Tras la pandemia y de cara al cambio climático, se requiere fortalecer los sistemas agroalimentarios y la seguridad hídrica de los países más vulnerables. 

Los impactos causados por la pandemia sobre la producción y distribución de alimentos, especialmente durante el primer año, han afectado los caudales de circulación del “agua virtual”, es decir el agua necesaria para producir alimentos y otros bienes de consumo.

“La presión es grande y no se trata solo de la cantidad, sino principalmente de la calidad del agua. El uso indiscriminado de agua en una actividad como la agricultura puede ejercer presión sobre la disponibilidad de agua para futuros cultivos, y en unos años la disminución de la calidad del agua podría incluso hacer que las actividades agrícolas sean inviables”, dice Mark Mulligan, profesor del Departamento de Geografía del King’s College de Londres.

Mulligan es coautor de un estudio sobre los efectos de COVID-19 en la seguridad hídrica, donde se advierte que asignar más agua al sector agrícola afecta el suministro doméstico de agua, en una competencia interna entre regiones urbanas y rurales dentro de los países y entre el norte y el sur global a nivel internacional.

“En particular, los países con escasez de agua deben tener acceso al mercado mundial para mitigar su falta de agua local”, señalan los autores del estudio.

Algunos alimentos y productos requieren mucha agua virtual para ser producidos, consumo que entra en la cuenta del país productor y se exporta al país comprador.

Como el país con una de las mayores disponibilidades de agua dulce en el mundo y uno de los principales agroexportadores mundiales, la factura de exportación de agua virtual de Brasil siempre es cara.

En 2016, un estudio estimó que la exportación bruta anual de agua virtual de Brasil era de 67,1 mil millones de metros cúbicos (54,8 mil millones de metros cúbicos netos) solo para productos agrícolas, principalmente comprados por Europa (41 por ciento de la exportación bruta).

En cuanto a América Latina y el Caribe, un estudio de 2015 mostró la huella hídrica de los diez productos que tienen más agua virtual incorporada para la exportación, con base en números de 1996 a 2005.

El primer lugar lo ocupa la soja, responsable de la exportación del 99 mil millones de metros cúbicos por año, cantidad muy superior a la del café y el algodón, que, como segundo y tercer lugar de la lista, explicaron la exportación de 39 y 29 mil millones de metros cúbicos de agua virtual por año en ese período, respectivamente.

De regreso a la “normalidad”

Según Mulligan, una de las principales lecciones de la pandemia es que para garantizar un suministro equitativo de alimentos y agua virtual a nivel internacional, la economía mundial necesita transformar sus actividades cotidianas y adaptarse a una nueva normalidad.

Pero en la práctica, la economía mundial está volviendo a la normalidad anterior a la pandemia.

Según un informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) publicado en diciembre pasado, América Latina experimentó un aumento de 25 por ciento en las exportaciones de bienes en 2021, luego de una caída del 10 por ciento en 2020.

Para 2022, la organización proyecta que las exportaciones de bienes aumentarán un 10 por ciento en la región. El aumento en el precio de los productos agroindustriales, minerales y petróleo están impulsando esta tendencia, según la organización.

“Con la pandemia, nos hemos vuelto más conscientes de la posibilidad real de grandes crisis”, dice Mulligan. “Ahora podemos realmente imaginar lo que podría pasar con el cambio climático o la degradación de los sistemas agrícolas en todo el mundo”, agrega.

Impactos y desafíos de la pandemia en América Latina

Con menores ingresos a causa de los contagios y las restricciones producto de la pandemia, el escenario también afectó la seguridad alimentaria de las familias de bajos ingresos en América Latina y el Caribe.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en la región el hambre afectó a unos 14 millones de personas más en 2020 en comparación con 2019, y en 2021, casi uno de cada diez latinoamericanos (9,1%) pasó hambre.

Valeria Piñeiro, coordinadora senior de investigación del Instituto Internacional de Investigación de Políticas Alimentarias (IFPRI), dice que la COVID-19 ha tenido grandes impactos en el trabajo y la logística, y que cada región del mundo se ha visto afectada de manera diferente, según las políticas ejecutadas.

Señala que los productos perecederos, como frutas, verduras y carnes, han sido impactados de forma distinta a los cereales y otros alimentos básicos por dos razones principales.

“La primera es que las políticas de distanciamiento social han afectado los regímenes de trabajo y se ha vuelto más difícil cultivar alimentos y la segunda [son] las dificultades logísticas y de transporte de mercancías por avión, especialmente en 2020, y esto se ha reflejado en los precios de los alimentos, impactando las dietas de América Latina”, explica.

El punto, dice Mulligan, es que los principales desafíos deben resolverse de manera sistémica y coordinada para evitar que las soluciones a un problema generen otros problemas más adelante.

“Hoy tenemos una vacuna para COVID-19, pero no tenemos vacunas para el cambio climático o la pérdida acelerada de biodiversidad que enfrentamos, y el problema con las vacunas, por ejemplo, es que si no todos están a salvo, entonces nadie está seguro”, señala.

Dice que la lógica es la misma para los desafíos que el cambio climático trae a los sistemas alimentarios y la gestión de los recursos hídricos: “si las soluciones de mitigación y adaptación solo llegan a los ricos y no incluyen a los pobres, termina creando nuevamente problemas a los ricos”, concluye.

(SciDev).