PuracéColombia.

Una cámara escondida registra el ritual. El indígena Rosendo Quirá agita en silencio una planta medicinal para atraer al cóndor hacia el señuelo. El ave se aproxima entre la bruma a un desfiladero de más de 3.200 metros sobre el nivel del mar.

Quirá sobresale por sus conocimientos ancestrales entre un grupo de 300 voluntarios, varios de ellos indígenas, que se desplegaron el fin de semana en un centenar de puntos de Colombia para levantar el primer censo de esta especie emblemática de los Andes.

Médico tradicional de la reserva indígena de Puracé, este hombre de 52 años deja algo de carne sobre una piedra y usa un ramo de salvia para rociarlo con una infusión. Con la otra mano, sostiene una vara y lleva una mochila terciada con plantas curativas.

Al poco tiempo, entre las nubes que oscurecían este resguardo – ubicado en el suroeste del país – aparece un ave de unos tres metros de envergadura, que desciende sobre este sitio para aprovechar la ofrenda de carne. Los indígenas kokonukos consideran sagrados a ambos: el cóndor y la piedra donde se posa.

Cerca está la cámara que disimularon los biólogos. Con ayuda de los nativos, pretenden contar los cóndores para ayudar a su conservación.

«Necesitamos saber cuántos hay en el país y en qué estado se encuentran», explica a la AFP la bióloga Adriana Collazos, quien instaló el aparato que se activa con el mínimo movimiento.

El inédito censo es una iniciativa de Parques Nacionales Naturales de Colombia y la Fundación Neotropical, entre otras ONG ecológicas.

– Mensajeros bajo amenaza –

Aunque expertos estiman que alrededor de 130 cóndores viven en los Andes colombianos, esta población de aves monógamas nunca había sido censada. Los indígenas de Puracé aseguran que en su territorio vive al menos una pareja, pero algunos dicen haber avistado otro individuo, una hembra solitaria. La cámara  acabará con la duda.

«Si él se acerca es porque estamos bien espiritualmente, si no se acerca, es porque en algo estamos fallando», celebra Quirá tras el encuentro con el cóndor.

Para su pueblo, esta ave es «el mensajero del sol»: alerta sobre futuras amenazas, anticipa cambios en el clima y, en su caso particular, le ha indicado entre sueños recetas para sanar enfermos.

Una de las aves voladoras más grandes del mundo, el cóndor de los Andes está en peligro crítico de extinción en el país y casi amenazado a escala global, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.

La especie, que solo pone un huevo cada dos o tres años, se distribuye desde Venezuela hasta el sur de Argentina y Chile. En promedio pesa entre 9 y 15 kilos.

La expansión de la agricultura y la ganadería hacia los territorios de alta montaña donde vive el cóndor es la principal amenaza para su conservación.

A finales de 2018 una pareja de cóndores fue encontrada agonizando por envenenamiento en el centro del país, donde es usual que los ganaderos recurran a esta técnica para proteger a sus animales de eventuales ataques de estas aves, que son carroñeras pero en ocasiones atacan animales vivos o liquidan a los moribundos.

La pareja fue rehabilitada y liberada meses después.

– Contar y cuidar –

«Conocer las poblaciones de las especies es un punto básico para proponer estrategias de conservación», explica Fausto Sáenz, director científico de la Fundación Neotropical.

Sáenz aspira tener los primeros resultados del censo dentro de tres semanas.

El conteo, explica, permitirá que futuros esfuerzos de repoblación mantengan un balance saludable entre machos y hembras. Casi la mitad de los cóndores que hoy están en Colombia fueron criados en cautiverio y liberados en la región andina como parte de estas iniciativas.

Aunque consideran que las cámaras molestan a este animal «sagrado», los indígenas de Puracé colaboran con el censo ya que son conscientes de su importancia para la conservación del cóndor.

«No tener ese símbolo sería un pérdida fatal para nuestro resguardo», sentencia Javier Jojoa, gobernador interino de la reserva de Puracé. Pronto sabrán qué tan próxima puede estar esa amenaza.