Por: Camilo Cortés- Useche, PhD. (Colombia).
Dicen que hay hombres que nacen con el estigma de estar solos. No por elección, sino por un antiguo ideal de luchas internas, egos dirían algunos. Este hombre que recordé, sin embargo, no lo sabía cuándo llegó por primera vez a la vieja cabaña de madera, enclavada entre los abismos de un bosque que respiraba lento y hondo, como si supiera algo que los hombres no saben.
Su nombre real se fue diluyendo con los años, como las hojas en los pantanos oscuros. Ahora lo llaman “El Ranger”, el que cuida la cima donde mueren las nubes, dicen los locales. Y aunque no lo diga, él también lo ha olvidado. Lo envolvió una rutina tan exacta como el paso del sol; insomnio como almohada para empezar la noche a eso de las 12:30 am, mil vueltas con instantes fugaces y traslucidos hasta las 3:00 am, una taza de café amargo como la nostalgia servida a las 5:00 am, los binoculares colgando del pecho como un blindaje al frágil corazón, una bitácora de páginas manchadas por muchas horas de atentas notas a la intemperie, y el machete que ya no sabía si era para abrir las trochas como gladiador o espantar recuerdos bárbaros de sus pensamientos.
Cada mañana escuchaba el canto de las aves invisibles que habitan entre las sombras de la niebla. El horizonte era su única certeza, ese borde azul e inalcanzable donde se perdieron, hace tantos años, los últimos vestigios de su juventud. Aquel tiempo donde amó sin saber que amar en su mundo era un lujo y también una condena
Había llegado a la montaña huyendo del bullicio de la mentira y de la injusticia que no supo esperar sus regresos breves ni entender sus silencios largos. Pensó que el corazón se le endurecería como piedra volcánica, pero, en cambio, se volvió más sensible. Cada gota de lluvia sobre las rocas le repicaba en las entrañas, cada crujido del bosque era una advertencia que no sabía interpretar. Vivía solo, sí. Pero no del todo. A veces, al caer la noche, escuchaba pasos sobre la madera antigua de su cabaña. No era nadie. O eso decía. Quizás la sombra de quien fue algún amigo de buenas épocas, o el eco de una vida que no eligió. El viento se colaba entre las rendijas como una voz lejana que lo llamaba por un nombre que ya no respondía.
Cada semana, desde hacía años, llegaban cartas desde la ciudad. Cartas que no tenían remitente claro. Algunas decían que su amor había muerto, otras que seguía viva. Unas le contaban de un hijo que jamás conoció, otras de amistades pasajeras que los esperaban, vaya a saber para qué. Pero todas tenían algo en común: confusión disfrazada de sinceridad. Él las leía una por una con la ceremonia de quien mira un tesoro. A veces sonreía. A veces lloraba. Y a veces las quemaba para que el fuego hiciera con ellas lo que él no podía: borrarlas. Nunca respondió esas cartas, pero en cada palabra leída y con el tiempo por delante buscaba un motivo para rasurarse la barba que ya era un nido de invierno, para cortarse el cabello que caía como lianas sobre sus hombros. Soñaba con que un día llegaría una carta distinta. Una que le devolviera la fe en su labor. Una que dijera simplemente: “Gracias, te esperamos, cuídate mucho, querido”.
Una noche particularmente fría y lluviosa, en la que los árboles crujían como huesos y la lluvia era como puños golpeando insistentes las piedras, “El Ranger” se sentó junto a la ventana con su machete, sus binoculares, prendió un tabaco. Miró el horizonte, ahora en penumbras, y pensó en lo absurdo que era cuidar un paraíso si nadie sabía que existía. Entonces escuchó de nuevo los pasos. Esta vez, no huyeron. Se acercaron. Y una voz familiar le dijo al oído: “Te volviste parte de la montaña. Ya no esperes. Ya no sufras. Ya no escribas. Aquí todo es eterno y nadie envejece si no hay quien lo recuerde.”
“El Ranger” cerró los ojos. Cuando los abrió, el tiempo se le había ido. El café estaba frío. Y la lluvia, como cada noche, seguía cayendo violentamente sobre las piedras, él ya no podía levantarse de su silla.
Esta anécdota me hizo pensar en quienes, como él, aún sin aplausos ni testigos, dedican su vida al resguardo de lo invisible, de lo que otros aprovechan y rápidamente olvidan. Porque sin su vigilia, el corazón de la tierra callaría para siempre. Cada 31 de julio se conmemora el Día Mundial del Guardaparque o Ranger, una fecha que reconoce la labor silenciosa y fundamental de miles de hombres y mujeres que protegen las áreas naturales del planeta. Más de 150,000 guardaparques en el mundo custodian bosques, selvas, montañas, ríos, mares y especies en peligro, muchas veces en condiciones precarias, enfrentando amenazas como el crimen organizado, los incendios forestales o el aislamiento extremo. Desde 2009, más de 1,200 han perdido la vida en el cumplimiento de su deber, lo que revela la urgencia de mejorar sus condiciones laborales y garantizar su seguridad. Este día es también una oportunidad para visibilizar su rol como defensores del patrimonio natural y cultural, educadores ambientales y primeros respondientes en emergencias.
Su entrega cotidiana es vital para conservar los ecosistemas y enfrentar la crisis climática, aunque en muchos casos lo hagan en soledad, lejos del reconocimiento público, como en la historia de tantos que, al adentrarse en el corazón de la montaña, se convierten en parte de ella.
En el fondo, la vida no se trata de acumular logros, sino de aprender a estar presentes, de cuidar lo que amamos, aunque nadie lo note, y de escuchar lo que no se dice. Cuando el corazón se conecta con la naturaleza, late más suave, pero más fiel. Y aunque el tiempo pase, siempre deja algo, una rosa eterna, una canción, una nota escrita valientemente, una memoria buena o mala. Al final, si pusimos amor en lo que hicimos, entonces vivimos de verdad.
***
Camilo Cortés- Useche es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, con doctorado e investigación postdoctoral en el área de las Ciencias Marinas. Su trabajo en el campo de la gestión y ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del CINVESTAV en la Categoría Doctorado. Innovador de la sostenibilidad, científico y distinguido por sus aportes en la conservación de la naturaleza. Durante los últimos años ha liderado coaliciones para un modelo resiliente al cambio climático basado en la ciencia, con una idea firme del desarrollo social justo.
- Plumas NCC | El Ranger - agosto 7, 2025
- Plumas NCC | La algoritmización de la sociedad - agosto 5, 2025
- NCC Radio Ciencia – Emisión 322 – 04/08/2025 al 10/08/2025 – Refrigerantes sólidos: Una alternativa sin gases contaminantes - agosto 4, 2025