Brasil. 

La capacidad de almacenamiento de carbono en los bosques de todo el planeta corresponde al 88 por ciento de su potencial total, según un estudio publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), que coloca a Brasil como el segundo país con mayor potencial detrás de Rusia.

La conclusión es relevante para trazar estrategias de combate al cambio climático, ya que los sistemas boscosos se consideran “esponjas” para la retención de dióxido de carbono. También es de especial interés en el contexto latinoamericano, pues más de dos tercios de esa capacidad corresponde a los trópicos, y entre los 20 primeros países con mayor potencial figuran México, Perú, Colombia, Argentina, Bolivia y Venezuela.

Dejando de lado las tierras destinadas al hábitat y la producción de alimentos, “las reservas sin utilizar alcanzan el considerable tamaño de 287 petagramos” (un PgC equivale a mil millones de toneladas), precisa en un correo electrónico a SciDev.Net Wayne Walker, uno de los responsables del informe.

El 78 por ciento de esa cantidad se encuentra en la biomasa leñosa y el 22 por ciento en el carbono orgánico del suelo, tanto encima como debajo.

Los investigadores alcanzaron esos resultados gracias a la combinación de bases de datos, archivos históricos, mediciones de campo e imágenes aéreas.

Para cumplir los objetivos del Acuerdo de París (evitar que el incremento de la temperatura media supere los 2°C respecto a los niveles preindustriales), las emisiones deben permanecer por debajo de 250 PgCs. A las tasas actuales, esa cantidad se habrá alcanzado en 2045.

Ante este panorama resulta fundamental conocer la capacidad de almacenamiento de carbono para avanzar en el diseño de las llamadas soluciones climáticas naturales: mantenimiento (preservar los bosques), manejo mejorado (en ecosistemas degradados) y restauración (plantar árboles donde había bosques nativos).

Los resultados reflejan “las altas tasas de deforestación histórica en los trópicos y la degradación de los bosques” en la región, advierte Walker. “Los países con mayores pérdidas son los que tienen déficits de carbono más importantes y, por ende, mayor potencial de almacenamiento”.

David Lapola, del Centro para la Investigación Meteorológica y Climática Aplicada a la Agricultura en la Universidad de Campinas (Brasil), no está de acuerdo con algunos fundamentos y conclusiones del estudio.

“Los datos observacionales de largo plazo muestran que la potencia de los sumideros de carbono en la Amazonia se ha reducido en un 30 por ciento desde los 90”, ejemplifica por correo electrónico. “Si esa tendencia persiste, el bosque tropical más grande del mundo se convertirá en una fuente de carbono atmosférico en unos 15 años. ¿Cómo podemos contar con que absorba más, cuando las proyecciones indican que el stock actual podría desaparecer?”

“Preservar y restaurar los sistemas boscosos son acciones necesarias para contener el cambio climático”, reconoce. “Pero no creo que podamos contar solo con eso para salir del problema a escala planetaria que hemos creado”.

Las alteraciones de las temperaturas y precipitaciones afectarán el tamaño de las reservas de carbono, reconoce Walker. “Y a lo largo de los trópicos, probablemente disminuirán”.

Al contrario de lo que podría suponerse, las acciones de restauración representan menos del 10 por ciento del beneficio climático potencial en Brasil. Las mayores ganancias llegarán al enfocar los esfuerzos donde la cubierta boscosa ha sido al menos parcialmente mantenida.

En esa línea, el estudio explica que “cualquier intento de compensar una emisión con una eliminación equivalente va a llevar a una concentración atmosférica superior a que si la emisión se hubiera evitado desde el principio”.

Lapola también advierte sobre el riesgo de que los países o compañías contaminantes usen los programas de créditos de carbono, que permiten “compensar” emisiones mediante proyectos de reducción en otros lugares, “como una licencia para seguir emitiendo”.

“Este estudio sigue la línea de argumentación que deja la responsabilidad de reducir las emisiones (históricamente generadas por las naciones desarrolladas) en las naciones tropicales -critica-. Y lo hace sin tocar temas como la titularidad de la tierra o los esquemas de financiamiento”.

El investigador plantea que las acciones que buscan detener la deforestación “son relativamente sencillas, y Brasil ha demostrado en el pasado que pueden concretarse”. Sin embargo, “para contener la degradación, un proceso generalizado a lo largo del Amazonas, aún debemos entender más profundamente sus causas e implicancias”.

Al mismo tiempo, recalca la necesidad de avanzar en mecanismos de captura y almacenamiento y los proyectos REDD+, que discuten la posibilidad de pagar a los países en desarrollo por el valor del carbono en sus bosques.

“El cambio climático no solo es responsabilidad de los países tropicales”, insiste. “Sus bosques seguirán sufriendo los impactos hasta que no haya una acción global concertada para reducir las emisiones”.