Hace 3,4 millones de años, distintos linajes de homininos habitaban el este de África, aprovechando recursos diferentes para evitar la competencia. Un fósil hallado en 2009 en Woranso-Mille (Etiopía) fue ahora asignado Australopithecus deyiremeda, una especie distinta de la icónica Lucy (A. afarensis), con la que compartía territorio gracias a adaptaciones locomotoras y dietas distintas.

Debieron haberse visto entre sí y pasar tiempo en la misma área haciendo sus propias actividades», declara a SINC Yohannes Haile-Selassie, director del Instituto de Orígenes Humanos (IHO) y profesor en la Escuela de Evolución Humana y Cambio Social de ASU.

“Cuando encontramos el pie en 2009 y lo anunciamos en 2012, sabíamos que era diferente de la especie de Lucy, ampliamente conocida de ese periodo. Sin embargo, no es habitual en nuestro campo nombrar una especie basándose en elementos postcraneales —los elementos por debajo del cuello—, así que esperábamos encontrar algo por encima del cuello claramente asociado con el pie. Los cráneos, mandíbulas y dientes son normalmente los elementos usados para reconocer especies”, subraya el científico.

Identificación respaldada por restos dentales

En 2015, el equipo describió A. deyiremeda a partir de dientes hallados en la misma zona, pero hasta ahora el fósil del pie no había sido asignado a esta especie. Tras una década de trabajo de campo y nuevos hallazgos, los investigadores pudieron vincular con certeza el Pie de Burtele a este linaje.

Este pie, compuesto por ocho elementos, permite reconstruir la extremidad completa, desde el dedo gordo hasta el cuarto dedo. El dedo gordo se podía mover de manera independiente, lo que permitía trepar árboles sin perder la capacidad de caminar erguido, impulsándose con los otros dedos.

“El yacimiento de Woranso-Mille es único porque ofrece evidencia clara de que dos especies emparentadas coexistieron al mismo tiempo en la misma zona”, añade Haile-Selassie.

La morfología del pie combina bipedalismo y adaptaciones arbóreas. Por un lado, el dedo gordo facilitaba la escalada, mientras que los otros dedos podían hiperflexionarse para impulsarse al caminar, lo que marca la diferencia frente a A. afarensis, cuya huella fósil de Laetoli muestra el dedo gordo alineado con los demás.

“La presencia de un dedo gordo abducido en Ardipithecus ramidus fue una gran sorpresa, porque hace 4,4 millones de años aún existía un hominino con dedo oponible, algo totalmente inesperado”, comenta Haile-Selassie.

“Un millón de años después, en fósiles datados en 3,4 millones de años, descubrimos el Pie de Burtele, que resultó aún más sorprendente. Esto demuestra que el bipedismo en estos primeros ancestros humanos adoptó varias formas. Había diferentes maneras de caminar sobre dos piernas, y el modo que hoy consideramos típico no apareció hasta mucho después”, continúa.

La documentación de múltiples modos de adaptación al bipedismo sugiere que los australopitecos exploraron diversas formas de caminar sobre dos piernas. “Ahora sabemos que no todos los rasgos necesarios para una bipedalidad similar a la humana aparecieron al mismo tiempo. Esta información permite interpretar cómo A. deyiremeda utilizaba su hábitat y se desplazaba en comparación con otros australopitecos tempranos”, asegura Haile-Selassie.

En el equipo internacional, ha participado Lluís Gibert, investigador del Departamento de Mineralogía, Petrología y Geología Aplicada de la Universidad de Barcelona. Según un comunicado de la institución, “el análisis de los datos geológicos ha sido decisivo para datar y relacionar este pie con los restos de A. deyiremeda.

“Sin un contexto geológico y una cronología detallada, estos fósiles no tendrían valor científico”, dice Gibert, que ha analizado el contexto cronoestratigráfico y sedimentológico de los fósiles hallados.

Dietas diferenciadas

Para estudiar la alimentación de A. deyiremedaNaomi Levin, de la Universidad de Míchigan, analizó ocho dientes de los 25 hallados mediante isótopos de carbono.

“Tomé la muestra con un micromotor dental y una broca diminuta, igual que usan los dentistas, eliminando pequeñas cantidades de polvo que luego llevamos al laboratorio para el análisis isotópico”, explica Levin.

Los resultados muestran que Lucy (A. afarensis) tenía una dieta mixta, basada en plantas C3 y C4. Las C3 incluyen árboles y arbustos de hojas anchas, típicos de bosques sombreados, mientras que las C4 son pastos y gramíneas que crecen en sabanas abiertas y soleadas. Por su parte, A. deyiremeda se alimentaba principalmente de plantas C3, lo que indica que prefería recursos más ligados a bosques y zonas arboladas.

“Me sorprendió que la señal isotópica del carbono fuera tan clara y similar a la de homininos más antiguos como A. ramidus y A. anamensis”, señala Levin.

Esta especialización dietética permitió que las dos especies compartieran territorio sin competir directamente, separando sus nichos ecológicos, y refleja cómo los homininos se adaptaron a los cambios del Plioceno, con expansión de pastizales y fragmentación de bosques que los obligaba a moverse o modificar su hábitat.

“De muchas maneras, los cambios climáticos actuales ya ocurrieron muchas veces en la época de Lucy y A. deyiremeda. Lo que aprendemos de ese tiempo puede ayudarnos a mitigar los peores efectos del cambio climático hoy”, dice Haile-Selassie.

Crecimiento juvenil y similitudes

El equipo también halló la mandíbula de un hominino juvenil de A. deyiremeda. Gracias a tomografía computarizada, pudieron estimar que tenía unos 4,5 años al morir y observaron un patrón de crecimiento semejante al de otros australopitecos tempranos.

“Lo más sorprendente es que, a pesar de la diversidad de estas especies —en tamaño, dieta, locomoción y anatomía—, su modo de crecer era notablemente similar”, explica Gary Schwartz, investigador del IHO.

Haile-Selassie añade que, hasta ahora, no hay evidencia de uso de herramientas en ninguna de las dos especies, aunque algunos ‘cortes’ en huesos hallados en Dikika, región de Afar, se han interpretado como posible indicio de herramientas en A. afarensis.

Conocer cómo se movían y qué comían estos ancestros permite entender cómo coexistieron sin que una especie desplazara a la otra. “La única forma de que pudieran coexistir es porque eran diferentes en su adaptación locomotora y porque explotaban recursos alimenticios distintos. Esa es la mejor manera de coexistir en lugar de competir por los mismos recursos”, concluye Haile-Selassie.