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La ecologista mexicana Valeria Souza Saldívar ha experimentado amenazas e intimidación durante años, enfrentándose cara a cara con defensores de la tierra armados con machetes, todo ello en pro de la ciencia. Ella es una de una cantidad cada vez mayor de científicos y científicas de todo el mundo que están en riesgo a causa de los gobiernos, las empresas, los cárteles de la droga o las fuerzas militares, como resultado directo de las investigaciones que llevan a cabo.

Estos riesgos están aumentando a nivel global, revela una investigación de SciDev.Net, que reúne evidencia de científicos y científicas de diferentes regiones, y en particular de países de ingresos bajos y medios.

 

Valeria Souza

 

Souza es especialista en ecología evolutiva de bacterias e investigadora del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Lleva más de 25 años trabajando en las más de 300 pozas que conforman Cuatro Ciénegas, en el desierto de Coahuila, al norte de México, conocidas por su extraordinaria diversidad de microorganismos. Entre ellos se encuentran los estromatolitos, estructuras minerales que están entre las evidencias de vida más antiguas del planeta.

En 2002, Souza recibió una noticia que cambiaría su vida: en el Valle del Hundido, a 275 kilómetros de Cuatro Ciénegas, se construirían 200 pozos para extraer agua del suelo. Cada uno irrigaría 70 hectáreas de alfalfa que los productores locales podrían vender a empresas como la compañía láctea Lala para alimentar a su ganado.

“En ese momento me convertí en ambientalista”, dice Souza. “Fui a extraer ADN del agua de los pozos de El Hundido para compararlo con el ADN de varios sitios dentro de Cuatro Ciénegas… Y pude demostrarles que estaban conectados”.

La conexión significaba que se trataba del mismo ecosistema y que la construcción de tantos pozos tendría un impacto perjudicial sobre el entorno, sobre los estromatolitos y la rica biodiversidad del lugar.

Entonces, Souza decidió invertir toda su energía en detenerlo. Pronto logró convencer a Lala de que dejara de comprar alfalfa de la zona, pero su lucha por proteger el agua en Cuatro Ciénegas continuó.

 

Souza vs ejidatarios

 

“Me convertí en el enemigo público número uno para mucha gente”, comenta. Desde las empresas ganaderas locales hasta los llamados “ejidatarios” –miembros de la comunidad que tienen derecho a la tierra– e incluso hoteles.

Su activismo ecológico le costó caro. Durante más de una década, la investigadora recibió amenazas de medios de comunicación y ejidatarios, así como intentos de extorsión por parte de representantes de empresas locales y del gobierno que querían extraer el agua.

“Estaba pisando los callos de un negocio multimillonario”, afirma.

De todas las amenazas que recibió hubo una que la asustó. “Las personas ricas de Cuatro Ciénegas, que habían hecho su fortuna con la alfalfa para las vacas, pagaron a los periódicos locales para que le dijeran a la gente que si veían mi camioneta me lanzaran piedras”, recuerda, y añade que esto provocó una manifestación de ejidatarios cargados de piedras, que amenazaron con agredirla.

 

Acciones y repercusiones

 

En 2020, Souza decidió cerrar uno de los canales para evitar que se siguiera extrayendo agua de Cuatro Ciénegas. Un grupo de ejidatarios llegó blandiendo machetes y golpeó a sus colegas. Souza se salvó porque se escondió en su camioneta.

“Ahí fue cuando mi vida estuvo en peligro. No usaron los machetes contra mis amigos, pero sí los golpearon y usaron los machetes para destruir el trabajo que habíamos hecho”.

Sin embargo, Souza dice que su actividad ambiental, junto con su trabajo científico, ha dado sus frutos. Aunque la siembra de alfalfa continúa, Cuatro Ciénegas ha ganado visibilidad y fundaciones como la de Lala y la de Carlos Slim, el hombre más rico de México, han invertido en proteger el sitio.

 

“Ambiente escalofriante”

 

“Las amenazas a la libertad científica… pero también a la práctica responsable de la ciencia, están aumentando globalmente”, dice Vivi Stavrou, secretaria ejecutiva del comité para la libertad y la responsabilidad en la ciencia, en el Consejo Científico Internacional (ISC, en inglés).

Estas amenazas toman diversas formas, detalla Stavrou, que van desde la censura hasta que el entorno se vuelva “más intimidante” para quienes hacen ciencia a la hora de expresarse y publicar sus investigaciones.

“Pueden extenderse a amenazas reales a la libertad de los propios científicos… que no pueden obtener un visado, no pueden viajar… e incluso científicos que son llevados a juicio por sus investigaciones, encarcelados, y hemos tenido casos de personas asesinadas”, añade.

Las amenazas a los científicos que realizan investigaciones ambientales son cada vez más comunes, dice Stavrou, “en particular cuando se trata de cambios ambientales”.

“Sobre todo, América Latina y el Caribe son lugares muy peligrosos para dedicarse a la ciencia”, afirma.

 

Rodrigo Medellín

 

Rodrigo Medellín es un investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México que estudia los murciélagos. Su trabajo de campo consiste en visitar cuevas, en general de noche, para colocar redes y observar su actividad.

Medellín relata a SciDev.Net que durante más de una década, desde que el expresidente mexicano Felipe Calderón inició una guerra contra el narcotráfico en 2006, su trabajo científico se ha visto afectado de manera significativa por el crimen organizado.

Muchas de las cuevas que visita están ubicadas cerca de sitios donde se planta amapola o marihuana, o a lo largo de rutas utilizadas para el contrabando de drogas hacia Estados Unidos.

Los guardabosques de la reserva El Pinacate en Sonora, al norte del país, a menudo advierten al investigador que evite ciertas cuevas y a principios de este año suspendió una visita planificada después de una de esas advertencias.

“Los guardabosques me dijeron: ‘No vengas, es horrible, han matado turistas… han estado amenazando a la gente, han golpeado a ejidatarios locales’”.

Medellín toma muy en serio estas advertencias porque sabe que ser científico no lo hace inmune a las agresiones.

 

Gabriel Trujillo

 

En julio de 2023, Gabriel Trujillo, un joven botánico que estudiaba su doctorado en la Universidad de Berkeley, EE.UU., fue asesinado por grupos criminales mientras recolectaba plantas medicinales en las montañas de Sonora, una zona disputada por diferentes cárteles de la droga.

En 2020, cuando Medellín y sus estudiantes estaban haciendo trabajo de campo en las Grutas de Juxtlahuaca, en Guerrero, al suroeste de México, también se enfrentaron con hombres armados que les exigieron saber qué estaban haciendo.

Lograron escapar, pero Medellín dice: “El crimen organizado definitivamente nos ha impactado”.

“No tenemos la misma libertad de movimiento que hace 15 o 20 años. Hoy tienes que ser extremadamente cuidadoso”, subraya.

 

Mujeres en riesgo

 

La investigadora colombiana Ivonne Garzón Orduña es curadora de la colección nacional de insectos del Instituto de Biología de la Universidad Autónoma de México, donde se dedica a documentar la diversidad de polillas del país.

Al igual que Medellín, Orduña visita las reservas naturales de noche, porque la actividad de las polillas comienza a las seis de la tarde y se extiende hasta el amanecer. Acompañada en su mayoría por otras estudiantes mujeres, es muy consciente de los riesgos que enfrenta en un país donde entre nueve y diez mujeres son asesinadas cada día, según Amnistía Internacional.

“Estar en el campo en la oscuridad de la noche me hace sentir que estoy en riesgo”, reconoce. “Siempre pienso, ¿en qué momento nos puede pasar algo? Trato de ir con las camionetas [de la universidad] para hacerlo lo más oficial posible, pero la percepción del riesgo es permanente”.

Una vez, cuando estaba haciendo trabajo de campo en Ajusco, un parque nacional de Ciudad de México, Orduña fue interrogada por desconocidos sobre lo que estaba haciendo allí. “A medianoche, en medio de la nada, este tipo de intimidación te hace decir: ‘No voy a volver a este lugar’”, relata.

A raíz de estas experiencias, Orduña se ha convertido en una gran planificadora. “Planifico mucho a dónde vamos a ir, dónde nos vamos a quedar, dónde vamos a comer. Siempre me pongo en contacto con alguien local. Nada queda al azar”.

 

Amenazas de muerte

 

En 2022, el asesinato del experto indígena brasileño Bruno Araújo Pereira y del periodista británico Dom Phillips durante un viaje al valle de Javari, una de las tierras indígenas más grandes de Brasil, en la Amazonia, atrajo la atención de los medios de comunicación de todo el mundo.

El caso fue sintomático de la violencia y la incertidumbre que enfrentan los pueblos indígenas, las comunidades ribereñas y otros, incluidos los investigadores.

Pedro Rapozo es profesor de la Universidad Estatal de Amazonas en Tabatinga, estado de Amazonas, en la triple frontera de Brasil con Colombia, Perú y Venezuela.

Cuatro veces amenazado de muerte, Rapozo fue baleado en 2019, pero sobrevivió porque llevaba un chaleco antibalas.

Sus investigaciones sobre conflictos socioambientales en territorios protegidos lo ponen literalmente en la línea de fuego. También se dedica a la docencia y la divulgación en comunidades indígenas y es miembro de un panel técnico sobre comunidades tradicionales de la Fiscalía General de la Nación, en Brasil, que analiza casos de litigio, violencia y violaciones de los derechos de los pueblos indígenas.

 

Más datos

 

Estos territorios protegidos están siendo fuertemente impactados por grupos involucrados en la producción de cocaína, indica Rapozo. Según el Foro Brasileño de Seguridad Pública, Tabatinga es uno de los principales puntos de entrada de cocaína a Brasil, y el contrabando ha aumentado significativamente: de 38,5 toneladas por año entre 2013 y 2017 a 86,6 toneladas por año entre 2018 y 2023.

Los narcotraficantes, señala Rapozo, no sólo están interesados ​​en la cocaína, sino también en explotar los recursos naturales que están en estos territorios.

“Hay una búsqueda por expandir sus ganancias en la región a través de actividades como la minería ilegal, el tráfico de peces y tortugas, la explotación ilegal de trabajo indígena y la explotación maderera”, detalla.

“Tal vez el mayor reto es el hecho de que en esta región de triple frontera está todo el aparato de seguridad pública federal, municipal y estatal, pero a 100 kilómetros de distancia estos territorios están totalmente desatendidos –eso combinado con la alta vulnerabilidad socioeconómica”, agrega.

 

La libertad académica en declive

 

En América Latina hay muchas historias de este tipo, pero la libertad académica está amenazada a nivel mundial, según el análisis del Índice de Libertad Académica (AFI) de este año.

El estudio de 179 países muestra que la libertad académica está en declive en 23 países y aumentando en solo diez países. También halla que 3.600 millones de personas viven ahora en países donde la libertad académica está completamente restringida.

El índice analiza los riesgos que van desde la intromisión de actores no académicos en los programas universitarios para promover agendas personales o políticas, hasta limitaciones a la capacidad de los científicos para comunicar sus investigaciones debido a restricciones a las libertades civiles.

“Los últimos resultados indican que la libertad académica sigue siendo muy baja en países del este y sudeste asiático principalmente, así como en la región de Oriente Medio y el norte de África”, afirma Angelo Vito Panaro, investigador postdoctoral que trabaja en el AFI en el Instituto de Ciencias Políticas FAU de la Universidad de Erlangen-Nuremberg, que formó parte de la elaboración del índice.

 

El descenso de la libertad académica

 

No obstante, el descenso de la libertad académica “no es significativamente más pronunciado en los países de ingresos bajos y medios en comparación con los de ingresos altos”, advierte Panaro.

“Curiosamente, nuestros estudios muestran una correlación entre el aumento de la polarización y el descenso de la libertad académica”, explica, citando como ejemplos países donde los líderes populistas han llegado al poder en los últimos años, como Estados Unidos, Italia y Hungría.

Sin embargo, los países de ingresos bajos y medios se ven afectados por múltiples crisis que pueden exacerbar las tensiones existentes y aumentar los riesgos para los científicos.

“Vivimos en una era de policrisis”, añade Stavrou, del ISC, “en la que convergen la crisis ambiental, las desigualdades extremas dentro y entre los países, las guerras y las emergencias humanitarias, la pandemia y otros factores… que amenazan a los científicos como individuos, pero también la existencia de las instituciones y los sistemas científicos”.

 

Conflicto en Gaza

 

Quizás en ningún otro lugar se vea esto con más claridad que en Gaza. Allí, el conflicto ha puesto en peligro la vida de todos los ciudadanos. Sin embargo, varios científicos parecen haber sido objeto de ataques específicos debido a su trabajo.

Sufian Tayeh, expresidente de la Universidad Islámica de Gaza, no participaba en ninguna actividad política, según quienes lo conocían, pero perdió la vida en la guerra que se libra desde octubre de 2023, sin otra razón que su condición de físico.

Tayeh, su esposa y sus hijos fueron asesinados en un ataque con misiles dirigido hacia su casa. Todos los edificios de la universidad que dirigía fueron destruidos, con el pretexto de que estaban siendo utilizados como campamento para producir armas y entrenar a los agentes de inteligencia de Hamás. Esta fue la explicación dada en un comunicado por las Fuerzas de Defensa de Israel, pero rechazada por todos los que trataron con Tayeh.

Profesor de física teórica y matemáticas aplicadas, Tayeh fue ganador del Premio Abdul Hameed Shoman para investigadores árabes y fue designado a principios de 2023 para ocupar la Cátedra UNESCO de Física, Astrofísica y Ciencias Espaciales en Palestina.

 

Anas Alkanoo

 

Anas Alkanoo, profesor de física en la universidad y cercano a Tayeh, cuenta a SciDev.Net: “No era conocido por tener una filiación partidaria o política. Era un hombre independiente que dedicó su vida y esfuerzo a la ciencia, y desde dentro de la asediada Franja de Gaza pudo lograr éxitos científicos que lo convirtieron en uno de los científicos más destacados en su campo”.

Alkanoo también tuvo dificultades para llevar a cabo su trabajo como científico en Gaza. Estaba preparando su tesis doctoral en física entre la Universidad Islámica de Gaza y la Universidad de Ciencia y Tecnología de Malasia, pero no pudo implementar la parte práctica porque carecía de los materiales que necesitaba.

Las fuerzas israelíes han prohibido la entrada de productos químicos a Gaza, para prevenir que sean usados en la fabricación de armas. Alkanoo afirma que el nitrato de plata que necesitaba para su tesis sobre la fabricación de nanocables de plata está entre los artículos prohibidos.

“La guerra se está librando actualmente con la ciencia”, concluye. “Las fuerzas de ocupación no quieren que surja nadie… que pueda enfrentarse a ellas con la ciencia”.

La situación es igualmente sombría para los científicos en Irak, afligidos por el malestar y la ansiedad desde la guerra de ocho años con Irán en la década de 1980. El acoso posterior a los científicos y las restricciones impuestas a la importación de materiales para su trabajo impulsaron a muchos a emigrar.

 

Nasser Al-Rawi

 

Nasser Al-Rawi comenzó su carrera en un centro de investigación de fabricación militar, especializándose en fabricación de láser. “Con el estallido de la guerra entre Irán e Irak [en 1980], y los asesinatos de científicos que trabajaban en el programa nuclear iraquí, el clima no era adecuado para la investigación científica. Así que viajé a Libia y trabajé allí durante cinco años. Luego me mudé a Malasia”, relata a SciDev.Net.

De esa manera, Al-Rawi escapó de la guerra de Irak liderada por Estados Unidos en 2003 y del posterior régimen de terror por parte de militantes islámicos. Regresó a Irak a principios de este año y ahora es director del Departamento de Ingeniería Láser y Optoelectrónica en la Universidad Dijlah, en Bagdad.

No obstante, uno de sus compañeros aún tiene con el recuerdo de lo que vivió en la ciudad de Mosul, cuando estaba controlada por la organización Estado Islámico, conocida como ISIS.

El investigador, que pidió no ser identificado por temor a represalias, afirma: “Ahora la situación está algo tranquila, pero en el pasado esta organización terrorista atacaba a las personas educadas en general y a los investigadores científicos en particular, y buscaba aniquilar todo lo relacionado con la ciencia y el aprendizaje, ocupando escuelas y universidades y convirtiéndolas en cuarteles”.

Y agrega: “Antes de esta invasión, la investigación científica ya estaba sufriendo debido a la migración masiva de investigadores y académicos durante el período de sanciones en la década de 1990, que se repitió a mayor escala durante la invasión liderada por Estados Unidos en 2003”.

“Ahora estamos tratando de recuperar y deshacernos de los dolorosos recuerdos del pasado reciente para salvar lo que se pueda salvar”, expresa.

 

Subtítulo

 

El ataque específico a investigadores, de antes o de ahora, no es sorprendente, según Mazin Qumsiyeh, director y fundador del Museo Palestino de Historia Natural y del Instituto Palestino para la Biodiversidad y la Sostenibilidad de la Universidad de Belén, Palestina.

“La ciencia y la educación están entre los componentes más importantes del desarrollo, y el objetivo de cualquier fuerza en conflicto, incluso si el conflicto es civil, es privar a la otra parte de esta ventaja; por lo tanto, los investigadores científicos siempre serán víctimas de cualquier conflicto”, dice Qumsiyeh a SciDev.Net.

Sin embargo, él cree que la tecnología puede ayudar a proteger a los científicos, permitiéndoles comunicarse entre sí y aprender a distancia en tiempos de conflicto.

 

Tensiones en el mar

 

En la región de Asia y el Pacífico, las disputas territoriales, más que los conflictos directos, están generando riesgos cada vez mayores para los científicos.

La zona de agua conocida como Mar de Filipinas Occidental —la parte filipina del disputado Mar de China Meridional— es un área vital y urgente para la investigación científica, pero también está enredada en tensiones geopolíticas, lo que plantea importantes riesgos de seguridad personal para los investigadores que trabajan en la región.

La zona, designada oficialmente como parte del área económica exclusiva de Filipinas, reconocida por un fallo arbitral de 2016 de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, está ubicada dentro del Mar de China Meridional, un mar semicerrado en el Océano Pacífico occidental.

Se estima que el Mar de China Meridional contiene 190 billones de pies cúbicos (5,4 billones de metros cúbicos) de gas natural y 11 mil millones de barriles de petróleo sin explotar, según la Administración de Información Energética de Estados Unidos.

Vietnam, Taiwán, Brunei, Malasia, Indonesia, Filipinas y China reclaman islas en ese mar. Sin embargo, la llamada “línea de los nueve puntos” de China, una línea imaginaria que cubre islas y aguas adyacentes en toda el área marítima, reclama esencialmente porciones de las zonas económicas exclusivas de los países del sudeste asiático.

Si no se le planteara ningún cuestionamiento, China tendría el control no solo de los recursos naturales sino de toda el área marítima. Entre 2013 y 2015, China construyó islas artificiales cerca de las áreas reclamadas por Filipinas.

 

Ejercicios navales

 

El pasado 28 de septiembre, las fuerzas navales y aéreas de Australia, Japón, Nueva Zelanda, Filipinas y Estados Unidos realizaron ejercicios navales, conocidos como Actividad de Cooperación Marítima, en el Mar Occidental de Filipinas, para destacar la cooperación internacional en una de las rutas marítimas más transitadas del mundo.

Unos días antes, las Fuerzas Armadas de Filipinas informaron que la cantidad de barcos chinos en una de las crestas sumergidas de la zona, el banco Escoda (o Sabina), había aumentado hasta un “máximo récord” de 82, incluidos 11 buques de guerra. Señalaron que se habían visto buques de investigación chinos cerca de la costa de Palawan, una provincia archipelágica situada en el extremo occidental de Filipinas, rica en flora y fauna diversa.

 

Jonathan Anticamara

 

Según Jonathan Anticamara, profesor de biología de la Universidad de Filipinas-Diliman, trabajar en el mar de Filipinas occidental es una amenaza para la vida. Su grupo fue al banco Escoda en junio para realizar un estudio destinado a evaluar el estado de los corales.

“Un barco de la guardia costera china nos siguió, el que a su vez fue seguido por un gran barco chino”, relata a SciDev.Net, y agrega que, al principio, no pudieron entrar al agua para hacer su trabajo porque la guardia costera china estaba tratando de chocar con su barco.

Más tarde, un barco de la guardia costera filipina bloqueó al barco de la guardia costera china, lo que permitió que Anticamara se deslizara hacia el agua. Sin embargo, el científico dice que él y su equipo no pudieron llegar tan lejos como necesitaban, por temor a que la guardia costera filipina no los protegiera en aguas más profundas.

“Se necesitan más barcos de la guardia costera filipina para proteger a los científicos filipinos que realizan su trabajo en la zona”, insta Anticamara.

Según el investigador, su estudio se centró en las aguas poco profundas del banco, a unos diez metros de profundidad, donde la diversidad de especies de peces está más concentrada. Más allá de los 12 metros, la diversidad marina disminuye significativamente.

 

Otros datos

 

Anticamara explica que él y su equipo decidieron realizar el estudio a pesar de los riesgos, ya que actualmente no existe un informe sobre la diversidad del banco Escoda. Cree que es urgente realizar una evaluación completa en el mar occidental de Filipinas, porque muchas especies marinas de allí están muriendo.

En marzo de este año, otro grupo de científicos filipinos en la isla de Thitu, también conocida como isla de Pag-asa, fue acosado por un helicóptero chino, según la Oficina de Pesca y Recursos Acuáticos (BFAR, en inglés), agencia dependiente del Departamento de Agricultura de Filipinas.

Según la BFAR, el helicóptero chino descendió hasta 15 metros de la superficie durante unos diez minutos, y algunos de los científicos sufrieron heridas leves debido al fuerte viento y los residuos del sobrevuelo del helicóptero.

Para algunos expertos, la diplomacia es la mejor opción ante tales amenazas.

En un simposio organizado en junio por la Facultad de Ciencias Ambientales y Gestión de la Universidad de Filipinas Los Baños, Ben Malayang III, profesor emérito de la Universidad Silliman, destacó la urgente necesidad de cooperación para proteger el patrimonio ambiental compartido del Mar de Filipinas Occidental.

Malayang explicó que, si bien las disputas territoriales a menudo crean dinámicas de “amigo-enemigo”, estas tensiones se pueden mitigar mediante la colaboración entre las partes interesadas regionales, centrándose en la responsabilidad compartida de preservar el vital ecosistema marino de la región.

 

Proteger a los científicos

 

Tanto si los científicos deciden quedarse en su país a pesar de los riesgos que afrontan, como si necesitan ayuda para irse, existe apoyo internacional disponible.

La organización benéfica Cara —siglas en inglés del Council for At-Risk Academics—, con sede en el Reino Unido, se describe a sí misma como una “misión de rescate” para académicos que necesitan ayuda urgente para escapar de la discriminación, la persecución, la violencia o el conflicto. También trabaja para apoyar a quienes eligen quedarse en sus países de origen a pesar de los peligros.

Science in Exile es una iniciativa global que también tiene como objetivo ayudar a los científicos refugiados mediante actividades de promoción, apoyo, creación de redes e investigación.

Existen varias organizaciones que pueden ayudar a los científicos en peligro, pero “todas ellas tienen recursos escasos”, afirma Peter McGrath, coordinador de la InterAcademy Partnership, una de las organizaciones asociadas de Science in Exile.

Destaca la necesidad de concienciar “al más alto nivel” para establecer estructuras de apoyo eficaces “antes de que se produzca la próxima crisis”.

McGrath afirma que los riesgos para los científicos siempre han estado ahí, pero en el clima actual “siempre hay otra crisis a la que tenemos que hacer frente”.

El ISC lleva adelante trabajo diplomático y proporciona información para casos legales de miembros que están en peligro. La mayoría de su trabajo no es público, a pedido de los mismos científicos, dice Stavrou.

Para Stavrou, la comunidad científica internacional tiene la responsabilidad de dar un paso adelante para ayudar a quienes están en riesgo.

“Es nuestra comunidad. Tenemos la obligación de velar por el apoyo, protección y fortalecimiento de la resiliencia de la comunidad científica”, concluye.

 

Por: Aleida Rueda, Luisa Massarani, Hazem Badr, Alladin Diega y Ruth Douglas vía SciDev.Net América Latina y el Caribe.