Ciudad de México, México.
Cuando en 1609 Galileo dirigió su telescopio de cuero rojo y de casi un metro de largo a los cielos, extendió los sentidos de la humanidad. Y al hacerlo introdujo una experiencia nueva, de otro tipo: una visión tecnológicamente mediada.
Desde entonces, los instrumentos que escudriñan los cielos se han vuelto más grandes, más poderosos. Han escalado hasta la cima de las montañas más altas y, como sucedió con el Hubble, Kepler, Chandra, Spitzer y ahora con el telescopio espacial James Webb, se estacionaron más allá de la atmósfera terrestre para deslumbrarnos con sus retratos del universo.
“Sin embargo, las impresionantes imágenes tomadas por estos artefactos no son ‘instantáneas’. Son imágenes procesadas”, explica a SINC la historiadora del arte Elizabeth A. Kessler. “Astrónomos y artistas digitales toman decisiones conscientes y deliberadas sobre qué mostrar, qué paleta de colores y niveles de contraste usar para hacerlas accesibles y evocar sensaciones de asombro y grandeza en el público”.
En su libro Picturing the Cosmos: Hubble Space Telescope Images and the Astronomical Sublime, esta investigadora de la Universidad de Stanford (EE UU) y analista de la cultura visual de las ciencias señala que las imágenes de los telescopios han cambiado nuestra percepción del cosmos: han transformado lo que pensábamos que era la vasta negrura del espacio en un jardín virtual de constelaciones y estrellas.
Pero Kessler recuerda: “Los astrónomos no crean sus imágenes de nebulosas, galaxias, agujeros negros y campos estelares en un vacío de objetividad”.
La reciente presentación de las primeras imágenes del telescopio espacial James Webb recordó el increíble poder visual que tienen estas representaciones del universo. ¿Por qué nos asombran tanto?
Por varias razones: nos invitan a ver el cosmos como algo vasto, maravilloso e inspirador. Las fotografías astronómicas de telescopios espaciales como el Hubble y ahora el James Webb son más que bonitas; tienen valor científico y estético. Forman parte de la historia de las representaciones científicas y artísticas y están incrustadas en una tradición visual más amplia.
A través de su apariencia, evocan una experiencia de lo sublime: en el siglo XVIII, filósofos como Edmund Burke e Immanuel Kant lo describen como una experiencia estética extrema, trascendente, de transformación, que se puede encontrar al ver grandes océanos, cascadas, abismos, montañas y al observar el cielo. Para Kant, lo sublime surge de una tensión entre los sentidos y la razón.
Esto fue expresado en el arte: las pinturas y fotografías del oeste de EE UU del siglo XIX como los parques Yosemite, Yellowstone y el Gran Cañón, por ejemplo, producen admiración y asombro por su monumentalidad. Las imágenes de los telescopios espaciales como el Hubble y el James Webb continúan esta tradición visual: apelan a las mismas sensaciones al hacer énfasis en lo monumental y en la grandeza del universo. Animan al espectador a experimentar el cosmos racional y emocionalmente.
A diferencia de lo que ocurría hace 50, 60, 70 años, hoy somos bombardeados casi a diario con nuevas imágenes de galaxias, nebulosas y planetas. ¿Hemos naturalizado a tal punto que ciertas personas se han vuelto inmunes a su impacto?
Quizás. Nos hemos familiarizado con esta manera de concebir el cosmos. En el último siglo, la tradición visual de lo sublime se aprecia en la cultura popular; en westerns; en las imágenes del fotógrafo Ansel Adams –considerado el más importante paisajista del siglo XX–; en las pinturas del artista Chesley Bonestell que mostraban naves y paisajes colosales de Saturno y que inspiraron el programa espacial estadounidense. Lo mismo ocurre con la película 2001: odisea en el espacio de Stanley Kubrick.
En especial, gracias al telescopio Hubble las imágenes astronómicas han tenido una gran circulación en nuestra cultura. Son escenario de muchas series y películas de ciencia ficción y films de superhéroes. Nos hemos acostumbrado a tener una gran expectativa: la de ver el cosmos a través de imágenes con increíble resolución, hermosos colores y perfectamente procesadas. Eso a veces lleva a ciertas personas a decepcionarse cuando ven fotos en blanco y negro de la superficie de Marte tomadas por robots como Opportunity, Curiosity y Perseverance.
El telescopio espacial James Webb es un telescopio infrarrojo. Nos mostrará el universo más allá de nuestra capacidad visual. Hará visible lo que está más allá de nuestros sentidos. Eso hará que nos sorprendamos más. Será otra experiencia sensorial y de conocimiento.
Se suele pensar y hablar de los telescopios como “ventanas del universo”. ¿Es así?
No. Las imágenes astronómicas son representaciones doblemente mediadas: se traducen primero de objetos celestes en datos y luego por segunda vez en imágenes. Históricamente, se ha asociado a estos dispositivos que extienden nuestra vista con la idea de que son “un nuevo par de ojos”, una “nueva visión”.
En los 70s y 80s, las misiones Voyager sobrevolaron Júpiter y Saturno. Las imágenes publicadas por la NASA lucen psicodélicas. Saturno parece un huevo de Pascua gigante, de colores locos, vibrantes, cambiantes, eléctricos. Eso se acentúa en los primeros planos de la atmósfera: la Gran Mancha Roja de Júpiter es de un rojo exagerado.
No son imágenes naturalistas. Hicieron visible la brecha entre los objetos del Sistema Solar y nuestra manera de representarlas. Enfatizaron la dependencia en la tecnología. Expusieron la naturaleza mediada de la observación y estudio del universo. Son imágenes que dependen de una colaboración entre seres humanos y máquinas.
¿Hasta que punto se intervienen las imágenes?
La NASA y otras agencias tiene una fuerte tendencia a retocar sus imágenes con el tipo de colores de tonos tierra que asociamos con el suroeste de EE UU. Hacen que los objetos celestiales luzcan familiares.
De hecho, en el comunicado oficial de la NASA se describe una de las imágenes tomadas por el telescopio espacial James Webb de la nebulosa NGC 3324 como un “acantilado cósmico”, como un “paisaje de montañas y valles”.
El vecindario cósmico gana familiaridad a través de su parecido con el paisaje terrenal. En lugar de mostrarse como un espacio confuso, se convierte en un lugar al que podemos viajar mentalmente.
Las imágenes astronómicas del Hubble, como los “Pilares de la Creación” tomada en 1995, se asemejan mucho a las pinturas de paisajes del oeste estadounidense del siglo XIX de artistas como Thomas Moran o Albert Bierstadt, que presentaron paisajes extraños de manera dramática: la orientación de la Nebulosa del Águila; cómo se elevan los pilares hacia la parte superior de la imagen como si fueran colinas; las opciones de colores.
Las imágenes de los telescopios espaciales, al introducir este juego entre lo extraterrestre y lo familiar, nos permiten imaginar el universo como algo a nuestro alcance, incluso mientras retienen esa sensación de su inmensidad, extrañeza y distancia.
¿En qué otros aspectos estas imágenes están mediadas?
Hay muchas decisiones y elecciones que se toman: desde la construcción del telescopio y sus cámaras, a los filtros que se usan al procesamiento de la información que llega a la Tierra. Astrónomos y editores intensifican la luminosidad, amplifican ciertos rasgos de una nebulosa o galaxia para que sean visibles a nuestros ojos. Convierten datos en escenas visual y emocionalmente atractivas.
Se trata de un proceso de traducción para que podamos comprender lo que estamos viendo. Detrás de las imágenes astronómicas tomadas por telescopios espaciales como el Hubble y el James Webb hay decisiones científicas y artísticas.
En su libro dice que las fotografías astronómicas funcionan como pósteres de la ciencia al mostrar las maravillas de la exploración y el descubrimiento. ¿En esta época de posverdad y guerra contra la ciencia necesitamos más que nunca el poder visual de estas imágenes?
También brindan cierta sensación de triunfo, de competencia: expresan que es posible que un gran número de personas a lo largo de un amplio período de tiempo puedan colaborar juntas y lograr un objetivo. Hay muchas maneras de interpretarlas pero las misiones lunares fueron una demostración de competencia del gobierno de EE UU. La metáfora de lo que se conoce en inglés como “moonshot” se usa repetidamente en la actualidad para decir que se quiere lograr algo grandioso, como curar el cáncer. Es la analogía para un grupo de personas que se pone de acuerdo y consigue algo bueno para el bien de la humanidad.
En este momento en el que hay tanta ansiedad, incertidumbre y cuestionamiento a la ciencia, así como grandes problemas globales como la pandemia o la crisis climática, las imágenes de telescopios como el Hubble y ahora el James Webb muestran que un grupo de personas pueden lograr algo y llevarnos más allá de donde estábamos. Y que puede celebrarse. Creo que necesitamos estos triunfos para ayudarnos a resolver problemas en la Tierra y decir: “Sí, podemos lograrlo”.
Las imágenes del Hubble explotaron la idea de frontera, tan central en la historia de EE UU, en especial para referirse a la conquista y colonización. Siendo el James Webb una colaboración internacional, ¿esta idea perdió fuerza?
Definitivamente, es una forma de pensar que no se fue. Se puede percibir en las ideas de Elon Musk de colonizar Marte o la Luna. Lo interesante de las imágenes de los telescopios es que nos recuerdan permanentemente que esos paisajes están fuera de nuestro alcance. A diferencia de Marte, donde circulan nuestros embajadores, los robots, lo que vemos del universo lejano son solo imágenes: recolectamos fotones de luz provenientes de lugares lejanos pero no visitaremos esos sitios. Es una fantasía.
Aunque tenemos el gesto de extendernos a través de estas imágenes al cosmos, no se trata de una frontera que puede ser físicamente cruzada. Estamos atascados en lo mundano. Las imágenes nos permiten viajar con la imaginación pero no se trata de una conquista física.
Solo nos permiten ganar más conocimiento. El telescopio James Webb incitará más preguntas que respuestas. El concepto de frontera funciona distinto cuando no hay tierra donde aterrizar. El universo siempre permanecerá muy lejos de nosotros.
El Hubble y el James Webb extienden aquella idea del siglo XVIII de que es la vista nuestro principal sentido para explorar el mundo y el universo. ¿Por qué cree que no pensamos en el cosmos en términos olfativos, sonoros, táctiles, gustativos?
Hay algunos proyectos que grabaron los sonidos de los vientos en la superficie de Marte o en Saturno, pero estas iniciativas no capturan la imaginación como las imágenes. A diferencias de otras disciplinas que priorizan más el tacto, el olfato o la audición, la astronomía se trata del placer de mirar.
En el trabajo de recolectar fotones hay un intento de comprender el cosmos, entenderlo como un sistema ordenado y armonioso. Es posible que los astrónomos no siempre sean conscientes de lo profundamente que las imágenes dan forma a su pensamiento. Pero tienen una influencia ineludible en cómo imaginan el cosmos.
Además de ser concebidos como “máquinas del tiempo”, dado que son capaces de analizar cómo era el universo hace millones de años, ¿los telescopios pueden ser vistos también como “máquinas filosóficas”?
Nos pueden hacer sentir pequeños, que no somos nada. Pero al mismo tiempo nos recuerdan que somos una especie capaz de construir una máquina como el telescopio James Webb, así como de ver más allá de nuestros límites.
Carl Sagan nos lo recordó cuando logró que la sonda Voyager 1 mirase en 1990 hacia atrás y tomara una imagen de la Tierra como aquel punto azul pálido en un océano de oscuridad: en ese punto ha vivido toda la gente que conocemos.
Instrumentos como los telescopios espaciales demuestran nuestras capacidades para concebir ideas mucho más allá de las limitaciones perceptivas de la humanidad. En nuestra insignificancia cósmica hemos conseguido mucho. Quizás es una ética que debamos adoptar.
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