Por: Camilo Cortés-Useche (Colombia).
Mi hermano y yo solíamos frecuentar oficinas del centro de la ciudad, muchas de ellas parecían haber quedado congeladas en el tiempo, no sé sí por el frío que baja de los cerros de la capital o por que el ejercicio de las actividades en estos lugares era gélido. Desde la entrada los pisos de tablas rechinaban, haciendo que más de un licenciado virara su mirada hacía nosotros, las paredes amarillentas por el paso del reloj y el agua que suele filtrarse eran decoración obligada del lugar, había archivadores de papeles verticales y cajas por montones.
Aquellos trabajadores bien uniformados, con la corbata y el cinturón apretados, parecían abrumados por ese entorno depresivo y por ende desprendían en los visitantes ese aroma hostil. Los trámites en su mayoría administrativos, para un ciudadano estándar se hacían eternos en esas oficinas, con el pretexto del papeleo y de realizar las tareas bajo piezas de cálculo infinitas o métodos instaurados; así pues, los días para encontrar soluciones, quedaban en un intento más, con suerte se recibía un «vuelva mañana» y cerraban la ventanilla.
El día de mañana culmina una edición más de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26), celebrada en la ciudad de Glasgow, Escocia. Sus origenes se remontan a una cumbre de celebración anual, la primera de ella realizada en Berlín, Alemania, en marzo de 1995.
Bajo un órgano supremo, los Estados miembros (Conferencia de las Partes) se encargan de examinar el problema del cambio climático, los efectos de las medidas adoptadas por las Partes y los progresos realizados en la consecución del objetivo de estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI). Durante estos años han quedado firmados y hemos sido testigos de compromisos, acuerdos metódicos y ambiciosos planes para hacer frente a los impactos del cambio climático.
La gran mayoría de estos pareciera que han quedado en oficinas céntricas de los Estados miembros en aquellos archivadores verticales. Profesionales de la ciencia, políticos, empresarios y sobre todo millones de ciudadanos, creo que han sentido esa misma sensación de las oficinas “old school”, vuelva mañana (próxima COP) para llegar a verdaderas acciones.
Hasta ahora la COP26 presenta los administrativos clásicos de instar a los líderes a tomar las medidas necesarias para reducir las emisiones de GEI, movilizar fondos e impulsar la adaptación y la resiliencia. Sin embargo, tras una semana de sesiones, el rol de la ciencia parece más visible, la innovación también destaca como prioridad.
Se han incorporado medidas basadas en la salud de los océanos, para aprovechar las fuentes de energía renovable, descarbonizar las industrias y lograr la captura y el almacenamiento de carbono por parte de ecosistemas marinos y costeros. Eso si, con una actitud de motivación de trabajo colaborativos, cooperación internacional desde el poder organizacional de los sectores claves y el empoderamiento de las comunidades locales.
Esta reunión puede dejarnos una vez más la sensación de esas oficinas donde el tiempo no avanza y los papeles se arruman, o por otra parte ser una reunión donde las “partes” se sumen y alineen para ser eficientes y tomar las mejores decisiones. Y no escuchar vuelva mañana…
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Camilo Cortés es biólogo Marino. Maestro en Manejo de Ecosistemas Marinos y Costeros, doctor y post doctor en Ciencias Marinas. Su investigación en el área de la ecología marina en la República Dominicana le valió el reconocimiento del “Premio Dr. Alonso Fernández González 2020” a las Mejores Tesis de Posgrado del Cinvestav en la Categoría Doctorado. Forma parte del movimiento Wave of Change del Grupo Iberostar, como Coastal Health Regional Manager, donde trabaja en la salud Costera en la región Caribe, llevando a cabo investigación científica.
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