Plencia, España, viernes 29/06/2018
Enfundado en su traje de neopreno, Borja Saracho se zambulle para verificar unos sensores. Desde una barca de pesca, y con ayuda de una pequeña grúa, acaba de sumergir en el mar cinco jaulones con 2.500 botellas de vino, un nicho de mercado que está ganando terreno en España.
«Somos una bodega», dice ufano a la AFP este empresario vasco de 44 años, fundador de Crusoe Treasure en la coqueta bahía de Plencia, cerca de Bilbao.
Hasta hace unos años este aficionado al buceo ni siquiera bebía vino.
«Pero siempre me han llamado la atención los barcos hundidos y los tesoros ocultos», cuenta Saracho, que se lanzó a la aventura y ahora vende vinos submarinos en España y también en Bélgica, Suiza, Alemania, China y Japón.
Presente en el mercado desde 2013, y con una concesión de 500 m2 en el mar Cantábrico, Crusoe Treasure planea vender este año 30.000 botellas de blanco y tinto, muchas más que las siete mil de 2017.
Es la mayor bodega submarina de España, donde una decena de productores están añejando su vino bajo el agua, al igual que otros lo hacen en Italia, Francia o Chile.
El interés es doble, y es que este método permite ofrecer un producto excepcional y trabajar el vino más allá de las limitaciones estrictas de las denominaciones de origen.
El sobrecoste de producción en comparación con un vino terrestre puede oscilar entre el 25 y el 70%, pero el afán de diferenciación prima sobre todo.
Los empresarios invierten «pensando que no es una moda, sino una técnica que en el medio plazo puede resultar muy útil» y «aportar notas (al vino) que lo hagan más atractivo para el público», apunta Rafael del Rey, director del Observatorio Español del Mercado del Vino.
– Vinos frescos y florales –
La ‘crianza’ bajo el mar, con sus mareas, sus corrientes y su oleaje, puede llegar a ser «muy bestia», lo que impone trabajar con «vinos muy robustos, con mucha estructura de taninos», explica el enólogo en jefe de Crusoe Treasure, Antonio Palacios.
Al mismo tiempo, la empresa, que colabora con bodegas en distintos puntos de España, puede permitirse ensamblajes de distintas variedades de uva, al no estar sometida a denominaciones de origen. Uno de sus vinos lleva por ejemplo un 85% de tempranillo y un 15% de maturana tinta de La Rioja.
La mayoría de los caldos pasa previamente por las barricas de las bodegas asociadas, antes de ir a la botella, que se cierra con un tapón especial y un lacrado. De ahí va al mar, donde reposa entre seis y doce meses en jaulones metálicos, a 20 metros de profundidad.
El Hotel Cala Joncols, en Cataluña, produce también vinos submarinos, desde 2009. Los guarda sólo seis meses bajo agua, porque «a partir de ahí, el vino puede perder su punto«, explica el sumiller Josep Lluís Vilarasau.
Trabajan con vinos jóvenes y recién embotellados, que guardan en ánforas a 17 metros de profundidad. Tienen incluso un producto propio que elaboran de principio a fin, un blanco a base de lledoner roig -una variedad autóctona de uva-, que crece en una parcela junto al hotel.
La filosofía, explica Vilarasau, es prescindir de los aromas de la madera y conservar «esos aromas primarios que son los de la fruta, los de flor y los minerales».
Las diferencias son notables: «colores más intensos y más brillantes» a la vista, «una concentración aromática bastante destacable» en nariz, y en boca «un mayor volumen, mayor frescor», sedosidad y «buenas sensaciones táctiles», resume.
– Un mundo por descubrir –
También hay vinos submarinos en Galicia, donde los Viñedos Raúl Pérez sacan cada año 1.200 botellas de albariño, el producto emblemático de la región.
Aparte, otras dos empresas esperan sumarse al mercado próximamente: Undersea (Mazarrón, Murcia), que aspira a debutar con una producción anual de entre 50.000 y 60.000 botellas, y la Bodega Palmera Castro y Magán, productora de vinos terrestres en la isla canaria de La Palma.
María Nancy Castro Rodríguez, propietaria de esta última, incide en lo aventurado de este nicho: «hay poca información; no hay bibliografía, ni base analítica, ni práctica».
Por el momento, la presencia de vinos submarinos en restaurantes es muy escasa y el producto, poco conocido. Hay «menos competencia de la que queremos», lamenta Antonio Palacios.
El sumiller Vilarasau espera que ocurra como con los vinos naturales -es decir, sin añadidos químicos-, que en la última década ganaron terreno considerablemente.
«Son modas que al principio cuestan, pero si el público empieza a probar y aceptar el producto y le gusta, esto va creciendo y va tomando forma y color».
Por: Álvaro VILLALOBOS
© Agence France-Presse
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