Cali, Colombia.

Se trata de un artículo cotidiano en Colombia, pero que se está popularizando en la «Zona Verde» de la COP16 de Cali: la mochila, el tradicional bolso tejido de los indígenas seduce cada vez más a participantes en la cumbre mundial sobre biodiversidad.

«Es muy funcional y el diseño es chévere«», dice Mark Ekson, delegado extranjero en la COP, mientras señala su pequeña bolsa negra de rayas amarillas tejidas en lana. «No me sorprendería que la mochila se convirtiera en uno de los éxitos de la COP16».

Dependiendo de la etnia, varían los colores y simbólicos motivos geométricos de estos bolsos tejidos a mano en comunidades como las Wayuu, Aruhaca, Kamsa, entre otras.

Aunque sigue siendo relativamente discretas en el centro de conferencias donde se celebran las negociaciones en la «Zona Azul«, la mochila está omnipresente en la «Zona Verde» del centro de Cali, donde cada día se agolpan miles de participantes de la cumbre de Naciones Unidas y curiosos.

Decenas de tiendas de artesanía y comunidades indígenas las venden al público.

«¡Todos las quieren, todos nos las compran! Colombianos por supuesto, pero también extranjeros. Es tan linda y práctica«, dice sonriente Diana Imbachin en uno de los puestos de la Organización Nacional Indígena de Colombia.

«Es casi para toda la vida«, explica junto a la Maloca (choza indígena de reuniones) de los pueblos amazónicos, construida especialmente para la ocasión y uno de los lugares más animados y coloridos de la «Zona Verde».

Los indígenas han sido protagonistas en la COP16, por invitación del gobierno de izquierda de Gustavo Petro. La administración ha destacado sus conocimientos ancestrales sobre el cuidado del planeta, ante los 196 países reunidos en Colombia hasta el 1 de noviembre.

 

Cada mochila, una historia 

 

«Es precioso, no se daña. Yo tengo la mía desde hace años. No viene de mi región, pero tenemos que conservar esta tradición y ayudar a las comunidades que las fabrican«, comenta Sofía Riva, una robusta mujer afrocolombiana del Chocó (noroeste).

Las mochilas colombianas vienen principalmente de dos regiones del norte y el noreste de Colombia, explica Dayana Hernández, vendedora en otro puesto: la Sierra Nevada, una cadena montañosa que se adentra en el mar Caribe, y la Guajira, una zona casi desértica en la frontera con Venezuela.

«Tanto la técnica como el tiempo de producción varían según la etnia«, explica Hernández. Algunas tardan meses en tejerse. «Para nosotros, los wayuu de la Guajira, coser una mochila lleva (…) hasta dos semanas. Cada familia tiene sus especificidades. Yo aprendí de mi madre y mis abuelas», cuenta.

Con motivos más sobrios, las mochilas de la Sierra Nevada son confeccionadas con hilo de lana de cordero por los pueblos arhuaco y kankuamo. Los precios oscilan entre 20 y 120 dólares, dependiendo de la delicadeza de la elaboración.

«Cada mochila tiene su propia historia. Una mochila dice algo de ti», dice Jaime Chindoy, venido desde las montañas del Putumayo (sur), en la frontera con Ecuador, a vender sus elegantes mochilas elaboradas por el pueblo Kamsa. «Nuestras mochilas tienen una carga energética, son mágicas, ayudan a harmonizar«, asegura.

«Los extranjeros se enamoran de nuestras mochilas. Cada una es única, es como un reloj de lujo. Pero más ecológica y mejor para la planeta«, explica José Carrillo, de 35 años.