Umerkot, Pakistán.

Después de mezclar carbón con unas gotas de leche de cabra, Basran Jogi, de 60 años, se vuelve con su aguja hacia sus invitadas del día: dos niñas pakistaníes que han venido a hacerse su primer tatuaje tradicional.

En las aldeas hindúes de la frontera oriental de Pakistán, cerca de India, las tatuadoras llevan siglos dibujando con agujas líneas de puntos, círculos y otros adornos geométricos en los rostros, los brazos y las manos de las niñas.

«Primero, dibujamos dos líneas rectas entre las cejas», explica Jogi.

«Y ahora clavamos la aguja entre esas dos líneas, suavemente, hasta que aparezca la sangre», continúa.

Pooja, de seis años, hace una mueca mientras los puntos comienzan a formar círculos y triángulos en su frente y barbilla. Su hermana mayor, Champa, de siete, se impaciente: «¡Yo también estoy lista!».

Esta escena, que durante mucho tiempo fue habitual, se ha vuelto cada vez más rara en los últimos años, a medida que cada vez más familias hindúes –apenas el 2% de los 255 millones de habitantes de la República Islámica de Pakistán– se trasladan a vivir a la ciudad.

«La última generación»

«Estos tatuajes nos hacen identificables entre la multitud», explica Durga Prem, una estudiante de ingeniería informática de 20 años, oriunda de Badin, una ciudad de la provincia meridional de Sindh donde se concentra la minoría hindú.

«A nuestra generación ya no le gustan. En la era de las redes sociales, las jóvenes evitan tatuarse la cara porque consideran que con esos dibujos se las vería como diferentes y poco atractivas«, afirma a AFP.

Su hermana Mumta también se negoció a tatuarse los puntos que adornan los rostros de su madre y sus dos abuelas.

Pero «si nos hubiéramos quedado en el pueblo, seguramente tendríamos esos tatuajes en la cara o en los brazos», dice.

En un país donde las minorías no musulmanas se sienten discriminadas en muchos ámbitos, «no podemos obligar a nuestras hijas a seguir» tatuándose, afirma Mukesh Meghwar, defensor de los derechos de los hindúes.

«Es su elección. Pero, lamentablemente, quizás seremos la última generación que vea tatuajes en los rostros, cuellos, manos y brazos de las mujeres», continúa.

En su opinión, también son «desfavorables» algunos de los comentarios de otros pakistaníes, ya que algunas escuelas del islam condenan los tatuajes.

Esto supondría el fin de una práctica centenaria, profundamente arraigada en la cultura, según los antropólogos. Hasta tal punto que la mayoría de los hindúes entrevistados por AFP defienden los tatuajes, pero no permiten poder explicar su significado.

«Alejar los malos espíritus»

«Estos símbolos forman parte de la cultura de los pueblos procedentes de la civilización del Indo«, en la época de la Edad del Bronce, afirma el antropólogo Zulfiqar Ali Kalhoro.

«Estas ‘marcas’ se utilizaban habitualmente para distinguir a los miembros de una comunidad» y para «alejar a los malos espíritus», explica.

Para Jogi, el tatuaje es sobre todo «una pasión» por embellecer el rostro de las mujeres.

«No se hacen por ninguna razón en particular, es una práctica que existe desde hace mucho tiempo«, dice mientras examina con atención los rostros recién tatuados de Pooja y Champa.

Ahora los puntos que adornan sus frentes son de un negro intenso, y luego se volverán verde oscuro y permanecerán hasta el final de su vida.

Basran Jogi y Jamna Kolhi pueden dar fe de ello.

«Estos tatuajes me los dibujó una amiga de infancia que murió hace unos años», cuenta Kolhi, de 40 años.

«Cuando los veo, pienso en ella y en nuestra juventud. Es un recuerdo para toda la vida», dice.