales de 2022, el tabú se rompió cuando el ministro de Economía y Clima, el ecologista Robert Habeck, opinó en febrero que un aplazamiento podía ser «pertinente» en el contexto de la guerra en Ucrania.
Para decidirse, Berlín espera nuevos estudios sobre su sistema eléctrico y las posibles necesidades de invierno.
«Prolongar el nuclear no es una solución a la crisis energética», objeta Gerald Neubauer, experto de energía de Greenpeace Alemania, que sostiene que su eficacia para reemplazar el gas ruso es limitada. «El gas sirve sobre todo para la calefacción no para la electricidad».
Pero para Nicolas Berghmans, experto del Instituto de Desarrollo Sostenible y de Relaciones Internacionales (IDDRI), «prolongar las centrales puede ayudar».
«Europa está en una situación energética muy difícil, con múltiples crisis que se superponen: el problema del suministro del gas ruso, la sequía que redujo la capacidad de las presas, la débil disponibilidad del parque nuclear francés… así que todo ayuda», dice.
El sector ya había experimentado un impulso bajo el paraguas de la lucha contra el cambio climático dado que la energía nuclear no emite directamente CO2.
De hecho, en varios escenarios del IPCC, el panel de expertos climáticos de la ONU, el átomo cobra más protagonismo.
Soluciones no inmediatas
Ante el anunciado auge de la electrificación en los transportes, la industria o la construcción, varios países expresaron su deseo de desarrollar infraestructuras nucleares: China, que ya tiene el mayor número de reactores, o Polonia, República Checa o India, que quieren reducir su dependencia del carbón.
Francia, Reino Unido y Países Bajos mostraron ambiciones parecidas, incluso Estados Unidos fomenta el sector con el plan de inversiones del presidente Joe Biden.
Actualmente el nuclear está presente en 32 países y suministra un 10% de la electricidad mundial. Pero las previsiones del Organismo Internacional de la Energía Atómica de septiembre de 2021, las primeras publicadas desde Fukushima, auguran que la potencia instalada se duplique de ahora a 2050 en el escenario más favorable.
Sin embargo, los científicos del IPCC reconocen que «el despliegue futuro del (tema) nuclear puede quedar limitado por las preferencias sociales»: la cuestión divide la opinión por el riesgo de catástrofes o el problema todavía sin resolver de los residuos.
Países como Nueva Zelanda están en contra, una línea también expresada en Bruselas durante el debate sobre si se incluía o no la energía nuclear en la lista de actividades «verdes».
Está también la cuestión de la capacidad de construir nuevos reactores con unos costes y plazos controlados.
«Los retrasos de construcción son largos», señala Nicolas Berghmans. «Hablamos aquí de soluciones a medio plazo, que no arreglarán la cuestión de las tensiones en el mercado», dice.
También llegarán demasiado tarde, después de 2035, para resolver la cuestión climática que, en cambio, puede aprovecharse inmediatamente de «la dinámica industrial» de las energías renovables, opina.
Por: Catherine Hours.
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