París, Francia.
Los barcos, ya sean portaaviones o cruceros, han sido históricamente un caldo de cultivo ideal para la propagación de una epidemia, desde la peste negra del siglo XIV hasta el nuevo coronavirus.
«El peor lugar para sufrir una pandemia, igual que un incendio, es un lugar cerrado lejos de cualquier ayuda, como un navío en alta mar», explica el universitario estadounidense Alfred Crosby en el libro «Epidemic and peace, 1918» («Epidemia y Paz, 1918»).
La actual pandemia de COVID-19, que ha dejado ya más de 100.00 muertos en el mundo, se amplifica en particular en los barcos civiles o militares, donde hay miles de humanos en espacios reducidos y es difícil poner en práctica el aislamiento.
«Los problemas infecciosos siempre fueron una parte importante de la medicina marítima. En el siglo XIX, los médicos marítimos eran sobre todo higienistas», explica Jean-Pierre Auffray, presidente de la asociación francesa de medicina marítima.
A pesar de las diferencias entre barcos, el mecanismo de contagio es similar, con gente a bordo que usa muchos equipamientos en común y se ve varias veces al día, ya sea en la pista de baile de un crucero o en el puente de una fragata.
Una vez la enfermedad está a bordo, la única solución es aislar a los enfermos, pero no siempre es posible.
Aislar a los marinos es más fácil en un barco militar porque «los jefes están acostumbrados a tomar medidas restrictivas y prohibitivas», según un artículo del Instituto Naval Estadounidense (USNI) publicado en 2006.
Pero en un crucero con miles de jubilados la tarea es más difícil, como demostraron casos recientes.
Es lo que ocurrió en el «Diamond Princess«, un crucero donde aparecieron más de 700 casos de COVID-19 entre las 3.700 personas a bordo y que estuvo en cuarentena frente a un puerto de Japón.
«Este navío es totalmente inapropiado para controlar la propagación de infecciones. No hay distinción entre zonas verdes (sanas) y rojas (potencialmente infectadas)», dijo en febrero Kentaro Iwata, un especialista de enfermedades infecciosas que subió a bordo.
Prohibición de desembarcar
Otro de los grandes temores es la propagación de una epidemia desde un barco infectado por lo que muchas veces las autoridades prohíben el desembarco.
Fue el caso del crucero «Zaandam«, que en marzo pasó varias semanas frente a las costas de América del Sur sin poder desembarcar a sus enfermos.
A lo largo de la historia, los barcos en cuarentena se mantenían normalmente lejos de los puertos. «La ética no era la misma, la cuarentena consistía en decir ‘morid en vuestro barco y no vengáis a contaminarnos‘», recuerda Auffray.
Para los barcos militares, el problema es también saber si la epidemia les permite seguir siendo operativos.
«Si un tercio de la tripulación se ve afectada, es difícil conservar las distancias de seguridad con los demás«, explica aun oficial francés en referencia a una epidemia de gastroenteritis.
Durante la epidemia de gripe «española» de 1918, el crucero estadounidense USS Pittsburgh estaba en una situación en qué «si un navío alemán hubiera aparecido», no habría podido defenderse, indica la USNI.
Esta cuestión es clave porque, como recuerda Auffray, «en la historia militar muchas veces son las infecciones las que inclinaron la balanza».
En 1347 la colonia genovesa de Caffa, situada en Crimea, sufrió el ataque de los tártaros, que lanzaban cadáveres de personas muertas de peste por encima de la muralla, aunque no consiguieron conquistar la ciudad.
Más tarde, cuando los barcos genoveses pasaron por Constantinopla, Sicilia y Génova, en enero de 1348, contribuyeron a la expansión de la epidemia de peste negra, que durante años mató a millones de personas en Europa y el norte de África
Por: AFP
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