Roma, Italia.
Miguel de Cervantes y su Don Quijote, obra maestra de la literatura, vuelven a Nápoles (sur de Italia) más de cuatro siglos después y lo hacen de la mano de una exposición «absolutamente innovadora» en la que libros, telas, pinturas y música «dialogan» entre sí para rendir homenaje a este mito universal.
«Don Quijote entre Nápoles, Caserta y el Quirinal: los cartones y los tapices» es una muestra «inter-arte: pintura, tapices, pero también literatura, con unas ediciones ilustradas importantísimas y una ópera excepcional», resume a Efe su comisaria, Encarnación Sánchez, miembro correspondiente de la Real Academia de España (RAE).
El imponente Palacio Real de Nápoles acoge hasta el 6 de septiembre esta exposición que será inaugurada mañana por el embajador de España en Italia, Alfonso Dastis, y que reconstruye la historia de la serie de tapices con pasajes del Quijote realizados por la manufactura napolitana entre 1757 y 1779 por el empeño personal de Carlos III.
DON QUIJOTE Y CARLOS III
«Don Quijote es un sujeto que ha inspirado todas las formas del arte desde el siglo XVI hasta hoy», explica a Efe Mario Epifani, el otro comisario de la exposición y director del Palacio Real, el museo a cuya dirección llegó a finales de 2020 con el deseo de «impulsar una nueva etapa».
Y esta exposición lo demuestra: reúne por primera vez 38 cartones -los cuadros modelo para los entelados- y su resultado final, 7 tapices cedidos por el Quirinal, la sede de la Presidencia de la República en Roma, más otro francés procedente del Palacio de Caserta, el símbolo del poder real ideado por Carlos III a 40 kilómetros de Nápoles para el que todas las telas fueron concebidas.
«El monarca llega en 1734 y poco después decide hacer esta serie del Quijote para decorar el palacio que estaba construyendo el gran arquitecto Luigi Vanvitelli. Fue una idea genial del rey que enraíza el Quijote con Nápoles, es él quien promociona el mito de Don Quijote en esta ciudad», asegura Sánchez.
El rey nunca pudo ver acabado su grandioso proyecto, pues tuvo que ocupar el trono español en 1759, y los tapices que iban a decorar «los gabinetes más íntimos de Carlos III y su esposa» acabaron en el Quirinal, donde llevan décadas alegrando la vista de los mandatarios italianos y sus más ilustres invitados.
EL JURAMENTO DEL GOBIERNO DRAGHI
«Si se mira bien la foto oficial del juramento del Gobierno de Mario Draghi, detrás hay un tapiz del Quijote y también el presidente (Sandro) Pertini tenía uno detrás de su escritorio: el del robo del asno de Sancho», afirma Sánchez, catedrática de Literatura española en la Universidad napolitana de L’Orientale durante dos décadas.
Los cartones y los tapices son las «estrellas» de la muestra, pero también podrán verse excepcionales ilustraciones de Don Quijote de la Biblioteca Nacional napolitana, donde «hay un ejemplar de la primera edición del Quijote, de 1605, uno de los pocos que quedan en el mundo, y una serie de ediciones ilustradas importantísimas del siglo XVIII, que se van a exponer con otras de la segunda mitad del XVII».
Y dos manuscritos de Vanvitelli, en los que «dibuja las salas donde iban a ir colocados los tapices», mientras que el conservatorio napolitano de San Pietro in Majella ha cedido la partitura original de la ópera de Giovanni Paisello, estrenada en 1769, y el Teatro San Carlo, explica Epifani, «ha reconstruido el amplio repertorio dedicado a Don Quijote en el XVIII: desde Viena a Londres pasando por Italia».
Los dos comisarios destacan el papel «fundamental» del cónsul general de España en Nápoles, Carlos Maldonado, para poder llevar a cabo este homenaje a Don Quijote, en el que también participa el Instituto Cervantes.
CERVANTES Y NÁPOLES
Carlos III relanzó el mito quijotesco con los tapices, pero hacía tiempo que había llegado a Nápoles, pues Cervantes pasó allí varios inviernos entre 1570 y 1575, cuando era soldado. «La frecuentaba cuando no estaba en el mar, vivió en ella más de un año en periodos intermitentes y siempre tuvo nostalgia», relata Sánchez.
Además, tenía una relación muy especial con el virrey de Nápoles, Pedro Fernández de Castro, y en 1615, cuando sale la segunda parte de la obra, el escritor español se la dedica a él.
«El virrey sostenía económicamente a Cervantes, que hubiera querido acompañarle cuando se instaló en Nápoles en 1610 con su corte literaria. De alguna manera esta exposición ‘cumple’ ese deseo cuatro siglos después», dice la comisaria, que a sus 72 años, 40 de ellos viviendo en Italia, se emociona al hablar del «grandísimo valor» de la relación entre los dos reinos
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