Estados Unidos.

Hace unos 4.500 millones de años, una gran nube de gas y polvo colapsó sobre sí misma, y debido al efecto de su propia rotación, se aplanó formando un disco. En su centro, donde la masa está más concentrada, la materia está sometida a una inmensa presión. Los átomos de hidrógeno chocan entre sí, fusionándose en reacciones nucleares. Es el nacimiento de un Sol.

Estas reacciones nucleares continúan hasta hoy. A su alrededor, el polvo choca y se fusiona en fragmentos cada vez más grandes, conocidos como planetesimales. Cuando estos cuerpos alcanzan un tamaño suficiente, la gravedad los moldea en esferas que absorben pequeños objetos a su paso. Aquellos que han despejado su órbita, eliminando otros cuerpos de tamaño similar, ganan el estatus de planetas.

Cerca del Sol, donde la temperatura es mayor, materiales pesados como el silicio y el hierro se agrupan mejor. Los planetas que se forman ahí son pequeños, densos y con una superficie sólida. Los planetas más lejanos forman un manto de elementos ligeros como el hidrógeno. Son muy grandes, pero no muy densos, son los planetas gaseosos.

Los restos de materia que nunca formaron un planeta continúan viajando alrededor del Sol, como los cometas y asteroides. Estudiar la distribución y composición de estos fragmentos de materia no utilizados es lo que hoy nos permite rastrear las etapas de la formación de los planetas.