Por Rolando Ísita Tornell, Ciencia UNAM.

 

 

Los inviernos de la pandemia y postpandemia incorporaron a nuestro lenguaje y percepciones a las poblaciones vulnerables: obesas, diabéticas, hipertensas, con enfermedades crónico-degenerativas. De todas ellas en primer término destacaron las de adultos mayores de 60 años.

Vulnerables por tener las condiciones en el estado de nuestros cuerpos para desarrollar enfermedad grave por la infección del SARS_CoV-2 en la pandemia.

En el caso de México y en el mundo, desde marzo del 2020 se advirtió la vulnerabilidad de los mayores debido al estado ya muy conocido de la inmunosenescencia, por evolución natural el sistema inmune decae con la edad, el arsenal de nuestro equipamiento para enfrentar infecciones, intoxicaciones, inflamaciones, fluidez de la sangre en el sistema circulatorio y los componentes equilibrados de la misma aumentan o decaen.

Algo distinto se manifestó con otras edades, no fueron los adultos mayores quienes más desarrollaron enfermedad grave y los lamentables decesos, fueron infectados que padecían obesidad, diabetes, hipertensión o anomalías cardiovasculares y pulmonares (el tabaquismo, acusadamente), comorbilidades les llamaron.

Hace 40 años escuchar de diabetes, obesidad era asunto de “viejitos”. Hoy, los viejitos resultaron más resistentes, las tasas de positivos, enfermos graves y fallecimientos fueron de menores de 60 años y mayores de 30.

En las últimas cuatro décadas carecimos de una cultura, de una educación para la salud que antes sí se impulsaba por lo menos en el sistema de educación pública y, en cambio, se multiplicó la oferta de mercancías comestibles baratas con gran cantidad de azúcar, grasa y calorías, consumida por todas las familias y acusadamente los menores.

La obesidad y la diabetes dejaron de ser asunto de viejitos y se convirtió en problema de salud pública de menores.

 

Factores diferentes

 

Mientras, y por otro lado, pulularon medidas, tratamientos y dietas milagrosas o francamente falsas y agresivas contra el sobrepeso y la talla, no sobrepasarlos se tornó en problema de vida o muerte, destacando el caso representativo de la cantante estadounidense Karen Carpenter en los años 80.

Las jóvenes se miraban al espejo y se percibían gordas, sometiéndose a ayunos salvajes y distorsionando en sus mentes la percepción de sus cuerpos, desarrollando las patologías de la bulimia y la anorexia.

Recién se han publicado investigaciones en modelos animales que, si bien no son concluyentes, sí ayudan a derribar mitos y creencias sobre las dietas, sustentarlas, y en algunos casos a aportar otros factores que ayudan a arribar a una vejentud sana y más prolongada sin achaques, también a una inmunosenesencia menos vulnerable.

En principio, “la genética importa más que la dieta para alargar la vida”, según reza el título de uno de los estudios (09/10/24), pero también “comer mesuradamente puede llevar a una vida más larga”, reza otra de las investigaciones (09/10/24) ambas publicadas en el portal de la revista científica Nature.

En efecto, “la genética -la herencia biológica de nuestros padres- tiene una mayor influencia en la vida útil que la restricción dietética”, pero también se mostró que “la restricción calórica y el ayuno intermitente resultaron en una extensión de la vida útil en proporción al grado de restricción”.

Los resultados en 960 ratones fueron muy alentadores, pero un epidemiólogo que estudia el envejecimiento “alertó contra la extrapolación excesiva de los resultados de los ratones a los humanos”, además de que salud y longevidad no son lo mismo.